«La liberación de Palestina es inseparable de la lucha contra el capitalismo global fósil» - Semanario Brecha
Con Hamza Hamouchene, investigador y activista argelino

«La liberación de Palestina es inseparable de la lucha contra el capitalismo global fósil»

Coordinador del Programa Norte de África en el Transnational Institute y autor de numerosos artículos y libros, Hamouchene visitó Montevideo para asistir a una reunión internacional y conversó con Brecha sobre la causa palestina y sus vínculos con la justicia climática y ambiental.

Hamza Hamouchene. Magdalena Gutiérrez.

Estamos haciendo esta entrevista cuando se cumplen dos años de la ‘fuga de la prisión’ que fue el 7 de octubre de 2023 (7-O). La Franja de Gaza ha sido destruida por un genocidio que también ha desencadenado el mayor movimiento mundial de solidaridad con Palestina de la historia. ¿Cuál es tu valoración general?

—Es una pregunta muy amplia, pero creo que es importante analizar lo ocurrido el 7-O desde la perspectiva de la resistencia anticolonial: fue un inspirador acto de resistencia del pueblo palestino contra el colonialismo israelí, el apartheid, la ocupación y el despojo. Creo que es muy importante decirlo, porque en los primeros días y semanas escuchamos el discurso: «Hamás es terrorista, esto es violencia», olvidando el contexto más amplio, la perspectiva histórica: 100 años de colonialismo desde el Mandato británico, siete décadas de colonialismo de asentamiento, ocupación y apartheid.

El 7-O tuvo muchos efectos. Logró volver a poner sobre la mesa la cuestión palestina, que había sido enterrada. Se hicieron muchos esfuerzos para liquidar la causa palestina. Lo vimos a través de los Acuerdos de Abraham (2020), que Donald Trump impulsó entre Israel y Marruecos, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin, Sudán, y estaba próximo a firmarse uno con Arabia Saudita. La resistencia palestina intervino, en primer lugar, para detener esa ola de normalización con los regímenes árabes, especialmente Arabia Saudita, uno de los actores más importantes a nivel regional y geopolítico. Si la normalización hubiera seguido adelante con Arabia Saudita, habría sido un duro golpe para el pueblo palestino. Ahora se está renovando el debate sobre la causa palestina, la resistencia, las cuestiones en torno a la lucha armada y las formas pacíficas de luchar. El 7-O demostró que el colonialismo israelí no es invencible.

Pero, al mismo tiempo, hemos presenciado una destrucción total y absoluta. Y no es solo genocidio, es ecocidio, y es lo que algunos llaman holocidio: la aniquilación de todo el tejido social y ecológico de la vida. Los hechos del 7-O fueron la oportunidad para que Israel impulsara su proyecto genocida de eliminación en el contexto de la fascistización, tanto en Israel como en el mundo con la llegada de Trump a la Casa Blanca.

Es muy difícil en estos tiempos tener esperanza. Pero hemos visto, a partir de experiencias previas de lucha anticolonial, desde Haití hasta Argelia, Vietnam y Sudáfrica, cómo la liberación puede llevar décadas. En Argelia el colonialismo francés duró 132 años; pero la gente mantuvo la esperanza, resistió de diversas maneras y terminó poniendo fin al régimen colonial. Esta es mi esperanza para el futuro de Palestina.

Quería preguntarte sobre el papel de la violencia palestina en general y en el 7-O en particular, porque el otro bando dirá: «Bueno, este discurso de lucha anticolonial, cuando Hamás mató niños o secuestró civiles (que es ilegal), demuestra plenamente que a Hamás no le interesa la resistencia, que simplemente odia a los judíos».

—Hamás es parte integral del tejido social y político palestino, no es algo ajeno o aislado, y ha liderado la resistencia palestina en las últimas décadas, nos guste o no. Tiene una ideología islamista, pero no es rígida ni reaccionaria, como indican los estereotipos occidentales dominantes. Por supuesto, a nivel social, hay cosas que las fuerzas de izquierda podemos y debemos criticar. Como izquierdista, habría preferido que la resistencia anticolonial la lideraran los marxistas, los comunistas y los izquierdistas radicales, pero esa no es la realidad. Las fuerzas izquierdistas, nacionalistas y laicas desempeñaron un papel en los años sesenta y setenta, pero han sido debilitadas y asesinadas por el imperialismo, y también por el ataque más amplio contra el nacionalismo árabe en la región, que era un proyecto izquierdista emancipador. Los islamistas, no solo en Palestina, llenaron ese vacío con una retórica antioccidental, a veces también antimperialista, planteando cuestiones nacionalistas. En Palestina hay fuerzas de izquierda (como el FPLP), pero mucho más pequeñas.

Volviendo a la cuestión de la violencia, al principio hubo muchísima propaganda y mentiras: Hamás violó mujeres, mató y quemó niños. Sin embargo, posteriormente se demostró y documentó, incluso por los propios israelíes, que no hay pruebas de tales hechos.

Hubo niños asesinados y secuestrados.

—Sí, por supuesto. Hubo cosas que podemos decir retrospectivamente que no deberían haber sucedido. Pero no olvidemos que Hamás no controló al 100 por ciento lo que ocurrió el 7-O, porque, en el momento en que rompieron el bloqueo, otras personas no afiliadas a Hamás entraron, saquearon, cometieron actos violentos, asesinaron personas. Eso no significa que Hamás no haya cometido crímenes de guerra, pero debemos ubicar esa violencia dentro de la violencia más grande del colonialismo.

Siempre traigo a la discusión dos citas para hablar del contexto histórico, para entender por qué se enfoca tanto en la violencia de los colonizados, de los oprimidos, de las propias víctimas y se dice que son terroristas. No solo ocurre con los palestinos, sucedió desde los grupos esclavistas. Walter Rodney, un marxista caribeño, preguntaba con qué barómetro moral juzgaremos la violencia del esclavo contra su amo al tratar de romper las cadenas de la opresión y la injusticia. La mayor violencia es la violencia del statu quo colonial, del sistema esclavista, del despojo, de la servidumbre, de los opresores. No se pueden equiparar.

La otra cita es de una famosa película, La Batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo. Allí hay una escena famosa en la que el general Massu, el paracaidista francés que llegó para reprimir la guerrilla en Argelia en 1957, abatió a uno de los cerebros de la Batalla de Argel, Mohammed Larbi Ben M’hidi. Organizaron una conferencia de prensa con Larbi Ben M’hidi, y allí estaba este periodista que le preguntó: «¿No crees que es cobarde poner bombas en las cestas de las mujeres y matar a niños y mujeres?». Larbi Ben M’hidi, en una contundente respuesta, dijo: «¿No crees que es aún más cobarde lanzar bombas de napalm sobre aldeas enteras e indefensas, matando a miles de civiles?». Y añadió: «Dame tus bombarderos y te daré mis cestas».

Si juzgamos las cosas simplemente desde una perspectiva moralista, no política, no emancipadora, condenaremos toda forma de violencia. La violencia en sí misma debería denunciarse en un mundo perfecto, pero no vivimos en un mundo perfecto. La violencia nos rodea: violencia del imperialismo, violencia del capitalismo, violencia del colonialismo agonizante en la Palestina actual. ¿Esperan que las víctimas se queden de brazos cruzados, acepten su destino, mueran y desaparezcan? Para mí, el 7-O es fundamentalmente un acto de violencia revolucionaria.

El otro punto que quería añadir es la cuestión de la islamofobia. La he visto internalizada incluso en círculos de la izquierda radical en Europa. Creo que el trabajo antiterrorista de EE.UU. y Occidente contra las insurgencias ha sido internalizado por mucha gente de la izquierda, asumiendo que cualquier islamista es directamente un terrorista. No hay que analizarlo con sutileza para ver que algunos movimientos islamistas son mucho más moderados que otros. Algunos islamistas han evolucionado y su ideología también, incluyendo a Hamás, que en su carta [fundacional] de 1988 podría decirse que es antisemita; pero en su segunda carta [2017] avanzaron e incluso aceptaron la idea de dos Estados. Pero a Israel le importa un bledo. Incluso si los hechos del 7.O no hubieran sido liderados por Hamás, sino por la izquierda secular, Israel y sus aliados en el Occidente imperial habrían encontrado otra justificación para cometer el genocidio.

Es fácil para ellos, porque han preparado el terreno con décadas de islamofobia y normas antiterroristas para equiparar todo el islamismo con el Daesh. Pero Hamás es un movimiento político con una ideología, estrategia, planes y tácticas; cambia, se adapta a las presiones internas y externas.

—Creo que esto también se relaciona con el pensamiento de Frantz Fanon sobre la violencia. A menudo en Occidente hay una crítica reduccionista de las ideas de Fanon, o tal vez una visión estereotipada de sus ideas sobre la violencia revolucionaria.

—En Occidente, Fanon ha sido reducido por muchos a un profeta de la violencia de los oprimidos. Además, incluso desde la academia y los círculos progresistas críticos, existe una tendencia a despolitizarlo, a reducir su pensamiento en muchos aspectos. Fanon, acertadamente, situó la violencia de los oprimidos y colonizados en el contexto más amplio de la violencia colonial. Decía: «El colonialismo es un sistema maniqueo. Genera violencia, engendra violencia, y solo se lo confrontará con violencia». Porque, si se ejerce violencia a diario, por supuesto, habrá resistencia. Para él, era lógico que los colonizados y oprimidos se alzaran con violencia contra sus opresores para liberarse y también para recuperar la confianza en sí mismos, para recuperar su dignidad, para volver a ser seres humanos.

Pero él no veía la violencia como un fin en sí mismo. No era contra los blancos en sí, sino contra el sistema colonial. La violencia revolucionaria liberaría tanto a los colonizados como a los colonizadores. El análisis de Fanon sigue siendo muy relevante para comprender que ese sistema violento genera violencia y necesita ser confrontado con violencia. Pero hay una tendencia, como dije, a despolitizarlo o a reducir su pensamiento a: «a este tipo le encanta la violencia».

Escribiste un artículo conectando la lucha palestina con la liberación vietnamita y argelina. Hablanos de esas relaciones.

—Escribí ese artículo vinculando las revoluciones vietnamita, argelina y palestina en noviembre de 2024 debido a los debates que he visto en Occidente sobre la resistencia palestina y cómo todo se reduce a una violencia bárbara. Pensé que era importante ubicar la resistencia palestina en esa larga ola de luchas anticoloniales que se remonta a las revoluciones asiática, vietnamita, argelina, sudafricana y de otras partes del mundo. Pero también para mostrar los vínculos entre las diversas revoluciones, porque estas no ocurren en el vacío. Hay solidaridad internacional entre las diversas luchas: las personas aprenden y se inspiran mutuamente.

Un ejemplo de esto es la batalla de Dien Bien Phu, donde los vietnamitas derrotaron y aplastaron al ejército francés. Fue la primera vez que el pueblo comprendió que el colonialismo francés no era invencible. Eso inspiró a todo el mundo, especialmente África, donde Francia tenía muchas colonias. Una de ellas es Argelia. De hecho, muchos nacionalistas argelinos de la época decían que el Viet Minh nos mostró que la lucha armada era el camino a seguir, y teníamos confianza en que podíamos lograrlo. De hecho, la batalla de Dien Bien Phu tuvo lugar en mayo de 1954; la revolución argelina comenzó en noviembre, solo seis meses después. También los estibadores y trabajadores portuarios en Argelia y Marruecos realizaron acciones de solidaridad con los vietnamitas: detuvieron el envío de armas y otros materiales al colonialismo francés. Es lo que estamos viendo hoy por Palestina. Aunque todavía no veamos los frutos. Aun así, inspira a más personas, a las nuevas generaciones, a actuar, a aprender sobre Palestina, a hacer más.

Los israelíes y sus aliados imperialistas están tomando nota y no quieren que esta solidaridad se intensifique y se convierta en un problema. En parte veo las negociaciones de estos días en el contexto de intentar absorber la energía de esa solidaridad internacional, pero no creo que debamos dejarnos engañar; la solidaridad debe continuar hasta que la entidad sionista sea desmantelada.

En toda lucha anticolonial –por ejemplo, en Nigeria, Vietnam, Argelia, Haití o Sudáfrica– se dio un proceso de deshumanización de los colonizados por parte de Occidente. Se usó un lenguaje muy fuerte al describirlos como salvajes, como bárbaros que aman la violencia. Lo hemos visto en Palestina: se centraron en la violencia bárbara de Hamás y la utilizaron para justificar el genocidio y la destrucción. Ese elemento siempre está presente en toda lucha anticolonial. En Sudáfrica, Nelson Mandela, el líder que ahora es amado por Occidente, utilizó la lucha armada entre otras tácticas. Dijo: «No son los colonizados ni los oprimidos quienes deciden el uso de la violencia. Siempre son el opresor y el colonizador quienes deciden los medios de lucha. Si el colonizador quiere paz y procesos pacíficos, podemos negociar, podemos hacerlo». Pero normalmente no es así.

También el uso de la comida y el hambre como arma para aplastar la resistencia anticolonial ocurrió en Vietnam. Los militares franceses tenían una intención clara: sabían que se mata la resistencia matando de hambre a la gente, destruyendo su agricultura, sus reservas de alimentos; y lo hicieron. Hoy en Gaza vemos cómo Israel lo hace de una manera mucho más cruel e inhumana, extrema.

Los franceses en Indochina tenían clara su estrategia y decían: «Si perdemos aquí, perderemos nuestras colonias en África». Lo que ocurre hoy es exactamente lo mismo: Israel y su principal aliado, Estados Unidos, intentan mantener la línea imperial en Oriente Medio. Es una zona geoeconómica y geoestratégica muy importante debido a los combustibles fósiles y a todas las rutas comerciales, tanto marítimas como terrestres. Estados Unidos e Israel, con lo que están haciendo contra Palestina y contra el Eje de la Resistencia –incluyendo Irán, Yemen, lo que han hecho en Siria y luego con Hezbolá– están tratando de mantener su línea imperial de dominio en la región.

Es fundamental situar la liberación de Palestina en ese contexto. No es simplemente una cuestión de derechos humanos ni de libertad para el pueblo palestino. Claro que es eso también, pero es sobre todo una lucha contra el imperialismo estadounidense y contra el capitalismo fósil global.

¿Hay una conexión entre lo que ocurre en Palestina, el resto del mundo árabe y el resto de Oriente Medio, por ejemplo, en cuanto a la restricción a la democracia que ha existido desde la descolonización de esos países, que también coincide cronológicamente con la fundación de Israel y el papel del imperialismo estadounidense en la región?

—Es una buena pregunta. Desde mi punto de vista, es recíproca. No habrá liberación de Palestina sin la liberación de otros pueblos árabes de la dictadura militar, de los regímenes vendidos y de las monarquías reaccionarias del Golfo. Pero, al mismo tiempo, no habrá liberación para la región ni para el pueblo árabe sin la liberación de Palestina. Estas dos causas están dialécticamente entrelazadas. Desde el principio fue un asunto de liberación árabe: se lo ​​llamaba conflicto árabe-israelí. Ha sido disociado por muchos factores a lo largo de los años, pero ha cobrado protagonismo. Nos estamos dando cuenta, como pueblos y fuerzas progresistas árabes, que es mucho más importante que nunca plantear la liberación de Palestina y la liberación del pueblo árabe como un asunto interrelacionado.

Las dos oleadas de levantamientos árabes están vinculadas a eso. Lo que se llamó la Primavera Árabe comenzó en 2010-2011 en Túnez y Egipto, y luego se extendió a otros países: Siria, Yemen, Jordania, Marruecos. Luego hubo una segunda ola en 2018-2019 con Sudán, Argelia, Líbano e Irak. La gente se alzó contra regímenes autoritarios y corruptos que se habían apoderado de la riqueza y servido a agendas neocoloniales. Lo que sucedió con esas dos oleadas fue el éxito de la contrarrevolución, liderada por elementos internos y externos. Los externos, por supuesto: el imperialismo, con Estados Unidos a la cabeza, a través de diversos medios, incluidos los económicos, intentando impulsar más neoliberalismo y mayor dependencia. Los factores internos: las clases dominantes y las burguesías locales que se benefician del saqueo del pueblo. Incluida Palestina, por supuesto: la Autoridad Palestina solo se representa a sí misma; la colaboración con Israel es total. Es la crítica de Fanon a las burguesías nacionales que terminan reproduciendo el mismo sistema opresivo de la época colonial porque carecen de una visión social, política y emancipadora, o simplemente la abandonan.

El otro actor contrarrevolucionario en la región son las monarquías del Golfo: Arabia Saudí, EAU, Qatar y Baréin. EAU y Baréin normalizaron sus relaciones con Israel. Pero Arabia Saudí es, en mi opinión, uno de los regímenes más reaccionarios de la región árabe. Todos estos regímenes han hecho todo lo posible por intervenir en los países de la región y, por supuesto, también en otros, para impulsar levantamientos, intervenir económicamente y cambiar la situación. Estas monarquías del Golfo y sus clases dominantes forman parte del sistema imperialista global liderado por EE.UU. y se benefician de él. Son una fuerza reaccionaria subimperialista. Claro que dependen y están subordinados a EE.UU., pero también promueven sus propios intereses. Lo vemos en la expansión del capital del Golfo en toda la región; el capital emiratí se entrelaza con el israelí y el estadounidense. Trump visitó Arabia Saudí, EAU, Catar, y recibió billones de dólares.

Una parte de nuestra tragedia actual en la región árabe reside en el fracaso de esos levantamientos. Imaginen que la revolución egipcia lograra instaurar, digamos, un régimen progresista antiimperialista y antisionista. ¿Creen que el pueblo egipcio guardaría este silencio ante el genocidio? No, no lo haría. Imaginen que la reaccionaria monarquía jordana hubiera sido derrocada para crear un régimen democrático que permitiera al pueblo movilizarse y organizarse. No habríamos presenciado el silencio ni la represión. Hay que criticar a los regímenes y gobiernos árabes por su complicidad, su traición. A veces simplemente hablan sin hacer nada… Incluido Argelia, que podría haber usado la tarjeta del gas. Es el tercer exportador de gas a la Unión Europea, pero nunca lo planteó como una amenaza. Hacen gestiones diplomáticas en la ONU y nada más. Eso no es suficiente.

Pero al mismo tiempo, siento que el pueblo árabe no estuvo a la altura del desafío. Quizás me resulte fácil decirlo porque vivo en Occidente, no en Argelia ni en Egipto. Creo que el argumento de que vivimos bajo una dictadura militar regresiva no me convence. Necesitamos hacer más, mucho más. Tenemos miedo. Es un genocidio lo que está ocurriendo. No es solo represión. Un pueblo entero está siendo aniquilado.

Para nosotros, está claro que no habrá liberación sin el desmantelamiento del asentamiento colonial israelí y sin el derrocamiento de los regímenes reaccionarios en toda la región. Los izquierdistas palestinos dicen: «Tenemos tres enemigos. El número uno es el colonialismo israelí, el segundo son las burguesías reaccionarias árabes y el tercero es el imperialismo estadounidense».

Escuché a comentaristas conservadores decir: «Este movimiento propalestino en Occidente es una moda pasajera. El año pasado todos estaban preocupados por el cambio climático, y Greta Thunberg y toda esa gente hablaban mucho sobre eso. De repente, se olvidaron por completo del cambio climático y ahora la nueva moda es Palestina». Hay algo interesante ahí, porque el cambio climático y la economía de los combustibles fósiles se vinculan con lo que está sucediendo en Palestina y Oriente Medio. ¿Cuál es el papel de los combustibles fósiles en esta ecuación?

—Es interesante que hables de Greta. Ella ha sido elogiada por los medios de comunicación liberales durante mucho tiempo, la invitaban a todos los paneles para hablar: Greta, activista climática y demás. Cuando vinculó su lucha por la justicia climática con la liberación de Palestina de repente se convirtió en el enemigo. Ya no la invitan los medios de comunicación. De hecho, la están demonizando, incluso muchos gobiernos y clases dominantes de Occidente. Greta se dio cuenta de algo muy importante: que la liberación de Palestina también es un problema de justicia climática. No son solo palabras que decimos para corear un eslogan: se basa en un argumento de economía política. Palestina forma parte de Oriente Medio, una región que está en el corazón del capitalismo fósil y sus mercados globales; el 35 por ciento del petróleo producido proviene de allí.

Y las monarquías del Golfo juegan un papel clave para mantenerlo intacto. Seguirán explotando combustibles fósiles y vendiéndolos, ya sea para Occidente o para China. Pero, al mismo tiempo, se están sumando a nuevas cadenas de valor, incluidas las energías renovables y el hidrógeno. Vemos muchas de sus empresas, incluidas las de energías renovables, en la región árabe y otras partes de África.

Lo que Estados Unidos y sus aliados intentan hacer es unir sus dos pilares de dominación en la región y en el mundo. El primero de esos pilares es Israel como un puesto imperial avanzado en Oriente Medio para proteger los intereses geoeconómicos y geopolíticos de Occidente: los combustibles fósiles y las rutas marítimas y comerciales. La región también es, no lo olvidemos, muy importante desde el punto de vista militar. El segundo pilar son las monarquías árabes reaccionarias de combustibles fósiles.

Unir ambos pilares impulsaría el proyecto imperial estadounidense en la región; por un lado, consolidaría a Israel como una avanzada imperial, frustraría cualquier proyecto de liberación en la región, incluida Palestina, y, por otro lado, mantendría a China fuera de la región, ya que China y sus intereses están creciendo; ha hecho muchos acuerdos con los países del Golfo, con Irán. EE.UU. no quiere eso.

Si nos basamos en todo este análisis, ¿qué significa la justicia climática? Que necesitamos acabar con el capitalismo fósil. Esto significa entrar en una confrontación con Estados Unidos y con las monarquías reaccionarias árabes, porque están en el centro de todo esto. Esas monarquías son enemigas, junto con Israel, de Palestina. Por eso la liberación de Palestina es una cuestión de justicia climática y una lucha contra la fuerza del capitalismo.

Israel también quiere convertirse en un polo energético en la región. No creo que disponga de muchos recursos y, en cualquier caso, son recursos de los palestinos, como los yacimientos gasíferos de Leviatán y Tamar, en la costa mediterránea. Israel era importador neto de gas. Cuando descubrió estos yacimientos, empezó a exportar a Egipto, Jordania y la Unión Europea. Quiere convertirse en ese polo para reemplazar el gas ruso. De hecho, es lo que ha estado haciendo en los últimos años: el gas se envía a Egipto para su licuefacción –ya que Israel no cuenta con las instalaciones necesarias– y se exporta desde allí a la Unión Europea a través de tuberías. Egipto le hace eso a Israel, imaginate.

La normalización económica es realmente importante porque crea enormes lazos que integran a Israel desde una posición dominante. Entonces esos regímenes árabes dicen: ¿acaso nuestra seguridad hídrica, energética e incluso alimentaria no es más importante que la liberación de Palestina? Jordania obtiene mucho de su gas de Israel. Es por eso que necesitamos detener esta agenda de normalización. Es por eso que el [movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones] BDS es muy muy importante. Necesitamos intensificar, aislar al régimen colonial israelí, no solo en materia política, sino también económica.

Me pareció muy interesante lo que decís en tu artículo sobre el greenwashing. Siempre se habla de él como parte del whitewashing [blanqueo de imagen] israelí. Pero allí aportás detalles y conceptos como orientalismo medioambiental, supremacía ecológica y apartheid climático para describir las políticas del colonialismo sionista en Palestina y sus consecuencias devastadoras para la población y la tierra, agravadas por la crisis climática y el complejo militar industrial. Es lo opuesto a la imagen de experticia en la gestión eficiente del medioambiente y del agua que Israel vende a nuestros países.

—Absolutamente. Forma parte del arsenal colonial de tácticas y estrategias. Si hablamos de cuestiones ecológicas –y es algo que algunos autores palestinos han intentado documentar–, el proyecto colonial israelí se ha centrado en la dominación ecológica, la violencia ecológica y la destrucción ecológica. Se considera a la población nativa como atrasada, que no sabe cuidar su entorno, y se trata de reemplazar su ecología con una ecología colonial extranjera e importada; así se destruye la agricultura local y otras prácticas sostenibles que la gente practicaba. Es lo que algunos llaman orientalismo ambiental.

Los colonialistas blancos necesitan traer su propia civilización, “hacer florecer el desierto”. Pero en realidad destruyen aldeas palestinas y roban sus tierras. Lo han estado haciendo desde el primer día: el Fondo Nacional Judío plantaba árboles sobre las aldeas palestinas destruidas para eliminar cualquier rastro del despojo y de la gente que habitaba allí. Los presentan como proyectos de conservación y reforestación, pero trayendo árboles de otras partes para crear paisajes europeos. Y terminan creando nuevos problemas ecológicos, como incendios forestales y pérdida de fertilidad del suelo.

No sabía que Mekorot está en América Latina y en tantas provincias de Argentina. Esos son los vínculos de normalización que se dan en nombre de las credenciales verdes: traemos nuestra tecnología para ayudar a la gente. Están vendiendo tecnología agrícola a gran parte de la agroindustria de Brasil. Así crean nuevos vínculos bajo esta agenda de sostenibilidad verde. Eso es greenwashing, colonialismo verde. Cumple dos funciones: mostrar a Israel como un gestor ambiental que impulsa una agenda de sostenibilidad; pero mucho más importantes son los lazos económicos y las nuevas dependencias que se crean, porque hacen más difícil para esos países y gobiernos romper lazos o alzar la voz contra Israel. Por eso es fundamental impulsar el BDS.

¿Qué hay de Latinoamérica? ¿Qué dificultades o potencialidades ves en relación con estos temas?

—Me siento mucho más inspirado por lo que hemos visto en Colombia –independientemente de nuestras críticas a Gustavo Petro– que por lo que vemos en la región árabe. Él habla fuerte y llama las cosas como son: genocidio. Colombia puso fin a la exportación de carbón a Israel. Cortó, creo, todos sus lazos económicos y comerciales recientemente. Esa es la acción política que esperamos de otros países, incluyendo Latinoamérica. Espero que durante la COP30, que se realizará en Brasil en noviembre, podamos presionar al gobierno brasileño para que adopte una postura mucho más firme en términos de detener la exportación de petróleo a Israel. Debemos exigir un embargo energético.

Vamos a publicar un artículo, probablemente antes de la COP, para mostrar los profundos lazos entre las empresas y el Estado brasileños con Israel. Estos vínculos son enormes: agroindustria, armamento, vigilancia, combustibles fósiles. Necesitamos intensificar el trabajo de nuestros movimientos para cortar estos vínculos y adoptar posturas mucho más firmes en foros internacionales importantes. Lula ha estado hablando de ello, pero en concreto, no lo sé; necesitamos ver más.

También es muy importante, en términos generales, exponer al sionismo. ¿A quién están presionando económicamente? Necesitamos saber estas cosas, investigar y documentar. Sé que la campaña de embargo energético global identificó algunos objetivos: Turquía, Brasil, Nigeria, Azerbaiyán hasta cierto punto. Identificaron recursos energéticos que alimentan el genocidio. Incluso Sudáfrica, que dio el paso histórico de llevar a Israel ante la Corte Internacional de Justicia, aún le exporta carbón.

Hay medidas audaces que nuestros gobiernos pueden tomar con sus sociedades civiles, con sus trabajadores, con sus sindicatos; tiene que haber una discusión en Brasil, en Sudáfrica, en muchos países. Necesitamos aportar nuestro granito de arena para salvar al pueblo palestino. Por supuesto, los argumentos económicos son muy importantes. Pero la historia juzgará a quienes continuaron exportando y haciendo negocios con Israel mientras el pueblo palestino era aniquilado.

Hay algunos desafíos y dificultades que superar para crear esa solidaridad concreta entre la lucha de liberación palestina y las luchas latinoamericanas. La barrera del idioma y la distancia son enormes. Pero existe una conexión natural entre las luchas de las comunidades indígenas aquí en Latinoamérica y en Norteamérica con la lucha de liberación palestina. Esto se ve en declaraciones de algunas fuerzas palestinas y también de los pueblos indígenas que dicen a las y los palestinos: «Les vemos, es la misma lucha. Luchamos contra el mismo sistema colonial, imperialista y capitalista».

No se trata solo de la liberación de Palestina. Se trata de la liberación de la humanidad de diversos sistemas de opresión: imperialismo, capitalismo, colonialismo, patriarcado y supremacía blanca. Conectar las luchas y tener una visión antisistémica es fundamental. El pueblo palestino y los pueblos árabes necesitan aprender más sobre las luchas en Latinoamérica. De igual manera, los pueblos latinoamericanos necesitan aprender más sobre las luchas en otras partes del mundo, incluida Palestina. El sistema contra el que luchamos ya está muy conectado y es global. Para ellos, oprimir a la gente, saquear sus recursos, subyugarla y endeudarla es parte de su agenda. Lo están haciendo a través de sus instituciones financieras, del extractivismo, de la deuda, de sus propias empresas. Por eso nuestras luchas deben estar interconectadas.

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