Mientras la atención de los medios ha estado fijada en la liberación, el domingo, de tres rehenes israelíes retenidas por Hamás, se habla mucho menos de la liberación de 90 palestinas de las prisiones israelíes, la mayoría de ellas detenidas durante meses sin ningún cargo en su contra. Los primeros intercambios del acuerdo de alto el fuego en Gaza debían ocurrir más o menos al mismo tiempo, pero Israel retrasó la liberación de la prisión de Ofer, en la Cisjordania ocupada, unas siete horas, con lo que dejó a las familias de las prisioneras esperando hasta la una de la madrugada.
Israel culpó del retraso a la Cruz Roja y funcionarios palestinos afirmaron que había un problema con la lista de prisioneras que Israel debía liberar. El proceso que rodeó la liberación estuvo marcado por la práctica de castigo colectivo característica del trato que Israel da a los palestinos en los territorios ocupados.
Miles de palestinos –incluidos familiares de las prisioneras, activistas y exprisioneros– se apiñaron en la plaza principal de Beitunia, cerca de Ramallah, esperando durante horas en el frío para recibir a sus seres queridos sin saber cuándo llegarían las 72 prisioneras (otras 12, que debían ser liberadas en Jerusalén Este, también fueron demoradas). La multitud encendió hogueras para mantenerse caliente y algunos jóvenes quemaron un montón de neumáticos en un intento de bloquear los esperados avances del ejército israelí.
Posteriormente, las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina vinieron a apagar los incendios para evitar dar a Israel una excusa para retrasar aún más el acontecimiento. Sin embargo, parecía que entre el ejército de Israel, que se había comprometido a impedir escenas de celebración en las calles de Cisjordania, y los colonos judíos, enfadados por la liberación de prisioneros palestinos, eran varios los ansiosos por que se pospusiera la liberación.
Durante el intercambio previo de cautivos en noviembre de 2023, autobuses de la Cruz Roja transportaron presos desde la prisión de Ofer al centro de Ramallah, donde fueron recibidos por una multitud. Esta vez Israel decidió transportarlos a Beitunia, en las afueras de la ciudad, en un intento de minimizar otra gran exhibición pública de orgullo nacional palestino.
Fue inútil: una vez que las fuerzas israelíes que acompañaban a los autobuses de la Cruz Roja se retiraron de la zona, después de haber intentado repeler a la multitud y haber lanzado gases lacrimógenos mientras los jóvenes palestinos les arrojaban piedras, inmediatamente se produjeron celebraciones masivas. Los fuegos artificiales iluminaron el cielo, mientras la gente coreaba consignas nacionalistas y ondeaba banderas palestinas y de Hamás. Muchos se subieron a los autobuses e intentaron abrir las puertas, hasta que llegó la Policía palestina a empujarlos hacia atrás (además, las fuerzas de la Autoridad Palestina detuvieron durante casi una hora a la periodista de Al Jazeera Givara Budeiri, que cubría los acontecimientos, tras la decisión de principios de este mes que prohíbe que la red opere en Cisjordania).
Cuando las prisioneras –cuyas edades van desde la adolescencia hasta los 62 años– desembarcaron y se reunieron con sus familias, algunas fueron llevadas a casa inmediatamente, mientras que otras se quedaron a hablar con las docenas de medios presentes. Llevaban chándales grises con el logotipo del Servicio Penitenciario de Israel que apenas habían sido lavados o reemplazados desde que las condiciones de los palestinos en las cárceles israelíes se deterioraron drásticamente, después del 7 de octubre.
Entre las liberadas que dieron su testimonio, incluso aquellas que no atribuyeron explícitamente su liberación a Hamás agradecieron al pueblo de Gaza por su sacrificio. «El apoyo a Hamás en Cisjordania no hará más que crecer», afirmó un periodista local. «Una y otra vez, se libera a los prisioneros solo gracias a los secuestros y los acuerdos de intercambio.»
Mientras miles de palestinos esperaban la salida de las prisioneras, los colonos israelíes comenzaron a atacar localidades de Cisjordania en «actos de venganza», en respuesta al acuerdo de alto el fuego y la liberación de prisioneras palestinas. Incendiaron vehículos y viviendas en las aldeas Sinjil y Ein Siniya, mientras que otros dañaron propiedades en Turmus Ayya y atacaron automóviles palestinos cerca de Al Lubban ash Sharqiya.
El ejército israelí había indicado antes de que el alto el fuego entrara en vigor que estaba «preparándose para posibles ataques en Judea y Samaria [el nombre colonial dado a Cisjordania] durante los 42 días del acuerdo», pero no parecía estar preparado –o no estaba dispuesto a prepararse– para la posibilidad de que la violencia viniera de los colonos.
«NO HAY VIDA EN LA CÁRCEL»
La prisionera más conocida liberada esta semana fue Khalida Jarrar, una exmiembro del Consejo Legislativo Palestino, de 62 años, que representaba en ese órgano al Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP). Jarrar, que había cumplido previamente cuatro penas de prisión, estaba recluida en detención administrativa sin cargos ni juicio en su contra desde diciembre de 2023. Incluso antes de esta detención solo tuvo una única sentencia en su contra y fue por pertenecer al FPLP. Durante su último período de encarcelamiento, fue mantenida en régimen de aislamiento durante meses.
Cuando Jarrar bajó del autobús, parecía agotada y enferma y le costaba hablar. «Es un sentimiento complicado. Es una alegría ser liberada y agradezco a todos por eso», dijo a los periodistas. «Por otro lado, hay dolor por la pérdida de tantos mártires [en Gaza]. Las condiciones carcelarias son extremadamente duras. Espero que todos los prisioneros sean liberados.» Su familia la llevó rápidamente al hospital para que le hicieran exámenes médicos.
Todas las que hablaron con la prensa resaltaron las duras condiciones que padecieron dentro de la prisión. «Esta es la primera vez en 14 meses que veo la luna y no es a través de las rejas; es muy extraño», dijo Janin Amro, de 23 años, que estuvo recluida en detención administrativa (sin juicio ni cargos en su contra) en la prisión de Damon. «Quiero volver a mi vida, a estudiar y trabajar, me queda un año más de universidad», añadió, rodeada de familiares que le habían colocado una corona de flores en la cabeza.
«No hay vida en la cárcel», continuó Amro. «Es un cementerio. No podés ver nada, no hay ropa, no se puede dormir bien; [los guardias] entran sin aviso a tu celda para hacer inspecciones, te tiran gas y te golpean. [Las condiciones son] inhumanas; ahí todo es muy difícil.» Antes de partir con su familia, agregó: «Espero que haya muchos más acuerdos y que todos vuelvan».
Hanan Malwani, de 24 años, estaba detenida desde setiembre sin condena por sospecha de incitación y apoyo al terrorismo. «Hoy somos liberadas gracias a la sangre de los mártires», dijo. «Nuestra felicidad es incompleta a causa de [la situación del] pueblo de Gaza, al que queremos agradecer por este logro».
Ola Joudeh, también de 24 años, estaba detenida desde junio sin condena por sospecha de incitación y apoyo al terrorismo. «Nos dijeron: “No digas nada. Si hablás, te enviamos de nuevo a prisión”.» «Fue muy duro. Abusaron de nosotros, nos ponían la cabeza en el suelo [con las muñecas] atadas. Entraban constantemente a las celdas para hacer allanamientos y registros y se llevaban todo lo que tuviéramos.» Abrazando a su padre, Joudeh mostró las marcas en sus muñecas dejadas por las esposas.
Amal Shujaiya, de 22 años, estuvo detenida durante siete meses sin condena por sospecha de incitación y apoyo al terrorismo. Describió el traslado entre prisiones el día de su liberación como «surrealista. Nos hicieron desnudar para revisarnos y se llevaron la ropa de algunas mujeres».
A pesar de no haber podido impedir las celebraciones, el ejército israelí –tal vez bajo presión de los líderes de los colonos– cortó casi todas las salidas de Ramallah en las horas posteriores a la liberación de las prisioneras, lo que dificultó el regreso de miles de personas a sus hogares, incluidas las prisioneras liberadas que no viven en esa ciudad. En algunos checkpoints había colas de horas, mientras que otros estaban cerrados completamente. En otras ciudades de Cisjordania se produjeron cierres similares, implementados tanto por el ejército como por los colonos.
En un chat grupal de colonos en las redes sociales formado antes de la liberación de las prisioneras, un miembro escribió: «Muchas de las terroristas liberadas dormirán esta noche en Ramallah y no en sus casas gracias a los bloqueos mantenidos por judíos virtuosos que se tomaron el trabajo de abandonar sus hogares y que no dejan que las terroristas anden por ahí libremente».
Si bien disfrutan del alivio de estar fuera de prisión y reunirse con sus familias, muchas de las liberadas temen volver a ser arrestadas, como sucedió con varios de los 150 palestinos liberados en el acuerdo de noviembre de 2023. Una pancarta colgada en la puerta de la prisión de Ofer y escrita en árabe, hebreo e inglés tal vez exprese mejor el espíritu del castigo colectivo de Israel a los palestinos, aun cuando muchos de los prisioneros que se encuentran dentro están recluidos sin juicio ni cargos en su contra. Con una referencia al salmo 18 (aunque la primera parte en realidad no es de la Biblia), dice: «La nación eterna no olvida. Perseguiré a mis enemigos y los atraparé».
(Publicado originalmente en inglés por +972 y en hebreo por Sikha Mekomit. Traducción al español de Brecha.)