Un hombre de 35 años levanta la mano y en un español entreverado con portugués ofrece su cocaína para testearla. El público –casi treinta personas– comparte miradas de asombro y cierta incomodidad ante el consumidor que saca su bolsa para que la examinadora tome la muestra. La mujer, con guantes quirúrgicos en sus manos, agarra una pequeña pinza de laboratorio y coloca una pizca de cocaína en la ampolla, a la que le suma un líquido reactivo color rosa. Los espectadores observan el procedimiento con atención y se aproximan a la mesa, donde tras unos minutos el líquido se torna azul. Hay derivados de la cocaína. El brasileño –que advierte que en su país ante lo recién acontecido ya estaría preso– escucha el resultado más específico que le dan diez minutos después: su gramo de muestra contien...
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