Donald Trump tomó la decisión sin precedentes de involucrar militarmente a Estados Unidos en una guerra en apoyo a Israel, aunque ya participaba en su guerra híbrida contra Irán. El 3 de enero de 2020 asesinó al general iraní Qasem Soleimani.
Las anteriores administraciones estadounidenses, tanto republicanas como demócratas, habían puesto límites a las iniciativas bélicas de Israel, aunque su ayuda militar fue incondicional y masiva desde los años 60.
Después de bombardear Irán, Trump impuso por primera vez un freno a Israel el 25 de junio, cuando ordenó que su aviación regresase a sus bases y respetase el alto el fuego, aunque siguió apoyando el aplastamiento de los palestinos en Gaza.
Desde el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás atacó Israel, la correlación de fuerzas se ha modificado radicalmente en Oriente Medio y ha dejado planteadas varias interrogantes. La más importante para el futuro de la guerra es si Irán negociará su programa nuclear con Estados Unidos o si romperá definitivamente con la Agencia Internacional de Energía Atómica y buscará construir una bomba atómica en instalaciones secretas y mejor protegidas.
Shlomo Ben Ami, exministro de Relaciones Exteriores de Israel, afirmó en un artículo (El País de Madrid, 6-VII-25) que solo la diplomacia evitará una bomba atómica iraní. «Si los iraníes aún no han construido la bomba es porque no han querido. Su nivel científico y tecnológico, sustentado en un rico capital humano, coloca al país muy por delante de Corea del Norte y Pakistán, que ya son potencias nucleares», sostuvo. Ben Ami escribió que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, «torpedeó dos veces una solución diplomática que los iraníes siempre han deseado, primero en 2018, cuando convenció a Trump de que se retirara del acuerdo nuclear firmado por [Barack] Obama en 2015 y cuyas disposiciones los iraníes estaban cumpliendo al pie de la letra, y ahora al iniciar una guerra en pleno proceso de negociación sobre un nuevo acuerdo nuclear». Concluyó que Netanyahu puede pasar a la historia como «el padre de la bomba nuclear iraní».
Dos países que renunciaron a armas de destrucción masiva, Irak y Libia, fueron desmembrados y sus lideres, asesinados.
A pesar de que Irán se encuentra en su momento de mayor debilidad desde la revolución islámica de 1979, sin botas en el terreno o una guerra civil devastadora no será desmembrado como también lo fueron Siria y Líbano. Trump no parece tentado por una guerra total contra un gran país de 1.650.000 quilómetros cuadrados y 90 millones de habitantes e Israel solo no puede librar una guerra terrestre contra Irán. El sentimiento nacional persa aparentemente fue reforzado por los ataques y el régimen ha aumentado su represión interna.
La interrogante sobre el arma nuclear va más allá de Irán. Pakistán debe estar preguntándose qué planes puede tener Jerusalén con respecto a sus ojivas nucleares islámicas. Turquía y Arabia Saudita, dos países poderosos con ambiciones regionales, no pueden eludir plantearse la cuestión del arma nuclear.
Los europeos mostraron una vez más su irrelevancia, a pesar de que Gran Bretaña, Francia y Alemania firmaron con Irán el acuerdo nuclear de 2015. París se limitó a manifestar preocupación por la situación creada y el canciller germano, Friedrich Merz, festejó: «Nos hacen el trabajo sucio».
UN LOBBY MUY EFICAZ
En su libro de 2007 El lobby proisraelí y la política exterior estadounidense, los profesores John Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, y Stephen Walt, de la Universidad de Harvard, afirman que en su campaña contra Irán Israel contó desde los noventa con la ayuda del lobby proisraelí en Estados Unidos. Integrado por unas 80 organizaciones de la diáspora y de la corriente evangélica de cristianos sionistas, ese grupo de presión es de los más influyentes en el Congreso estadounidense, junto con el lobby de las armas.
Según estos profesores, en aquella década «Israel y sus partidarios estadounidenses alentaron a la administración [de Bill] Clinton a llevar adelante una política de confrontación con Irán a pesar de que Teherán quería mejorar las relaciones entre los dos países. (…) Sin la acción del lobby, es prácticamente seguro que la política iraní de Estados Unidos hubiese sido muy diferente y más eficaz».
Mearsheimer y Walt estimaron que Clinton priorizó el proceso de paz de Oslo entre Israel y los palestinos y que para complacer a la derecha israelí endureció su política hacia Irán. A partir de 1995 le aplicó sanciones económicas. El gobierno de George W. Bush siguió con esta política. Irán sufre desde hace 30 años pesadas sanciones económicas. A iniciativa de Estados Unidos, los países occidentales no pueden comprar su petróleo ni comerciar con sus empresas y su sistema bancario está cortado del sistema de pagos internacional.
La cuestión nuclear también está en los orígenes de la guerra en Ucrania.
En 1994 Estados Unidos le impuso a Kiev un acuerdo tripartito por el cual tuvo que entregar a Rusia todas sus ojivas nucleares heredadas en 1991 de la disuelta Unión Soviética. A cambio, Rusia se comprometió a respetar las fronteras de Ucrania y a suministrarle uranio enriquecido para sus centrales nucleares.
George Bush padre y Clinton consagraron a Rusia como la única potencia nuclear en Europa del Este, aunque seguramente pensaron que el catastrófico gobierno de Boris Yeltsin la debilitaría de manera terminal. Entre 1992 y 1996 la inversión militar rusa cayó 90 por ciento y el Ejército perdió la mitad de sus efectivos, indicó el analista neoconservador Robert Kagan (Foreign Affairs, mayo-junio de 2022). Fue –escribió Kagan– «el período de mayor debilidad relativa [del Ejército ruso] en 400 años».
En el plano global, el objetivo de Bush padre y de Clinton de mantener dos superpotencias nucleares en el planeta también fracasó. La Guerra Fría había demostrado que era negociable la amenaza nuclear con solo dos superpotencias. Pero ha surgido una tercera, China, que va a complicar el control de armamentos.
CHINA, UN NUEVO JUGADOR
Estados Unidos tiene unos 1.200 misiles nucleares, Rusia unos 1.400, China alrededor de 600, pero cada año suma 100 misiles nucleares nuevos. A este ritmo, en una década tendrá tantos como Estados Unidos y Rusia. Aunque con los espectaculares avances tecnológicos y científicos chinos, el ritmo seguramente se acelerará. ¿Estados Unidos deberá aspirar entonces a tantas ojivas nucleares como las de Rusia y China sumadas?
Trump parece creer que su demostración de fuerza impondrá la paz en Oriente Medio. Pidió a Siria, Líbano y Arabia Saudita que adhieran a los Acuerdos de Abraham, por los cuales, en su primer mandato, Marruecos, Sudán, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin establecieron relaciones diplomáticas con Israel.
Israel impactó al mundo con sus proezas militares y de inteligencia. Los pagers explosivos que acabaron con la plana mayor de Hezbolá y los asesinatos de decenas de jefes militares y científicos nucleares iraníes con drones lanzados desde territorio iraní lograron crear la idea de que su principal agencia de inteligencia, el Mossad, como Dios, está en todas partes. Aunque la omnisciencia la tienen los satélites espías estadounidenses.
En el plano militar, Israel destruyó las defensas antiaéreas de Irán y tuvo absoluto dominio de su espacio aéreo; destruyó la infraestructura militar de Siria tras el derrumbe del régimen de Bashar al Asad; destruyó la capacidad misilística de Hezbolá; está acabando con los últimos bolsones de resistencia de Hamás; bombardea cada tanto a los hutíes de Yemen.
ISRAEL Y SUS LÍMITES
Nunca Israel fue tan poderoso y nunca los israelíes fueron tan prósperos, con sus empresas de alta tecnología civiles y militares. La diáspora nunca fue tan influyente en Occidente ni tan exitosa económica y culturalmente. Pero es un pequeño país de 10 millones de habitantes inserto en el mundo islámico, de 1.900 millones de personas. Su potencia militar depende de Estados Unidos. Y en el seno del propio movimiento Make America Great Again de Trump ya se alzan voces contra el involucramiento militar con Israel, que no se corresponde con los intereses estratégicos de Estados Unidos. En ocasión de la invasión de Irak de 2003, exponentes de la derecha estadounidense como Pat Buchanan y Michael Novak denunciaron que se estaban defendiendo los intereses del Likud israelí y no los nacionales.
El siglo estadounidense está en su ocaso y el siglo asiático es imparable, afirma el exdiplomático y analista singapurense Kishore Mahbubani en su libro Has China won? China ya es la primera potencia en su capacidad de producción de bienes, «tres veces mayor que la de Estados Unidos, una ventaja decisiva en la competencia militar y tecnológica» (Foreign Affairs, mayo-junio de 2025), dicen a su vez Kurt Campbell y Rush Doshi, dos exfuncionarios de la administración de Joe Biden encargados de China en el Departamento de Estado y en el Consejo de Seguridad Nacional. Mahbubani escribe que entre las grandes civilizaciones asiáticas, la islámica es la que aún no resolvió su relación con la modernidad. Países como Indonesia, Malasia y Bangladesh están marcando el camino, afirma.
Israel debe recordar otro período de su anterior historia en el que alcanzó enorme riqueza y poder. Fue bajo el reino de Herodes el Grande, que supo mantener excelentes relaciones con sus soberanos, los emperadores romanos. En su Historia de las guerras judías, Flavio Josefo relata la magnificencia de las obras edilicias de Herodes. Aunque sus cifras no son muy confiables, Josefo afirma que 3 millones de peregrinos afluyeron al templo de Jerusalén en el año 20 antes de nuestra era para celebrar la Pascua. Palestina se encontraba en el cruce de las rutas comerciales de las provincias más ricas del Imperio romano.
Cuando el imperio deificó a sus emperadores, los zelotes judíos se rebelaron y masacraron a la guarnición romana de la fortaleza de Masada. Estallaron dos guerras sucesivas en las que los judíos sufrieron una hecatombe y la destrucción del templo. Según Josefo, en la guerra murieron 1.197.000 judíos, 97.000 prisioneros fueron conducidos a Roma para ser vendidos como esclavos o gladiadores y 2 millones, en su mayoría fariseos, sobrevivieron en Judea y Samaria.
Israel debe desconfiar de sus zelotes contemporáneos, Netanyahu, Itamar Ben-Gvir, Bezalel Smotrich, Israel Katz. Su supervivencia a largo plazo depende de la diplomacia y no de la guerra permanente. La limpieza étnica de los 5,6 millones de palestinos de los territorios ocupados es irrealizable y nunca será aceptada por el mundo islámico. La paz es posible, si no en dos Estados en uno solo, como Sudáfrica. Y si prevalece la diplomacia, también es posible su integración pacífica junto al mundo árabe musulmán. Forma parte de la resolución del problema que estos tienen con la modernidad.