La plaza de la justicia - Semanario Brecha
Chile: homenaje a los hermanos Julien, 47 años después

La plaza de la justicia

La plaza O’Higgins de Valparaíso, donde fueran abandonados los hermanos Anatole y Victoria Julien –de 4 y 1 año de edad, respectivamente–, pasó a contar ahora, tras un acto de reconocimiento público, con un recordatorio de ese caso emblemático del Plan Cóndor, que involucró a Uruguay, Argentina y Chile.

Victoria Julien en la plaza O’Higgins de Valparaíso, el 6 de diciembre Cristian González Farfán

Frente a la terminal de buses de Valparaíso se encuentra la plaza O’Higgins, cuya esquina nororiente, a las 6 de la tarde del viernes 6, está poblada de personas que no suelen frecuentarla. Hay un escenario, una maraña de cables, jóvenes probando sonido, muchas sillas y una placa de metal tapada, esperando ser descubierta. En el resto de la plaza, lo de siempre: personas que tienen su dormitorio ahí, vendedores ambulantes, caminantes que cruzan presurosos en diagonal, uno que otro jacarandá en flor y el monumento del prócer chileno Bernardo O’Higgins al centro. Al fondo, las casas colgantes de los cerros de Valparaíso, trenzadas por infinitas escaleras.

En diciembre de 1977, sin embargo, ese mismo espacio público fue testigo de un hecho conmovedor: una niña y un niño con tonada rioplatense habían sido abandonados en unos juegos infantiles que había en un rincón de la plaza. Eran los hermanos Anatole y Victoria Julien Grisonas: él de 4 años, uruguayo, y ella de 1 año y medio, argentina con ciudadanía uruguaya. Al tiempo se supo que ambos eran hijos de Mario Julien y Victoria Grisonas, militantes de organizaciones de izquierda uruguayas, secuestrados y desaparecidos el 26 de setiembre de 1976 por la última dictadura argentina.

A casi 47 años del caso ocurrido en Valparaíso, fruto de la trama oscura del Plan Cóndor, los preparativos en la plaza O’Higgins son para una ceremonia de inauguración de una placa en homenaje a los hermanos Julien. Será la primera vez que Chile reconozca el suceso en un espacio público. Y, al margen de que Valparaíso sea la ciudad donde ellos fueron dejados a la deriva, fue una familia chilena la que adoptó a los dos hermanos, sin entonces saber que eran hijos de desaparecidos: el matrimonio del dentista Jesús Larrabeiti (fallecido en 1999) y la educadora Silvia Yáñez, ambos de Valparaíso.

A modo de agradecimiento, los hermanos Anatole y Victoria llevan hoy los apellidos de sus padres adoptivos chilenos: en ambas cédulas de identidad figuran los apellidos Larrabeiti Yáñez.

LA CEREMONIA

Solo Victoria llega al homenaje. Anatole trabaja desde principios de año como fiscal en Arica, en el extremo norte del país, lo que le imposibilita viajar a Valparaíso. Pero ahí está sentada Victoria, en representación familiar, con sus ojos verdes levemente aguados, levantando sus brazos cuando se pronuncia su nombre, acompañada por su pareja, Renzo, y su pequeña hija Elena, atenta a los discursos y a las presentaciones de los músicos chilenos Carmen Prieto y Tata Barahona, quienes cantan una versión de «Luchín», de Víctor Jara, junto con la nueva Escuela Popular de Artes de Viña del Mar, en un momento de sumo recogimiento y silencio, salvo por los clásicos perros callejeros porteños que revolotean en la ceremonia.

Organiza el homenaje la agrupación Ex Menores Víctimas de Prisión Política y Tortura, con apoyo de la Unidad de Cultura, Memoria y Derechos Humanos de la Subsecretaría de Culturas del gobierno de Chile. Pero el verdadero artífice del acto de memoria ya no está en este plano terrenal: es Nelson Cabrera, más conocido como el Neco, ex preso político de la dictadura de Pinochet y luchador infatigable por la memoria y los derechos humanos en Valparaíso, fallecido en abril de 2023. «Fue el Neco quien me presentó a Victoria hace algunos años, en una actividad que hicimos en la municipalidad. Él propuso lo de la placa para contar la historia de ellos. Cuando nos despedimos, le dije a Victoria que haríamos algo en conjunto. Pero pasó el tiempo, vino la pandemia y ahora recién se pudo hacer», cuenta Viviana Fernández, vocera nacional de la agrupación de exmenores y quien, cuando era una menor de 14 años, fue detenida y torturada por la Armada en Valparaíso.

Cuando invitan al micrófono a Victoria, ella lleva un papel en la mano con un discurso ya preparado. Pero eso no le resta una pizca de emoción al momento. Lee el texto con voz temblorosa, como sabiendo que a partir de ese viernes no será lo mismo para ella pasar por la plaza O’Higgins.

Victoria ha vivido toda su vida en Valparaíso. Hoy tiene 49 años. Es psicóloga. Habla como chilena, se come las eses. Desde que su abuela paterna uruguaya, María Angélica Cáceres, dio con su paradero y el de su hermano, en 1979, Victoria visita a menudo Uruguay, donde recibe el cariño de sus tíos paternos y sus primos. Por acuerdo entre la familia biológica y la adoptiva, Victoria y Anatole se quedaron viviendo en Chile, pero con el compromiso de permanecer en contacto con la rama ancestral uruguaya.

Al descubrirse la placa, Victoria le devuelve el abrazo a quien se acerque para saludarla. La sonrisa no se le despega del rostro. «Hasta este momento la plaza era invisible para mí. Tenía una desconexión, pero, con la placa, ahora este lugar existe, ya no es lo mismo», cuenta Victoria.

—¿Lo sientes como un acto reparatorio?

—Ciertamente. Es un acto de memoria, es una forma de decir que esto sucedió y que hay que seguir buscando verdad y justicia, porque esto pasó hace una generación, no pasó hace 200 años.

—¿Qué relación tienes con tu familia adoptiva chilena?

—Bueno, mi papá falleció y yo vivo en Cerro Alegre con Silvia, mi mamá. La cuido. Ella ya es una persona mayor y necesita de más cuidado. Tuve unos papás maravillosos. Caí en unos brazos amorosos.

—¿En qué momento adoptaron los apellidos de ellos?

—A los 13 años fuimos con mi hermano a comparecer ante un juez para ver si deseábamos mantener nuestros apellidos chilenos y si queríamos ser parte de la familia como adopción plena. Los dos dijimos absolutamente: «Sí».

—¿Esta placa ayuda a curar el dolor o el dolor nunca acaba de sanar?

—El dolor pasa por muchos procesos. Va a acabar el día en que yo me muera. Eso no me ha impedido ser feliz. Yo no soy solo esto, soy muchas cosas más. Esta es una parte de mi vida que me conforma, pero no me define. Ahora soy mamá y tengo alegría de vivir. 

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