La necesidad de un internacionalismo renovado - Semanario Brecha
Las grietas en el muro de la ONU y la apuesta por una izquierda internacionalista, anticolonialista y antirracista

La necesidad de un internacionalismo renovado

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Hace casi 80 años, los países del mundo decidieron fundar una casa para el gobierno global –la ONU– y reglas para organizar nuestra convivencia en paz –derecho internacional, derecho internacional humanitario, derechos humanos–. Pero no necesitamos que pasara mucho tiempo para notar las grietas en el muro de esa gran arquitectura normativa.

Hoy, más que grietas, lo que estamos viviendo es una descomposición acelerada y violenta de ese, nuestro gobierno global. El genocidio en curso contra el pueblo palestino es quizás la más obscena de todas las expresiones del derrumbe. Históricamente hemos observado un doble rasero en la aplicación de las reglas internacionales que divide el mundo entre quienes tienen derecho a desarrollar programas nucleares y quienes están sancionados por hacerlo, entre quienes tienen derecho a imponer aranceles saltándose las reglas del comercio internacional y quienes son castigados con sanciones y aranceles, entre quienes pueden industrializarse sin propiedad intelectual y quienes solo podrán insertarse globalmente desde una relación de subordinación, condenados a vender materias primas. La lista es larga, pero la conclusión es corta: el gobierno global no se creó para asegurar la igualdad entre países, sino para sostener un statu quo que garantizara el gobierno de los poderosos. Y hoy está quedando más claro que nunca el peligro que esto implica para los Estados que no tienen poder estructural.

Nuestro país es uno de ellos. No contamos con poder militar ni económico. Dependemos del éxito del multilateralismo para garantizar nuestra seguridad e integridad como nación. Y nuestro futuro –al igual que el de otros pueblos pertenecientes a naciones sin poder estructural– depende de qué tan bien pueda el derecho internacional garantizar la autodeterminación de los pueblos. Por tanto, lo que ocurra en la casa del gobierno global sigue siendo determinante para nosotros. Y si bien de alguna manera la intervención del gobierno de Uruguay en la recientemente inaugurada asamblea de la ONU incorpora esta idea de necesidad urgente de rescate del multilateralismo, o incluso describe las características que nuestro país tiene para ofrecerle al multilateralismo, hace falta muchísimo más para hacer de este desafío algo propio. Entre otras cosas, Uruguay debe comprender que las diferentes y renovadas formas de colonialismo, racismo y supremacismo son hoy los principales obstáculos para garantizar no solo la autodeterminación de los pueblos, sino el cumplimiento del derecho internacional.

Entender lo crítico de esta coyuntura es imprescindible para saber dónde pararse y cómo aportar. Y Uruguay es muchas cosas, no solo el gobierno. Uruguay es su pueblo, sus organizaciones sociales, sus sindicatos, sus partidos políticos. Esa vida sociopolítica efervescente que posee nuestro país también debe reclamar su lugar en el proceso de hacer de la autodeterminación de los pueblos algo tangible y alcanzable para cualquier pueblo del mundo. En eso, Uruguay tiene el poder de la palabra, de la negociación y de la incidencia política.

Las enormes dificultades que el gobierno uruguayo tiene para nombrar las cosas como son abonan esta tesis de no comprensión de lo que implica el colonialismo, el racismo y el supremacismo; de lo que implicó para otros pueblos, pero también de lo que implicaría para nosotros como pueblo si nos ocurriera lo que hoy le ocurre al pueblo palestino.

Este contexto que vivimos debiera ayudarnos a pensar y repensar nuestra política internacional, ya no solo como Estado, sino como pueblo organizado. No es verdad que la política internacional solo se ejerza en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Las organizaciones y movimientos sociales, los partidos políticos y el sistema político en su conjunto construyen constantemente política internacional. Esta construcción ha sido determinante en forjar la solidaridad internacionalista en tiempos de dictadura cívico-militar y fue gracias a estos lazos tejidos internacionalmente que se garantizó la integridad física de muchos militantes perseguidos por la dictadura. Esta solidaridad internacionalista también fue estratégica y clave en los procesos de construcción de verdad, memoria y justicia aquí en el Cono Sur. Los movimientos sociales practican esta solidaridad internacionalista de manera permanente, construyen mecanismos de respuesta frente a urgencias, salvoconductos, comunicados, articulaciones políticas. También construyen internacionalismo más allá de las acciones de solidaridad. Esa construcción ha llevado a recorrer caminos –no exentos de tensiones– de diálogo con fuerzas políticas de izquierda con un reconocimiento mutuo de los diferentes lugares que ocupan como actores sociopolíticos; un camino de intercambio de propuestas, de debate germinal, de demandas y reclamos. Y en ese encuentro y desencuentro también hay internacionalismo.

En este sentido, el papel del Frente Amplio (FA) resulta central y puede tener un rol estratégico en la reafirmación de un internacionalismo que se actualice a la luz del contexto político actual. La idea de que una fuerza política con la diversidad, pluralidad y unidad que posee el FA debe mantenerse a la retaguardia de un gobierno de su signo político en funciones es conservadora y expresa una voluntad de inamovilidad. Lo estático es lo opuesto a la construcción frenteamplista. Este contexto, más que prevenir a la fuerza política de expresar sus ideas en debate, debería servir para organizar el debate y potenciarlo para generar un internacionalismo renovado.

En el marco del congreso del FA Rodney Arismendi de 2016, la fuerza política avanzó en una actualización ideológica al declararse antipatriarcal –algo impensado hace pocos años y algo aún inconcluso respecto de cómo se traduce en la práctica política– y reafirmó el principio antimperialista. Son muchas las menciones que se hacen al internacionalismo como parte constitutiva de la política internacional del FA y a que esa política internacional de izquierda y frenteamplista «debe estar al servicio del pueblo, con el pueblo y para el pueblo». Si quisiéramos tirar de ese hilo (y es preciso hacerlo), podríamos profundizar en qué significa hoy ser una fuerza política de izquierda e internacionalista.

Hay, al menos, dos claves en las que poner el foco. Por un lado, la izquierda tiene que poder definirse como anticolonialista. Aquellos pueblos que son objeto de esa política internacional no son solo pueblos, son pueblos oprimidos, colonizados, segregados. Una política internacional de izquierda debe abogar por un internacionalismo anticolonialista. Esto implica desafiar todas las formas de dominación, explotación y opresión a manos de fuerzas y potencias coloniales, rechazar los vínculos coloniales pasados y denunciar los actuales. Y el objeto de un internacionalismo anticolonialista no debe ser otro que la liberación, la autodeterminación y la justicia.

Por otro lado, una política internacional frenteamplista debe también retratarse como antirracista. La ocupación, el apartheid y el genocidio son todas prácticas opresoras enraizadas profundamente en el colonialismo, el racismo y el supremacismo, y hoy se expresan con dramática claridad en Palestina. La denuncia de estas opresiones hoy está siendo puesta en cuestión. Por eso es tan importante recuperar debates que tuvieron lugar en contextos de luchas por la liberación y la descolonización tanto en África como en el Caribe o en otros países de América Latina.

Y como teoría y práctica deben ir de la mano, para que los principios hagan carne, tenemos que ser capaces de traducirlos en acciones y lineamientos. ¿Qué significa para el FA declararse anticolonial y antirracista? ¿Qué nudos propios debemos desatar y resolver para entender las opresiones que viven otros pueblos? ¿Cómo nos entendemos más allá de la colonia? ¿Cómo tejemos puentes con fuerzas políticas de otros países que luchan por la descolonización? ¿Qué entendemos que es la liberación para un pueblo oprimido?

No podremos comprender las dinámicas globales sin estas claves. Y si no las comprendemos, estamos condenadas y condenados a no actuar en consecuencia. No se trata de un gesto simbólico, sino de un imperativo estratégico. Recuperar estas categorías en el pensamiento y la acción política de la izquierda es una tarea urgente. El FA tiene el legado, la historia y las herramientas para hacerlo, pero requiere apertura, debate y, sobre todo, voluntad y coraje.

Para una práctica política de izquierda no alcanza con no ser racista y no ser colonialista: hace falta ser abiertamente anticolonialista y antirracista.

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