Hay algo muy ceremonioso en el hecho de ver dibujar a varios artistas en un espacio cerrado. Sobrevuela un murmullo en la sala que ciertamente no es silencio completo pero que marca una distancia respetuosa hacia el acto creativo, multiplicado y diverso.
Este hecho performático en vivo puede entenderse como un llamado de auxilio ante la amenaza de extinción mentada en el título de la muestra.1 Pero la repetición de esta experiencia exitosa –y populosa–, que conoció una primera edición el pasado año, evidencia que se está lejos de una pérdida definitiva de dibujantes: el fin de la historia no ha llegado aún.
La dinámica es simple y a la vez misteriosa: el 1 de diciembre 12 dibujantes –¿los apóstoles del dibujo?– realizaron sus obras sobre un tema literario a elección, “in situ y en tiempo real” delante del público curioso. Y los resultados materiales pueden verse exhibidos hasta el mes de marzo de 2018. Lo misterioso radica en la revelación de un acto creativo que irrumpe en el papel con la violencia, la sutileza o el encanto de un truco magistral. La excusa literaria, el pretexto, es inaprensible. La imagen va naciendo de la mano y de la nada. Y misteriosa es también la manera en que los artistas logran abstraerse de un entorno disperso y burbujeante –los flashes fotográficos, las exclamaciones incontenibles, los saludos y conversaciones laterales–, como si apenas existiera algo más que la obra naciente y vivieran encapsulados en su propio mundo. Son profesionales, no cabe duda, en el sentido del dominio técnico y actoral de esta puesta en escena. La calidad, la complejidad, el acabado final espantan cualquier atisbo de improvisación.
Álvaro Amengual arma una composición arremolinada sirviéndose del borrón y el esparcido de pigmentos para idear una orgía infernal y nebulosa inspirada en La divina comedia; Carlos Barea elije por afinidad la Historia de Roma, de Indro Montanelli, para “aggiornar” con veloces trazos unas fiestas saturnales o unas musas conspicuas que alternan pintura, literatura y música –guitarras eléctricas– en igualdad de condiciones; Beatriz Battione se aventura en el collage, conjugando dibujo y pastiche, para ilustrar una historia de Úrsula K Le Guin, trabajando en el pequeño formato y concibiendo animales tiernamente fantásticos; Claudia Ganzo despliega un imaginario de tintas chinescas para referirse a la obra de Kafka, consiguiendo un inusitado casamiento de estilos entre la caligrafía oriental y la pesadilla occidental; Javier Gil elucubra un Jardín del fauno con un solitario rostro de fauno que tiene un poco de autorretrato y mucho del manierismo indómito que lo caracteriza; Horacio Guerriero (Hogue) realiza una sátira de Blancanieves que sucumbe a la tentación de Steve Jobs –o la compañía por él fundada– con gran virtuosismo y una salida duchampiana –la manzana del dibujo mordida por un rasgón de la historia–; Alinda Núñez homenajea a Mario Levrero con una enorme y luminosa araña-novela que teje hilos y atrapa personajes de nostalgias terribles sobre un fondo bruno; Inés Olmedo genera climas de boscosa ensoñación con tintas y aguadas sutiles –reminiscencias de sanguinas– basándose en el universo fantástico de Armonía Somers; Rogelio Osorio, el más pictórico de los dibujantes presentes, exhibe gran dominio de la figura humana con un desnudo inspirado en la poética erótica de Melisa Machado; Luis Prada (Tunda), también a través de un abordaje pictórico, conquistado con base en tintas sepias, remite a algún personaje femenino de Gabriel García Márquez que se mece enigmático como un signo en el blanco de la hoja; Renzo Vayra, imaginativo ilustrador, consigue a fuerza de claroscuros generar una atmósfera densa y opresiva para las narraciones de Mario Arregui; y Gustavo Wojciechowski (Maca), el más gráfico de todos, ejercita un palimpsesto tipográfico –al borde la legibilidad– que es a la vez desarrollo narrativo y afiche anunciador.
Quien se topa con las 12 obras ya concluidas y no ha visto el proceso difícilmente pueda adivinar las circunstancias públicas y comentadas en que se dieron. Las diferencias de temas, enfoques, técnicas, materiales y el dominio general del medio gráfico, que alcanza niveles de excelencia, contradicen el título de la muestra para apuntalar un saludable y muy disfrutable, por cierto, apocalipsis del dibujo.