Trump y la autoestima china - Semanario Brecha
UN DRAGÓN CON MUY BUENA SALUD

Trump y la autoestima china

La autoestima es probablemente la principal baza con la que China cuenta para resistir el envite que Donald Trump lanzó desde su llegada a la Casa Blanca.

AFP, Tony Schwarz

A menudo se recurre a calificar como milagro la inmensa transformación que ha experimentado China en las últimas décadas. Sin embargo, el sustantivo que mejor puede resumir ese cambio es autoestima.

China ha recuperado aquel orgullo nacional que durante dos siglos permaneció constreñido por el sentido de la más profunda humillación. Prescribir que la estabilidad china responde a un pacto no escrito, cuyo fundamento es la promisión de progreso a cambio de docilidad social y que si lo primero falla también surgirá de forma automática la rebelión, pasa por alto que esa recuperación de la autoestima como valor primero de la revitalización nacional otorga a las autoridades un margen de maniobra y capacidad de resiliencia al alcance, hoy día, de muy pocos países.

Esa autoestima es, probablemente, la principal baza con la que China cuenta para resistir el envite de la nueva administración Trump. A principios de marzo, tanto el Ministerio de Asuntos Exteriores como la embajada china en Estados Unidos afirmaron que si lo que Estados Unidos desea es una guerra –ya sea arancelaria, comercial o de cualquier otro tipo–, China está dispuesta a luchar hasta el final. No es solo confianza en las capacidades económicas para enfrentar los cambios de humor arancelario del señor Trump, sino «cualquier otro tipo» de escenario, especialmente pensando en que a lo económico, comercial o tecnológico se le pueda sumar, como bien pudiera gestarse ya, presión estratégica o militar con el aval de una OTAN que el secretario general Mark Rutte se apura a instalar en Japón para que Tokio se sume a la estrategia indo-pacífica de la organización atlántica.

China sabe que puede perder, pero que esa pérdida es soportable. «El cielo no caerá.» Y no parece dispuesta a dar el brazo a torcer en ninguna cuestión fundamental. Habrá que verlo. Por lo pronto, China está claramente preparada y dispuesta a participar en una confrontación directa con Estados Unidos en el ámbito económico y comercial, incluso arriesgándose a una disociación y a interrumpir la cadena de suministro, en lugar de seguir cediendo a las demandas estadounidenses. Según un informe de Huachuang Securities, los aranceles de Trump a China podrían afectar las exportaciones totales de China entre un 7 y un 11 por ciento, mientras que el impacto en su PBI real podría oscilar entre 0,25 y 0,9 por ciento. Al mismo tiempo, los aranceles también podrían interrumpir el ritmo de la recuperación económica que sigue afrontando una cuesta bien empinada.

Pero aquella autoestima recuperada la provee de una doble confianza. Primero, la manifiesta capacidad para mantener la estabilidad política y social. Segundo, su crecimiento, aunque se vea afectado, no la catapultará hacia atrás. Por el contrario, como aconteció con la guerra tecnológica, con un aumento de las capacidades en este orden, podría tener el efecto añadido de un ajuste estructural que potencie tanto su autosuficiencia como la sustitución de mercados. Aunque las fuentes nacionales sean perfectamente reconocibles, no es previsible que renuncie a potenciar la inserción internacional. Es la estrategia de «doble circulación», adoptada años atrás para reducir su dependencia de Estados Unidos. Por el contrario, hoy Estados Unidos muestra un alto nivel de dependencia de China en muchos bienes de consumo sin que cuente con alternativas fáciles de sustitución en los mercados internacionales. La dependencia comercial de China se ha reducido del 67 por ciento en 2006 al 33 en 2023, y las exportaciones a Estados Unidos representan ahora solo alrededor del 15 por ciento de sus exportaciones totales. ¿Invulnerable? En absoluto, pero sin pánico.

A esa resistencia se suma la oportunidad que el conflicto representa en términos estratégicos. La hegemonía estadounidense está en muy serio entredicho. Primero en lo conceptual. Tanto tiempo defendiendo el orden internacional basado en reglas para ahora sepultar el sistema comercial multilateral basado en normas. Resulta que ahora es China la principal valedora y no porque se haya beneficiado fraudulentamente de ese proceso en el que proveyó de importantes beneficios a las multinacionales occidentales durante muchos años y asumió costes brutales en materia ambiental o de justicia social, sino porque en la voluntad de cooperación reside la mayor fuerza de su poder blando.

De continuar Trump por la misma senda, le será difícil evitar que la Unión Europea, Japón o Corea del Sur gestionen su «corazón partido» allegándose a China en lo económico y comercial. Y las proyecciones de China a partir de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y el Sur global, por más que haya incidentes de recorrido, se antojan perceptibles porque no solo defiende sus propios intereses, sino también –paradojas de la historia– un sistema comercial mundial en el que Estados Unidos parece ser el único descreído.

Las medidas de Trump en lo económico y en lo político, especialmente ese enconamiento con multitud de países y la retirada de los asuntos y las organizaciones internacionales, resuenan como antipáticas bravatas. China, que mira más allá de un mandato, tiene claro que nos hallamos ante un punto de inflexión capaz de engullir las pérdidas causadas por la guerra comercial, holgadamente compensadas por los beneficios estratégicos derivados de la petulancia trumpiana. Trump es una bendición para China.

Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China.

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