Cuando entrés a Estados Unidos y el oficial de Migración te pregunte si tenés intenciones de matar al presidente, no se te ocurra hacerte el gracioso y decir que sí. Por más tonto que parezca (¿quién va a ser tan gil de anunciar que tiene pensado engualichar a Obama a distancia, pinchando alfileres en un muñeco de trapo?), los gringos se lo toman en serio, con el razonamiento, un tanto perverso, de que vas a decir que no, y después, cuando mates al presidente, te van a dar 30 y 15 por el asesinato y cadena perpetua por haber mentido al Estado. La mentira –en la declaración de impuestos, en el testimonio judicial, en el interrogatorio policial– tiene en Estados Unidos una gran carga represiva; de ahí que el ciudadano común se abstenga de mentir a menos que tenga la certeza de que no lo va...
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