Con Richard Sanders, director del documental October 7th
«La desinformación ha jugado un papel crítico para facilitar el genocidio en Gaza»
Andy Robinson
De 60 minutos de duración, October 7th1 ha sido presentado como el trabajo periodístico que «más cerca llega a la verdad» de lo ocurrido aquel día por el columnista de The Guardian Owen Jones.
—Hay una frase en su documental que resume la paradoja de la mayor parte de la cobertura mediática: «Hamás cometió muchos crímenes terribles el 7 de octubre, pero los grandes medios optaron por centrarse en los crímenes que Hamás no cometió». ¿Puede comentar esto?
—Queda absolutamente claro que Hamás y otros que entraron en Israel aquel día fueron culpables de graves violaciones de derechos humanos y atrocidades. Eso lo documentamos en nuestra investigación. Pero demostramos que muchas historias difundidas en los medios de comunicación no son ciertas, como que Hamás asesinó y mutiló a decenas de bebés o que utilizó la violencia sexual de forma generalizada y sistemática. Esto es importante, porque esos dos elementos de desinformación han sido utilizados de forma repetida para justificar las atrocidades del asalto israelí a la Franja de Gaza y han desempeñado un papel crítico a la hora de deshumanizar al enemigo y facilitar el genocidio.
—Según el documental, 1.154 personas murieron en Israel el 7 de octubre, 256 integrantes del Ejército israelí, 53 policías, 63 guardias privados de seguridad y 782 civiles. ¿Cuál fue la metodología usada en la investigación?
—Primero, elaboramos una lista de los muertos. En realidad, combinamos dos listas. Una en hebreo, elaborada por el medio israelí Ynet. La otra en inglés, elaborada por otro medio israelí, Haaretz. Juntamos estas dos listas e investigamos mucho para lograr un listado definitivo de los muertos. Eso nos permitió averiguar dónde y cómo murieron. Dicho esto, el elevado número de víctimas y el trabajo caótico de los equipos de emergencia israelíes responsables de los primeros auxilios y la recogida de cadáveres crearon muchas dudas.
—Respecto a los niños y los bebés asesinados en el ataque, ¿hay una conclusión contundente?
—Sí, esto es algo que se sabe con absoluta seguridad: 36 niños murieron el 7 de octubre. Trece de ellos eran menores de 12 y dos eran bebés. Todas esas historias sobre el asesinato y la mutilación generalizada de bebés son falsas. Por supuesto, que murieran dos bebés es lamentable, pero esa no es la historia que se contó en los días y semanas posteriores, cuando se informó que decenas de bebés habían sido decapitados. Eso nos dice algo importante: que la información que procede del Estado israelí y del Ejército israelí no es de fiar. Y, aún más importante, los testimonios de los servicios de rescate, como Zaka, así como de los trabajadores de las morgues en Israel, tampoco son de fiar.
—¿Cómo se explica esto?
—Es difícil de entender desde fuera. En la mayoría de los países, un investigador puede confiar en que lo que le cuenten los equipos de primeros auxilios, o los trabajadores de las morgues, va a ser más o menos cierto. ¿Por qué no te lo ibas a creer? Pero en Israel no. En el documental entrevistamos a Yossi Landau, uno de los socorristas de Zaka. Es obvio que las historias que cuenta Landau en los días posteriores al ataque son falsas. A veces da la sensación de que cuenta lo que cree que los periodistas quieren que les cuente.
—Benjamin Netanyahu aparece en la película felicitando a los voluntarios de Zaka por su apoyo a la hora de influir en la opinión pública en Estados Unidos y Europa…
—Sí. No los felicita abiertamente por desinformar, pero hay que tener en cuenta que Zaka ha estado salpicada de escándalos de corrupción. Su presidente fue acusado de pederastia y se suicidó. Depende de donativos, sobre todo de Estados Unidos, y estaba en bancarrota antes del 7 de octubre. Desde entonces sus problemas financieros han desaparecido.
—¿Qué descubrieron respecto a la violencia sexual de Hamás contra los civiles israelíes?
—Investigamos la afirmación muy extendida de que la violencia sexual, las violaciones, eran generalizadas y sistemáticas. No hay pruebas forenses. No hay pruebas visuales. Y hay poquísimos testigos. Y el testimonio de los testigos que sí hay es bastante problemático. Los artículos que muchos medios publicaron sobre esto se basan en fuentes como el gobierno israelí, el Ejército y organizaciones como Zaka.
No es que no hubiera ningún caso de violencia sexual. Pero no hay pruebas de que se haya usado la violación como un arma. Eso es falso. Hay un caso de una mujer rehén vigilada por un hombre de Hamás y ella da testimonio muy creíble de haber sido abusada sexualmente. Pero eso fue después del 7 de octubre.
—Volvamos a la cuestión de los bebés. Es muy importante, porque el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, repitió la mentira en una declaración en la que dijo que era la primera vez en su larga carrera política que había visto algo tan atroz como imágenes de bebés decapitados…
—Y luego dijo que había visto imágenes de una mujer y su hija atadas, rociadas de queroseno y quemadas. Esto es totalmente falso. No existe tal incidente.
—¿Cuál es el mecanismo por el que llega a la opinión pública una mentira así? ¿Por qué surgió?
—Creo que hubo un elemento de caos. Los equipos de rescate no tienen entrenamiento forense. No sabían qué veían. Pero no es solo eso. En una de las casas en el kibutz Kfar Aza murieron 12 personas. Esta es la casa donde inmediatamente después del ataque se ve a portavoces israelíes y algunos reporteros en la calle desinformando ya sobre lo que ha pasado. Hay un oficial del Ejército israelí que dice que ha sacado ocho bebés muertos de la casa. Pero ahora sabemos que no había ni un solo bebé en la casa antes del ataque. Dos o tres días después, se abren los kibutz a los medios israelíes e internacionales. Los periodistas entran y miran, pero ya han escuchado historias contadas por militares, por portavoces de los equipos de rescate. Y los periodistas no cuestionan lo que les dicen. Añaden sus propias observaciones. En una transmisión, una periodista de I24news en el kibutz Kfar Aza dice, ante la cámara, que 40 bebés han sido asesinados, muchos de ellos decapitados. Esa fue la gran historia de atrocidad que saltó a todos los titulares. Era muy fácil comprobar que no vivían 40 bebés en ese kibutz, y que ni mucho menos hubo 40 bebés asesinados.
Todo eso fue muy útil para el gobierno israelí. Se puede imaginar a Netanyahu hablando con Biden por teléfono y repitiendo estas historias de atrocidades. Y Biden sale a repetirlas. Hay algo de histeria, pero también tiene que ver con el interés político de muchos gobiernos en retratar a Hamás como animales, como salvajes.
—Hay una entrevista impresionante en el documental, la que le hace a Yossi Landau, en la que este le muestra una foto de un supuesto bebé muerto y usted, tras mirarla, dice que no hay ningún bebé en la foto…
—Eso se hacía con muchos periodistas. Landau y otras personas de Zaka anunciaban algo así como: «Tengo una imagen que es demasiado dura para enseñarla al público, pero ustedes pueden verla». Y los periodistas van a verla y comprueban con gestos de espanto lo que dice. Hay un ejemplo en un documental de Sheryl Sandberg. Y yo tuve la misma oportunidad. Landau me enseñó una foto en la que supuestamente se podía ver a un bebé muerto que había sido arrancado del útero de una mujer embarazada, asesinada en el kibutz Beeri. Y no había nada que pareciera un bebé muerto en la imagen. Había un trozo de carne quemado, algo que podría ser el cadáver de un ser humano, pero lo que no era con absoluta seguridad es un bebé. Lo que no entiendo es por qué me lo quiso mostrar. El propio kibutz Beeri ha desmentido esa historia.
—¿Qué pasó con los bebés que sí murieron?
—Un caso fue el de una mujer beduina embarazada, herida durante un ataque a su coche por los combatientes de Hamás. Intentaron practicarle una cesárea y el bebé murió. Otro se registró en el kibutz Beeri, el asentamiento más grande y donde murió más gente. Como muchas familias en los kibutz, la de los Cohen se refugió en el búnker de su casa –todos lo tienen en esa zona de Israel– y los combatientes de Hamás intentaron sacarlos de allí. Acribillaron la puerta del búnker. Y un bebé de 8 meses murió.
—Supongo que ese caso es comparable a la muerte de bebés en los bombardeos de Israel, justificados por Tel Aviv en que no hay una intención explícita de matarlos.
—Con la diferencia de que el bebé israelí es uno. En Gaza son cientos de bebés asesinados.
—Respecto a la violencia sexual por parte de Hamás. ¿Cómo se ha cubierto en los grandes medios de comunicación?
—Pongamos, por ejemplo, el New York Times, que centró su artículo titulado «Gritos sin palabras» en una mujer asesinada a unos 14 quilómetros al norte del festival de música. Se analizaron unas fotos post mortem en las que ella no lleva ropa interior. Una tercera parte del texto trata de una supuesta violación por parte de Hamás. Pero cuando se publicó el artículo, la hermana de la mujer protestó. Dijo que era imposible que hubiera sido violada, porque estaba mandando mensajes por SMS minutos antes de morir. Y su marido habló con su hermano después de su muerte durante 40 minutos sin mencionar ninguna violación. Es decir, que está bastante claro que ella no fue violada.
—¿De dónde sacó la información el New York Times?
—Parece ser que de las autoridades israelíes y de los equipos de primeros auxilios y rescate de cadáveres. Hay un fenómeno de pensamiento en grupo que hace que todos estén predispuestos a creer lo que dicen las autoridades israelíes.
—Ya sabemos cuáles fueron los civiles asesinados por Hamás. ¿Y los asesinados por los propios militares israelíes?
—Es difícil dar una cifra exacta de los que murieron bajo fuego de tanques o helicópteros israelíes. Un periodista israelí informó que el Ejército emitió al mediodía del 7 de octubre una versión del Protocolo Aníbal; es decir, es mejor morir que ser tomado como rehén. Y eso parece bastante probable. En el pasado, Israel ha tenido que intercambiar un soldado secuestrado por un millar de palestinos prisioneros. Nosotros hemos identificado 18 personas en los kibutz que, con casi toda seguridad, fueron asesinadas por los militares israelíes, y hemos identificado otros seis incidentes en los que los civiles murieron bajo fuego israelí. Doce murieron en el kibutz Beeri bajo fuego israelí. Eso lo sabemos porque hay testigos que lo confirmaron. Los israelíes destruyeron una casa con la gente dentro. Otros fueron alcanzados por balas israelíes. Hay muchos cadáveres sacados de los escombros de las casas de los kibutz y no sabemos cómo murieron. Son cifras pequeñas, porque la destrucción en los kibutz fue enorme. Hamás quemó parte de esas casas. Pero muchas de ellas fueron destruidas por armas muy potentes que Hamás no tiene. Tampoco doy mucho crédito a las estimaciones que concluyen que un número mucho más alto de personas fueron asesinadas por los propios israelíes.
—En el documental comenta que el daño a las casas no podría ser de armas ligeras como las que llevaba Hamás.
—Sí. Incluso a los periodistas que entran con los militares se les oye decir: «A ver, esto no puede ser cosa de Hamás». Hamás tiene granadas y armas ligeras. Hamás prendió fuego para sacar a la gente de los búnkeres. Pero muchas casas fueron destruidas por armas pesadas, y eso son los tanques israelíes.
—¿Y qué pasó con los helicópteros Apache que atacaron a los combatientes de Hamás cuando volvían con los rehenes?
—Sabemos con certeza que un vehículo que volvía a Gaza con rehenes dentro fue alcanzado por misiles disparados desde los helicópteros. Había nueve personas, tres de ellos niños. El helicóptero abrió fuego y, de milagro, murieron todos los combatientes de Hamás, pero solo uno de los rehenes. Nosotros identificamos a otras 27 personas que fueron secuestradas y murieron en algún punto antes de llegar a la valla que separa Israel de Gaza. Es bastante posible que fuesen asesinados desde los helicópteros israelíes, pero no se puede saber con seguridad. Ciertas fuentes han dicho que algunos de los muertos en el festival de música Supernova son atribuibles al fuego desde los helicópteros Apache. Yo soy bastante escéptico respecto a eso. No hay testigos que lo digan. Miles de personas que habían ido al festival de música sobrevivieron, y creo que, de haber habido fuego desde helicópteros, alguien habría dicho algo. O sea, las muertes en el festival de música ocurrieron a manos de Hamás.
—¿Cuál es el peor crimen de Hamás de aquel día?
—Hay un video espantoso en el que un miembro de Hamás está intentando decapitar a un trabajador tailandés con una azada. Es, de lejos, lo peor que he visto. En general hay un desprecio total por la vida de los civiles. Una vez que han secuestrado a la gente no hay tanta crueldad. Solo se ve alguna ejecución a sangre fría. La mayoría es disparar contra coches, matando a gente a distancia como en el festival. Hay unos búnkeres abiertos (sin puertas antibombas) en la carretera y mucha gente que huye del festival se mete allí porque piensa que se trata de un ataque con misiles. Puesto que el principal objetivo del ataque de Hamás fue tomar rehenes, habría sido una oportunidad perfecta para sacar a la gente de los búnkeres de carretera y llevarlos a Gaza. Pero no hacen esto. Se quedan allí y lanzan granadas de mano y los acribillan con ametralladoras. Luego sacan a algunos como rehenes. También hay que tener en cuenta que muchas de las atrocidades fueron cometidas por los que se sumaron a Hamás en la entrada por la valla.
—El secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, cuenta que los combatientes de Hamás, tras mutilar y masacrar a una familia que desayunaba, se sientan en la mesa y comen. ¿De dónde sacó esto?
—Esto también viene de Yossi Landau y Zaka, y de otra organización de rescate que repite esa historia. Es fácil comprobar que no ocurrió. Supuestamente fue en el kibutz Beeri, pero el propio kibutz lo ha desmentido. No hay un grupo familiar que encaje con esa descripción. Es totalmente falso.
1. Emitido en abril último como parte de la serie Al Jazeera Investigations. Puede verse en YouTube, aquí, gratuitamente con subtítulos en hebreo, alemán, francés o español.
(Brecha reproduce parcialmente esta entrevista de la versión española publicada en CTXT, el 24-V-24.)
Entretelones del 7 de octubre
Qué pasó y no pasó
María Landi
Dos semanas antes del 7 de octubre, Benjamín Netanyahu exhibía ante la Asamblea General de la ONU lo que prometía ser el mapa del «nuevo Oriente Medio»: un Estado de Israel desde el Mediterráneo hasta el Jordán, rodeado de países árabes amigos y donde Palestina no existía. En su discurso anunció la inminente normalización de relaciones con Arabia Saudí, un logro que abriría la puerta a un «corredor visionario que se extenderá a través de la península arábiga e Israel. Conectará India con Europa mediante enlaces marítimos, ferroviarios, oleoductos energéticos y cables de fibra óptica».
Esta visión del Gran Israel –tan antigua como el proyecto sionista de más de un siglo– continuaba el proceso iniciado por el gobierno estadounidense de Donald Trump en 2020: los «Acuerdos de Abraham». Su propósito era liquidar el consenso histórico de la Liga Árabe (que ataba el reconocimiento de Israel al fin de la ocupación de Palestina)1 y normalizar relaciones entre Israel y los países árabes sin alterar el statu quo, ofreciendo al pueblo palestino solo ayudas económicas. Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos y Sudán firmaron los acuerdos, pero Arabia Saudí ha sido siempre el pez gordo codiciado por Israel, especialmente después que China se le adelantó logrando que ese país estableciera vínculos nada menos que con Irán, su gran rival regional.
En el ámbito interno, y desde que a fines de 2022 asumió el gobierno más fascista en la historia de Israel, la población palestina de Cisjordania venía resistiendo una escalada de violencia sin precedentes por parte de soldados y colonos armados, ante la indiferencia de la comunidad internacional y su percepción de aparente calma y estabilidad en la región.
Ese era el statu quo que Hamás y la resistencia palestina buscaron romper el 7 de octubre. Ese objetivo se cumplió ampliamente: el ataque, inédito en la historia de Israel, y la venganza genocida que desató pusieron a Palestina en el centro de la atención mundial.
El principal objetivo de la operación Diluvio de Al Aqsa era capturar militares para negociar la liberación de prisioneros. Hamás parecía confiado en lograrlo, dado que históricamente Israel se ha mostrado dispuesto a pagar un alto precio por recuperar a sus soldados, incluso liberando palestinos a los que considera «terroristas». Algunos de ellos llevan más de 40 años presos y más de 550 están condenados a cadena perpetua; Hamás sabía que la única posibilidad de liberar a los «imposibles» era capturar a un gran número de militares.2
Hay que entender la centralidad que tiene la cuestión de las y los presos para la causa palestina. No hay familia cuyos integrantes no hayan pasado por la cárcel. El propio líder de Hamás en Gaza, Yahya Sinwar, obtuvo su libertad en el intercambio de 2011. «No es una cuestión política, para mí es una cuestión moral. Intentaré con todas mis fuerzas liberar a los que aún están dentro», declaró en 2018.3
Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos escapó al control de sus ejecutores. A lo largo de estos meses, en numerosas entrevistas y en su comunicado oficial de enero los dirigentes de Hamás han insistido en que los objetivos de las Brigadas Al Qassam eran militares: tomar la división Gaza del Ejército israelí (que es parte de su Comando Sur), así como otras posiciones militares subordinadas a ella ubicadas dentro de 22 kibutz que rodean Gaza y capturar soldados para negociar un canje de prisioneros. Lo que no esperaban era encontrar esos puestos militares casi vacíos, por lo cual tras entrar en territorio israelí no solo pudieron avanzar sin encontrar resistencia, sino que centenares de gazatíes no combatientes también cruzaron la valla, en lo que fue una verdadera fuga de la prisión.
A partir de ahí, y durante muchas horas, reinó el caos en la zona. Los numerosos jóvenes que rompieron las rejas de la prisión de Gaza –donde han pasado toda su vida hacinados, encerrados y bombardeados– invadieron los kibutz construidos sobre las ruinas de poblados palestinos destruidos en 1948, y vieron por primera vez las tierras robadas a sus familias expulsadas durante la Nakba. El resentimiento y la venganza que les habrá movido no justifica la violencia desatada, pero ayuda a explicarla y ponerla en contexto.
Lo que no hicieron, como han probado investigaciones independientes posteriores, es lo que el relato de la hasbara israelí diseminó para justificar el castigo colectivo que desató sobre Gaza desde el 8 de octubre: no hubo bebés decapitados, fetos arrancados de vientres abiertos, violaciones masivas en grupo y otros horrores difundidos por el cuestionado grupo Zaka. Sin negar los crímenes cometidos por palestinos –ni los posibles casos de violencia sexual–,4 las mencionadas investigaciones apoyadas por testimonios de sobrevivientes concluyeron que parte de las más de mil muertes israelíes (se estima otras tantas palestinas), así como la destrucción en los kibutz y en el lugar del festival de música cercano, fueron provocadas por las mismas fuerzas israelíes, que lanzaron toda su potencia bélica en cumplimiento de la directiva Hannibal.5 Es significativo que Hamás haya pedido desde el primer día una investigación independiente, mientras que el gobierno israelí rechazó todas las solicitudes internacionales y se ha negado a colaborar con ellas.6
En un exhaustivo reportaje del periodista estadounidense Jeremy Scahill,7 Ghazi Hamad (dirigente cercano a Sinwar) afirmó que Hamás no pretendía tomar como rehenes a civiles israelíes. Gershon Baskin, experimentado negociador israelí que jugó un papel clave en el intercambio de mil prisioneros palestinos por Gilad Shalit en 2011 y que mantiene contactos informales con miembros de Hamás, dijo a Scahill que Hamás no estaba preparado para recibir a tantos civiles y se vio sorprendido cuando otros grupos e individuos que invadieron Israel tomaron a un gran número de rehenes. «Desde el cuarto día de la guerra, yo ya estaba hablando con Hamás sobre un trato para liberar mujeres, niños, personas mayores y heridas (…) porque Hamás quería sacárselas de encima» dijo Baskin.
Hamad confirmó que las negociaciones comenzaron casi inmediatamente después del 7 de octubre: «Desde la primera semana, dijimos […] que queríamos devolver a los civiles, pero Israel se negó».8 Y añadió que en noviembre Hamás informó a los mediadores internacionales que estaba trabajando para localizar a más rehenes civiles tomados por otros grupos o individuos para poder devolverlos a Israel. «Les pedimos: “Por favor, dennos tiempo para buscarlos”», dijo Hamad. «Pero Israel no nos escuchó y siguió matando gente.» Netanyahu ya había decidido sacrificarlos en el altar de su relato terrorista y usarlos para justificar el genocidio, contando así con el apoyo de una indignada opinión pública occidental. Un año después, ha quedado claro que no tiene interés en recuperar a los rehenes y que solo se mueve por sus mezquinos cálculos personales.
La Liga Árabe presentó en 2002 una propuesta de paz en la cual ofrecía reconocer a Israel y normalizar relaciones a cambio de que ese país se retirara de los territorios palestinos ocupados en 1967. La propuesta fue reiterada formalmente en varias ocasiones (incluyendo durante esta crisis), y sigue sobre la mesa. Israel nunca la aceptó.
Como dato revelador, Hamás ha puesto en el primer lugar de su lista al preso palestino más popular: Marwan Barghouti, a quien ni Israel ni Mahmud Abás quieren ver liberado (aunque pertenece a Fatah, el partido de la Autoridad Palestina), pues las encuestas señalan que contaría con un amplísimo respaldo para liderar un gobierno de unidad nacional.
Esta demanda se ha vuelto más apremiante desde que la cantidad de detenidos se duplicó tras el 7 de octubre.
Aunque algunas denuncias iniciales cayeron por falta de pruebas consistentes, no puede descartarse que haya habido casos individuales, que deben investigarse; sin embargo, la violencia sexual no fue usada como arma de guerra por la resistencia palestina.
Según declaró el coronel israelí Nof Erez en una entrevista con el pódcast de Haaretz (15-XI-23), el Ejército israelí habría aplicado de forma «masiva» la directiva Hannibal, que ordena impedir la captura tanto de colegas como de civiles y su traslado a Gaza, incluso a costa de matarlos. Un artículo más reciente de Haaretz lo confirma.
La Comisión Internacional Independiente de Investigación (creada por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU tras la agresión israelí de 2021 a Gaza), en su informe presentado en junio sobre lo ocurrido desde el 7 de octubre, declaró que el gobierno israelí obstruyó sus investigaciones e impidió su acceso a Israel y a los Territorios Palestinos Ocupados.
«On the record with Hamas», julio de 2024 (Drop Site News).
A las tres semanas de la guerra, Sinwar propuso un amplio acuerdo para liberar «a todos los prisioneros palestinos de las cárceles israelíes a cambio de todos los prisioneros en poder de la resistencia palestina». Israel lo rechazó.
A propósito de ZAKA y otras «organizaciones de rescate»
Yo era un fabricante de mentiras
La manipulación de informaciones sobre lo sucedido el 7 de octubre tuvo entre sus vectores a organizaciones creadas para rescatar e identificar a víctimas de «atentados terroristas», entre ellas ZAKA.
A su fundador, el judío ultraortodoxo Yehuda Meshi Zahav, se lo conoció en su momento en su propia comunidad como «el Jeffrey Epstein jaredí», por su práctica habitual de abusar de jóvenes, tanto hombres como mujeres, pero los escándalos protagonizados por ZAKA han trascendido claramente lo sexual. Justo en octubre de 2023, un periodista estadounidense, Brad Pearce, había publicado una investigación sobre esta organización. La tituló «La verdadera historia de ZAKA» (The Wayward Rabbler, 18-X-23), y en ella hacía referencia a multitud de casos de corrupción y fraude relacionados con el grupo. Además de a los escándalos sexuales, que acabaron con el suicidio de Meshi Zahav, en 2022. «Nunca había visto una organización gubernamental tan opaca, siniestra y sospechosa», escribió Pearce.
Tras el 7 de octubre ZAKA se distinguió en otro plano: el de la manipulación de informaciones y la fabricación pura y dura de historias tiempo después se revelaron completamente falsas. Quien estuvo a cargo de esas operaciones de intoxicación fue el sucesor del violador serial Meshi Zahav, Yossi Landau. Fue él quien difundió las versiones sobre madres mutiladas, bebés asados en hornos, niños amputados y desfigurados delante de sus padres, mujeres violadas en masa, unos horrores atribuidos a los milicianos palestinos durante los ataques de hace un año. Investigaciones independientes como la de Al Jazeera evocada en estas páginas o del diario israelí Haaretz pusieron al descubierto las mentiras de Landau. Sin embargo, medios occidentales e israelíes, además de los más altos funcionarios del gobierno de Benjamín Netanyahu y las redes de las Fuerzas de Defensa de Israel, las repitieron a pie juntillas durante varias semanas y desde allí saltaron hacia el mundo validadas como fehacientemente comprobadas. Peor aún: se hicieron eco de ellas tanto el presidente de Estados Unidos Joe Biden como su secretario de Estado Antony Blinken, que al cabo de un tiempo debieron retractarse o al menos dejaron de mencionarlas. No solo ZAKA fraguó historias. También United Hatzalah, una organización rival que trabaja en el mismo campo. «En su propio intento por llamar la atención, el director de United Hatzalah, Eli Beer, maquinó la atrocidad quizás más absurda que se haya oído hasta ahora», apuntó en The Grayzone, una publicación digital de izquierda de Estados Unidos, el periodista Max Blumenthal (versión en español en ctxt.es, 13-XII-24). «Vimos a un bebé en un horno. Estos hijos de puta metían bebés en hornos y los encendían. Encontramos al niño unas horas después», contó Beer en Las Vegas ante la cumbre anual de la Coalición Judía Republicana el 30 de octubre. Al poco tiempo, Haaretz demostró que esos hechos nunca habían existido. Desde 2015, el diario progresista israelí viene publicando investigaciones sobre las irregularidades de ZAKA en todos los planos y sobre la rivalidad entre esa organización y United Hatzalah, un enfrentamiento basado sobre todo en la competencia por hacerse con las subvenciones del Estado de Israel y con fondos de los sectores más conservadores de la comunidad judía estadounidense. ZAKA llegó a inflar su número de integrantes (Landau declaraba unos 3.000, cuando en realidad tendría la tercera parte) para aumentar su porcentaje de financiación estatal. Otro medio israelí, Mako, había revelado en 2013 las maniobras de Meshi Zahav para desviar dinero de las subvenciones estatales recibidas por ZAKA en beneficio propio. Lo sucedido el 7 de octubre les sirvió tanto a ZAKA como a United Hatzalah para captar millones de dólares. Cuantas más atrocidades inventaban, más dinero recibían, señaló Blumenthal.
D.G.