La feroz represión del miércoles 12 de marzo contra los jubilados que marchaban en reclamo de mejoras salariales, la ampliación de la moratoria para jubilarse y la reinstalación de medicamentos sin costo llevaron al gobierno de Javier Milei a repensar su estrategia. La marcha del miércoles 19 a la plaza del Congreso fue frenada por un triple vallado metálico que impidió la cercanía de los manifestantes con la Policía y la Gendarmería.
El cambio reconoce dos motivos: por un lado, las primeras encuestas tras la represión del 12 mostraron repudios entre los propios votantes de Milei y, por otro, en la misma tarde del 19 en la Cámara de Diputados el oficialismo logró un triunfazo: la aprobación del decreto de necesidad y urgencia que avala el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para oxigenar la deuda externa. La oposición no logró ni siquiera el cuórum necesario para tratar la extensión de la moratoria jubilatoria. Mientras dentro del Congreso los representantes de La Libertad Avanza (LLA), Propuesta Republicana (PRO), del expresidente Mauricio Macri, un sector del radicalismo y el peronismo aliado a Milei celebraban, afuera los jubilados se manifestaban sin mayores incidentes con las fuerzas de seguridad.
La tensión se había respirado, sin embargo, durante toda la jornada del miércoles, como un eco de la violencia desatada una semana antes, cuando hubo 114 detenidos y casi 50 heridos, entre ellos el fotoperiodista Pablo Grillo, que recibió en su cabeza una bomba de gas lacrimógeno lanzada por un efectivo de la Gendarmería. La imagen de Grillo desangrándose recorrió el mundo y ocupó espacio en los medios internacionales junto a otra de una jubilada de 87 años, Beatriz Blanco, apaleada por un policía que la dejó inconsciente por unos minutos.
Esta vez la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, recurrió a la multiplicación de amenazas: requisas en los medios de transporte que ingresaban a la capital, carteles y altoparlantes en las estaciones ferroviarias que avisaban sobre represión a quienes se acercaran a manifestarse, pinzas policiales cortando calles. Fue eficaz. Los convocantes a esta nueva manifestación de apoyo a los jubilados –gremios de trabajadores estatales, la Central de Trabajadores Argentinos, movimientos sociales y piqueteros– habían llamado a quienes fueran a las afueras del Congreso a ser precavidos y protegerse con cascos, pañuelos, lentes. No fueron necesarios. El gobierno esta vez se cuidó de la mano dura teniendo en cuenta que este mismo año, a fines de octubre, habrá elecciones parlamentarias de medio término y LLA está explorando un acuerdo electoral formal con el PRO para reunir a la derecha ideológica y avanzar en reformas destinadas a eliminar los restos del tambaleante estado de bienestar, y no se puede permitir errores. La violencia y el miedo los han dejado, de todas maneras, bien instalados.
Con el politólogo Diego Sztulwark
Poner el cuerpo
—¿Cómo es posible que sean los estudiantes universitarios y ahora los jubilados los que encabecen la resistencia a este modelo y no aparezcan los sindicatos o una oposición política articulada?
—Los partidos políticos no encabezan la resistencia porque [Javier] Milei implicó una desautorización y una deslegitimación pública muy fuerte de esos partidos. Cuando Milei entra a la política lo hace por fuera de los partidos. Argentina había reconstruido con mucho esfuerzo la dinámica de la dominación bipartidista entre peronistas y radicales. Luego de que en 2001 se desorganizara ese bipartidismo, Mauricio Macri logró consolidar en su entorno una coalición opositora al peronismo, y durante ocho años hubo una alternancia en el gobierno entre el macrismo y el peronismo, conducido por Alberto Fernández. Eso es una dinámica bipartidista estructurada, un sistema político que mal que bien funcionaba. Milei no es una mera derechización. Es, además, una impugnación del bipartidismo, de lo que él llamó la casta. Todavía esa desautorización pesa sobre aquellos dirigentes políticos de la oposición. Tampoco creo que la sociedad acepte tan rápidamente que los partidos opositores estén al frente de la resistencia. Y los partidos no tienen ni la capacidad ni la voluntad para ser resistencia en este momento.
Respecto a los sindicatos, como siempre en Argentina existe una estructura de sindicalismo concentrado, muy ligado al mundo empresarial, muy negociador de sus propios privilegios, que lleva siempre una posición muy blanda, negociadora, transaccional. Y, aun así, se hicieron en Argentina dos paros generales y esta semana se anunció el tercero para abril.
—¿Quiénes quedan para la resistencia a este modelo?
—En 2024 los universitarios hicieron dos grandes manifestaciones que fueron muy paradójicas. Mostraron que hay una capacidad de defensa de lo público, pero no lograron provocar ningún efecto sobre la política de ajuste del presupuesto universitario. El 1.º de febrero hubo una manifestación muy grande en Buenos Aires y en muchos lugares del país que respondía al discurso de Milei en Suiza, en el Foro Económico de Davos, contra la llamada cultura woke, contra los homosexuales, contra el feminismo radical. Esa marcha puso las cosas en términos de fascismo y antifascismo. Se llamó «Marcha del orgullo antifascista y antirracista». Desde la cultura feminista y LGBTQ+, se planteó que solamente existen dos géneros de personas en Argentina: las fascistas y las antifascistas. Ese tono marcó un cambio en el clima social del país.
—¿Cómo se inscriben los jubilados en
este marco?
—No sé si los jubilados encabezan la resistencia. Marchan todos los miércoles por reclamos urgentes porque sobre ellos cae lo peor del ajuste. Y miércoles tras miércoles son reprimidos, con muy poca capacidad de convocar a otros sectores. Luego se acercaron grupos de hinchas de fútbol, básicamente del Club Chacarita, y les siguieron otras hinchadas. Digo hinchadas, no barras bravas, que están donde hay negocios. Son hinchas de clubes de fútbol reunidos en peñas, en asociaciones, que se convocaron por grupos de WhatsApp. Esas hinchadas aportaron un plus a una movilización que suma también a gremios de base, movimientos sociales, feminismos.
—¿Cómo se construyó esta era mileísta tan disruptiva?
—En 2019 el peronismo y sus aliados habían ofrecido una alternativa para frenar el programa del macrismo. Por las razones que fuera, el Frente de Todos no logró cumplir la base de ese programa, que consistía básicamente en detener la caída de los ingresos de los sectores populares. Otro elemento es que la sociedad argentina no es la misma después de la pandemia. Se incorporó al electorado una nueva generación, que es la generación del encierro y de un progresismo que en ese momento tenía por todo discurso el «quedate en casa».
Los sectores populares tenían que salir así a la calle a trabajar y se vieron vigilanteados, controlados, por sectores medios y medios altos que con un discurso progre policial les reprochaban qué hacían fuera de casa. Sumale a eso una intervención muy importante en términos de aceleración del mundo informacional y tecnológico. Las personas estaban encerradas no solamente en sus casas, sino también en las pantallas, en la nube, en internet, en los celulares, en el teletrabajo, y tenían una enorme capacidad de interacción sin vínculo corporal. Aparecieron todas las aplicaciones de pago y comercio virtual. Cuando terminó la pandemia, la gente salió de sus casas, pero nunca más de esas burbujas. Argentina ya no fue la misma. La incapacidad de volver a recurrir a la manifestación popular como instrumento de mediación política para resolver problemas dio lugar a una sociedad nueva. El mileísmo me parece bastante inseparable de esa situación nueva.
—Y ahora se retoma la movilización.
—La novedad de los últimos días fue la de los hinchas. Hinchas que tienen una idea del aguante totalmente distinta a la mileísta. El aguante del hincha es maradoniano, es de poner el cuerpo. Este plus de los hinchas está ligado a un plebeyismo argentino, que en ocasiones se manifestó políticamente, sobre todo a través del peronismo, otras a través de movimientos sociales como los piqueteros, y que hoy se está aparentemente manifestando a través de esta figura del hincha, de la camiseta de fútbol y de la cultura del aguante. Este nuevo movimiento social que se está reconstruyendo hasta ahora tiene dos grandes imágenes: la antifascista del 1.º de febrero y la del aguante de la hinchada del 12 de marzo pasado.
—¿Cómo caracterizarías al mileísmo?
—En la Argentina de hoy, el eje democracia o dictadura, derechos humanos o fascismo, para una mitad del país no es un eje importante. Son otras cosas las que está discutiendo. Milei dejó a una mitad del país descolocada. El macrismo tenía una máscara de republicanismo y, en cierta manera, cuidaba las formas. El mileísmo es aceleracionista, es una forma de gobernar que se desentiende totalmente de los mecanismos habituales de legitimación política. Normalmente, para legitimarte políticamente hacés dos cosas. La primera es negociar un cierto nivel de distribución material con la sociedad, aunque sea muy mínimo, y, por otro lado, das argumentos, explicaciones que convenzan por lo menos momentáneamente a una parte de la sociedad. Al mileísmo no le interesa la distribución económica ni la argumentación.
Con el sociólogo y antropólogo Pablo Semán
«Estamos frente a un cambio de régimen constitucional»
—¿Cómo caracterizarías al actual gobierno argentino?
—En 2023 yo decía que íbamos a un cambio de régimen constitucional. No se modificaba la Constitución escrita, pero sí el conjunto de prácticas que interpretan la Constitución y el repertorio de actores que se deja intervenir en esa Constitución. Ese cambio de régimen constitucional lo fueron consumando a todo lo largo del período, pero en esta represión lo completaron y lo radicalizaron. El cambio es que las organizaciones sociales como actores políticos son declaradas desde el gobierno como organizaciones delictivas. Desde el gobierno se coloca esos reclamos sociales al borde del crimen y las fuerzas de seguridad no tienen ningún tipo de supervisión ni límite.
—En ese marco llega la represión brutal a los jubilados, que pasa cualquier frontera.
—Creo que el gobierno buscó una represión lo más violenta posible porque quería directamente aniquilar la protesta social y mostrarles a las élites nacionales e internacionales que está dispuesto a hacer cualquier cosa. Buscaban un muerto. El gobierno no tiene una conducción clara de las fuerzas de seguridad, que, además, están mal pagas. Les dice: «Pase lo que pase, nosotros las vamos a apoyar». Patricia Bullrich ya hizo estas cosas en 2016 y en 2017, cuando, bajo el gobierno de Macri, reprimió las protestas contra la reforma previsional, y cuando se produjo el caso de Santiago Maldonado, un joven que desapareció en Chubut luego de una manifestación y cuyo cuerpo apareció más de dos meses después en un río. En ese momento ya hubo detenciones al azar, imputaciones falsas, falta de respeto a un protocolo de acción policial que ellos mismos definieron y ya era muy agresivo. Todo lo que pasó ahora ya lo habían hecho, pero esta vez lo hicieron en un grado superlativo. Para Macri había excesos en las protestas sociales, pero no eran condenables per se.
—¿Los jubilados son un nuevo actor de la resistencia social?
—No diría eso, pero tampoco lo desestimaría. En la dictadura las Madres de Plaza de Mayo no fueron la única resistencia. Hubo una resistencia fragmentaria. Más o menos en la misma época que las Madres aparecieron, en 1977 parte del movimiento sindical formó la llamada Comisión de los 25, que lanzó una huelga general tiempo después, y había también algunos movimientos territoriales. Durante el menemismo aparecieron los jubilados y más movimientos territoriales que empezaron en el interior del país y derivaron en los piqueteros.
Creo que el gobierno de Milei fue ofendiendo sucesivamente a distintos actores, y todos reaccionaron. Y ahora su gobierno está más débil para asimilar las consecuencias de las reacciones. Por dos razones: primero, porque la represión a los jubilados la manejaron de forma inaceptable, incluso para algunos de sus propios electores. Después, porque en el medio está el caso de la criptomoneda libra, que debilitó la credibilidad del gobierno. Y, por último, empieza a haber una cierta desconfianza en el esquema antiinflacionario del gobierno. De todos modos, el gobierno sigue beneficiándose de la ilegitimidad de los opositores y de la sorpresa y la incapacidad de reacción que tienen las resistencias.
—¿Por qué no aparece la oposición política?
—Porque carece de un recurso importantísimo: el prestigio, la legitimidad. Y porque no tiene ideas ni está dispuesta a renovarse. Los peronismos perdieron más del 10 por ciento de los votos, no les dieron ni las gracias a los electores, esperaron diez meses y salieron a putear. No es que no reaccionan, reaccionan mal.
—¿Está agotado el sistema político?
—El sistema político no es otra cosa que los actores del sistema político. No hay sistema político independiente de los actores. El déficit de legitimidad de los actores tradicionales –más el déficit de legitimidad que se está construyendo en los nuevos actores– puede llevarnos a una situación en que el sistema político no sea capaz de canalizar las demandas.
—¿Qué rol le asignás en ese contexto a la ola derechista que asola el mundo?
—Milei fue influido mundialmente, pero también es un influencer mundial, porque abrió las compuertas de lo que se podía decir. Milei en Europa es popular porque dice lo que no puede decir la extrema derecha europea. Y, por otro lado, el progresismo y la centroizquierda utilizan el hecho de que hay una ola global para esconder sus responsabilidades, aunque también hay izquierdas que ganaron después de la ola derechista, como en Uruguay. Y la tercera cuestión es el triunfo de Donald Trump, porque volvió a las políticas nacionales más geopolíticas que nunca. Ciertas variables duras de la geopolítica cambiaron totalmente y se volvieron contingentes. Los límites territoriales se volvieron dudosos. La dinámica de la globalización económica también cambió, porque empezó un ciclo proteccionista mucho más acentuado. Uno de los grandes actores de la geopolítica mundial, Europa, está muy debilitado. El progresismo sigue resignándose a que esto es un fenómeno mundial. ¡Mirá si la resistencia francesa hubiera dicho eso en 1941 frente a los nazis!