Hasta la victoria - Semanario Brecha

Hasta la victoria

Pocos temas han provocado tanto debate crispado, tanto enojo y desencuentro como Cuba y su revolución. Ni los labios de Lenin pintados de rojo, ni el “Metió la pata” de Tabaré Vázquez, ni las muchas tapas críticas con el gobierno del Frente Amplio tensaron tanto las relaciones como lo hicieron las coberturas sobre la isla, al punto de provocar el alejamiento de compañeros y lectores.

1995: no siempre las coberturas fueron críticas

Pocos, poquísimos temas han provocado tanto debate crispado, tanto enojo y desencuentro como Cuba y su revolución. Ni los labios de Lenin pintados de rojo, ni el “Metió la pata” de Tabaré Vázquez, ni las muchas tapas críticas con el gobierno del Frente Amplio tensaron tanto las relaciones como lo hicieron las coberturas sobre la isla, al punto de provocar el alejamiento de compañeros y lectores.
Cuba representa muchas cosas. Es, en particular, una construcción simbólica de la izquierda tejida durante 50 años. Con ella hay –sobre todo para la generación fundadora del semanario, pero no sólo– un vínculo con una fuerte carga afectiva. Es la representación de que es posible concretar la utopía socialista. Es un proyecto sólido y a la vez vulnerable que debe protegerse. Es la victoria digna y prolongada por más de medio siglo a pesar del asedio del imperialismo de Estados Unidos. ¿Cómo defenderla sin minimizar sus errores? ¿Cómo ser crítico sin traicionar la sustancia? Los hechos arrojaron empecinadamente el debate a las orillas de la redacción.

DESDE EL INICIO. El asunto tiene larga data. Entrevistado para este trabajo Eduardo Galeano recordaba “aquellos lindos tiempos del primer Consejo Editor”, en el que participaban Héctor Rodríguez, Carlos María Gutiérrez y Ernesto González Bermejo, entre otros. (“Este sí era fanático. Fue fanático con Cuba a favor, en contra, todo. Golpeaba la mesa, se calentaba. Yo le decía ‘guarda que te vas a morir de un infarto acá, vas a caer frito’. Pero era porque creía muy fervorosamente en todo lo que decía”).
A González Bermejo se lo conocía por su pluma afilada, por su carácter hostil, por sus crónicas potentes y cargadas de sentido. Su firma está en las notas sobre Cuba desde el inicio del semanario y a él pertenecen los artículos que provocaron el debate más virulento en torno a la revolución.
Había vivido diez años en la isla, y allí seguía su hija cubana Flavia, había trabajado en Prensa Latina, la agencia de noticias cubana, era en cierto modo un hombre de la revolución. Del repaso en el archivo la definición de Galeano parece confirmarse. Suya es la autoría de una crónica admirativa sobre las reacciones de una niña criada en el seno de la revolución (que resultaba ser su hija), ante las injusticias y las miserias que reconocía en la sociedad capitalista francesa. Y suyo es también el artículo enviado desde La Habana en 1989, en vísperas de conocerse la decisión de fusilar al general Arnaldo Ochoa y otros tres funcionarios, acusados de “delitos contra la patria, abuso en el cargo y tráfico de drogas tóxicas”. Allí responsabiliza del desvío al gobierno de la revolución, corrompido por el “sociolismo”:“un sistema de relaciones espurias, ni socialistas, ni capitalistas, que hacen que el ‘socio’, que el amigo, merezca por el hecho de serlo fiabilidad política, nuestra confianza, nuestra protección y, llegado el caso, nuestra complicidad”.
No fue, por cierto, la única crítica de González Bermejo al gobierno de Fidel Castro, a quien señalaba por la “mala administración” y el “voluntarismo en materia económica” que derivaba en “fracasos terminantes”; otras veces dejaba en evidencia la burocracia, el ausentismo y la corrupción en el Estado cubano.
Pero el episodio que provocaría reales desencuentros y rupturas llegó en 1992, y no fue un concienzudo análisis sobre la política cubana sino una crónica detallada de las angustias cotidianas: las restricciones de agua, los cortes de luz, las colas en procura del alimento básico, los magros salarios y los altos precios del mercado negro, la corrupción, y hasta el hambre (“es innegable que se pasa hambre en Cuba”) que en algunos casos acechaba. “Se puede discutir cuáles son las causas de esta situación –desde el doble bloqueo a los viejos errores de los propios cubanos– pero no que el vía crucis de la subsistencia diaria ha creado un estado de irritación, desgano y abatimiento en la población”, anunciaba al inicio, y abundaba en ejemplos: “La famosa ‘libreta’ de abastecimientos no siempre es puntual, ni siquiera, aunque con retraso, enteramente cumplidora. Tomemos el ejemplo real de lo recibido en setiembre de 1992 por una ciudadana: 2 quilos ¾ de arroz, igual cantidad de azúcar, ¼ de pollo, ¼ litro de aceite, un frankfurter (perro caliente), distintas verduras (pocas y después de larguísimas colas), algo de carne para picadillo, dos pescaditos chicos, y un panecillo diario. Leche, hay sólo para los menores de 7 años. Trabajadores en actividad y estudiantes pueden aumentar este exiguo menú con el que obtengan en comedores especiales”. Todo eso en contraste con el turismo para extranjeros, que provocaba un “apartheid”, ya que estos sí podían acceder a comida de buena calidad, buenos hoteles, agua y electricidad permanentes…
Una semana más tarde atemperaba su crónica con un análisis que marcaba tres motivos para el “cataclismo económico”: el bloqueo estadounidense, la caída del bloque socialista y los errores propios en el campo económico. Pero ya era tarde. Las cartas, llamadas y críticas no se hicieron esperar. El debate se extendió a 1993, y luego de varias respuestas y contrarrespuestas, en marzo González Bermejo publicó un nuevo artículo que terminaría de partir aguas. De forma explícita dedicó el primer párrafo a describir la bacanal a la que accedía en su calidad de jurado del premio de periodismo José Martí, para compararla luego con la realidad de sus amigos y familia, algunos de los cuales visitaba “en sus viviendas venidas a menos, descascaradas y sin artefactos sanitarios esenciales que se rompieron hace años y sé que no tienen otra cosa que comer, ese día, que un poco de arroz con huevo y el panecillo cotidiano que les corresponde”. Elegía así despegarse de los “invitados especiales”, las “embajadas solidarias”, los “turistas” o los “privilegiados”, categorías que, entendía, ocupaban algunos de quienes lo criticaban, para ver la realidad desde el “cubano de a pie”.
La nota no hizo más que desencadenar nuevas respuestas, casi siempre críticas. Entre ellas, la de Idea Vilariño. Su columna se tituló “¿A quién acusa la pobreza?” y en términos muy duros cuestionó la “compulsión”, el “sarcasmo” y el “desdén” del periodista al exponer las carencias del país caribeño y al responder a las críticas.
“GB afirma, como si fuera verdad, que todos los demás (que enumera) fingimos ignorar los hechos que él tan gozosamente aporta. Pero todos sabemos –detalles más, detalles menos– cómo es la situación en la isla”, afirmaba la poeta, y más adelante reconocía: “Sabemos también de los errores y fallas del gobierno revolucionario, de Fidel, de burócratas, que aportaron lo suyo. (…) Pero también sabemos que Cuba no estaría padeciendo las graves carencias que padece, ni mucho menos, si no fuera por los bloqueos. Y sabemos, además, que dentro de la difícil situación se ha privilegiado lo que más lo merece: los niños que siguen teniendo su litro de leche, la salud que sigue atendiéndose gratuita y eficientemente. Ciertos rubros como la biotecnología y los productos farmacéuticos, frutos del excelente nivel de la pléyade de científicos, hija no de la ‘ayuda que se escurrió de las manos’ sino de la que aprovechó muy inteligentemente, productos gratuitos para los cubanos y, por excepcionales, buena fuente de divisas”.
“Un sarampión de intolerancia ha brotado entre nosotros”, escribió Alfaro en mayo, cuando ya el debate llevaba más de medio año. Contestaba así no sólo el artículo de Idea, también el de Miguel Ángel Nieto, corresponsal en España, indignado porque aquellos que alguna vez habían sido cobijados por Cuba hoy “usan el papel (la palabra) contra la isla”. “Ahora resulta que quienes han defendido a la revolución cubana desde que nació e hicieron de esa defensa una convicción profunda y hasta la elección de una manera ética de vivir, están hoy bajo sospecha. No se los ha llamado –todavía– traidores, sino sólo arrepentidos, avergonzados de haber sido lo que fueron, vergonzantes defensores del capitalismo con rostro humano, desertores de un socialismo al que defendieron mientras convino a sus intereses.”

QUÉ LÍO. En retrospectiva, y a la luz de los hechos, el debate tal vez pueda parecer ingenuo, e incluso superficial. Pero aquellas notas del 92 y del 93 hay que leerlas en su contexto. No sólo los cuestionamientos hacia Cuba por parte de la izquierda no eran habituales, sino que la caída del bloque soviético había dejado en todo el arco de la izquierda demasiadas incertidumbres, y a la isla en el desamparo político y económico, a la vez que había fortalecido la posición dominante de Estados Unidos que se presentaba ahora con poder hegemónico. Además, el continente estaba atravesado por gobiernos neoliberales (Menem, Lacalle, Color de Mello, Fujimori) que hacían más desesperanzador el futuro latinoamericano.
Para un sector de la izquierda, golpear a la isla exponiendo sus carencias era sobre todo un acto de deslealtad, justo cuando la realidad imponía abrazarla.
Negro sobre blanco, la primera respuesta llegada a la redacción expresa esa tensión principal que guiaría el debate: las notas de González Bermejo, afirmaba el articulista, “deben considerarse en relación con la verdadera batalla ideológica que se libra en estos tiempos, en la cual las posiciones y actitudes se caracterizan esencialmente por nítida dicotomía: o contribuyen al fortalecimiento de la revolución (…) o por el contrario favorecen la despiadada agresión imperialista (…)”, escribió Celiar Silva Rehermann, doctor en ciencias fisicomatemáticas, residente en La Habana (19-III-1993).
Para Coriún Aharonián, participante del debate, “Brecha muchas veces dio lugar a las fiebres anticubanas con un dejo de morbo, confundían el morbo con la democracia, con la pluralidad. Era uno de esos momentos que aparecen cada tanto, en que queda chic pegarle a Cuba. A menudo hay maquinarias detrás de eso. Bermejo se había subido a esas campañas. En un momento aparece su hija quejándose porque en Cuba no podía ser astronauta, pobrecita ella. Y no se decía en el artículo, firmado por Bermejo, que se trataba de su hija. Era histórico, asqueante” dice, con la contundencia que lo caracteriza.
“Sin renunciar a mis opciones ideológicas, intento sacudirme mis propias ideas recibidas sobre un proceso tan cambiante, revisarlas a la luz de nuevas realidades, de ciertas comprobaciones que no pueden obviarse para no caer en la adhesión incondicional y el optimismo panglosiano”, se defendió entonces G B.
Conforme se desarrollaba el debate, Mario Benedetti, Idea Vilariño, Graciela Paraskevaídis fueron algunos de los compañeros que optaron por el alejamiento, que no necesariamente se convirtió en un rompimiento definitivo (véase recuadro).
Guillermo Waksman lo afirmaba en una tesis de grado de la periodista Victoria Molnar sobre el semanario: “Personalmente opino que las críticas estaban muy bien y eran muy admisibles, las compartiera o no, lo que pasa es que estaban escritas en un estilo que mostraban cierto regodeo en esa situación que vivía Cuba y eso fue lo que más molestó a los que renunciaron”. Y Marcelo Pereira también lo recuerda como “detonante para la renuncia de Mario Benedetti. Por el fondo y por la forma. G B había estado mucho tiempo en Cuba y Benedetti sostenía que eran notas oportunistas y miradas a través del ombligo de su familia y que criticaban cosas que antes les habían parecido bien”.
En una carta escrita a máquina y sin fechar, pero fácilmente atribuible a este contexto, Hugo Alfaro da cuenta al Consejo de Redacción: “Se abrió el debate sobre la situación en Cuba, en el que intervienen, con posiciones de apoyo irrestricto o de apoyo crítico, quienes quieren hacerlo (Jesús Díaz, Pedro de la Hoz, Ernesto, Coriún, Fernández Retamar, Celiar Silva, Flavia, Raúl Caplán, Idea Vilariño, yo mismo y en una edición próxima, quizás la próxima, Graciela Mántaras, con una Lupa fervorosamente a favor. Quizás algunos participantes, por lo sensible del tema, derivaron al enfrentamiento personal. No era lo deseable. Pero el balance, me parece, es netamente positivo para un debate que la izquierda no debe esquivar. Por el camino se produjo la lamentable renuncia de Mario; aunque él invocó la distancia física que le impide, cuando está en Madrid, contribuir en la elaboración del material de cada semana como causa de su decisión, lo que es bien respetable, la decisión fue inspirada en realidad por su discrepancia radical con el tratamiento que Brecha le ha venido dando al tema de Cuba. Mario llevó su decisión al extremo de no querer colaborar con ‘el semanario –me dijo– donde se puede encontrar la mayor cantidad de artículos sobre Cuba’. Así fue entendida nuestra posición. Lo lamento, en lo personal y por Brecha. Pero mientras yo esté en la dirección de ésta –y sólo será durante dos o tres meses más– Brecha seguirá siendo un espacio para el debate donde, no los enemigos sino los compañeros de cualquier sector, podrán expresar su pensamiento. Por supuesto, el Consejo de Redacción tiene la última palabra, después de escuchar, también por supuesto, al Consejo Asesor. Si no refrendaran uno y otro lo actuado, pueden contar con mi renuncia, planteo que hago sin alharacas ni dramatismo ni malhumor”.

LA SEGUNDA VEZ. Los años pasaron y, en una lectura a la distancia, Galeano pensaba que las posiciones de los renunciantes “eran muy respetables. Uno tiene el derecho de elegir lo que va a leer. Creo que Mario nunca estuvo contra Brecha, en absoluto. Sí que pudo haberse alejado a raíz de algunos artículos publicados que no le gustaron. Pero creo que ese era un problema de Mario, no de Brecha. Mario tenía que aceptar que las cosas cambiaran y lo bien que le habría venido a Cuba abrirse a la diversidad dentro de sus propias fronteras y aceptar multiplicidad de opiniones. No ocurrió y ahora está pagando las consecuencias. Lo lamento por Cuba, pero no me parece que desde afuera se la ayudara cuando todo lo que no era aplauso se confundió con una voz enemiga, con una traición. Discrepar no es traicionar”, decía aquel día de 2012.
Una experiencia similar vivió Galeano en 2003. Casi 15 años habían pasado desde aquella nota del “sociolismo”, y otros diez desde que se publicaran las crónicas sobre la vida cotidiana. El Uruguay era otro. Pero Cuba volvió a utilizar el fusilamiento como método de justicia, y esta vez Brecha redobló la apuesta, haciendo suyo el pensamiento de Galeano, expresado a través de su contratapa “Cuba duele”. Y el debate volvió, casi con idénticas características. Años después Galeano pensaba que “los hechos nos dieron la razón. Duele porque uno la quiere, si no, no dolería. Ahora (la entrevista fue en 2012) Cuba está en un proceso de transformación muy radical que se está dando como se puede, pero en plazos que son muy urgentes por la situación económicamente dramática que la revolución vive. No sólo la económica, hay un desencuentro con las generaciones nuevas; ahora empiezan a cobrar conciencia de ese de-sencuentro y muchos otros problemas más”.
En otro pasaje de la charla Galeano volvió a señalar la polaridad de aquellos debates… y la polaridad de los cambios: “algunos compañeros han pasado de una posición extrema a otra posición extrema. A veces para encontrar el punto de síntesis que permite que la contradicción actúe como motor de vida es necesario no fanatizarse, no confundir política con religión, y sobre todo no confundir la cultura con religión. Los medios de comunicación somos parte del universo cultural. Cuando la cultura se convierte en religión, la duda se convierte en herejía, y ni que hablar de la discrepancia, conduce al fuego. Es la santa Inquisición la que va a resolver qué se hace con ese ‘inconveniente’. Pero de esos inconvenientes nacen los procesos fecundos”.

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Benedetti y Vilariño

 

Los adioses

Cuando escribió su columna, Idea ya había renunciado como colaboradora debido a su discrepancia con las publicaciones de Bermejo. En una breve esquela fechada en febrero y dirigida a Hugo Alfaro, pidió ser borrada del staff, sin querer siquiera discutir con el director los motivos. “No nos entenderemos”, sentenció.
A la distancia, Ana Inés Larre Borges, amiga y editora de Vilariño, sostiene: “creo que Idea era muy cuadrada con el tema Cuba. Ahora estoy estudiándola mucho, entonces sé que en un momento dejó de pensar. Eso era raro en ella, porque no era una intelectual cuadrada, sí muy radical, pero en Cuba ella no admitía ninguna crítica”. Sobre la renuncia, observa que el alejamiento fue relativo. “Idea más de una vez se enojó y renunció a Brecha y volvió, o te decía ‘dejo de comprarla’. A veces mandaba cartas de lector y no firmaba con su nombre…”
El alejamiento de Benedetti tampoco impidió que el semanario continuara recibiendo sus colaboraciones. El escritor no participó públicamente del debate, pero en su carta de renuncia –publicada en mayo del 93– adujo que la distancia (pasaba seis meses al año en España) le impedía participar en la discusión y asesoramiento “sobre temas que para mí son vitales y acerca de los cuales se han asumido actitudes que decididamente no comparto”. A Benedetti se lo ha tildado de intelectual intransigente, en particular con las críticas hacia Cuba. En una nota publicada cuando murió, Samuel Blixen recordaba, sin embargo, los múltiples artículos suyos con referencias críticas hacia la isla. La prostitución, la prensa, las muchas correcciones a sus escritos antes de su publicación, la burocracia y hasta su profunda discrepancia con la pena de muerte, planteada “ante cuanto dirigente se dignó a escucharme (por otra parte sin ninguna esperanza)”. “¿Podía Mario recapitular aquellos aspectos del proceso cubano que le rechinaban?”, se preguntaba Blixen para contestarse luego: “Podía abordarlos sin concesiones, pero también sin estridencias, con una mirada lúcida y tranquila, que ponía el foco en la justa medida y que nunca perdía la referencia de los principios que guiaban a la revolución y sus logros”.

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