El presidente miró por una de las ventanas del piso 11, prolongando un silencio lleno de expectativas después de los saludos de rigor. El río estaba, como siempre, de un color achocolatado. Abajo, en el lado opuesto de la Torre Ejecutiva, Artigas seguía ahí, en su soledad, soportando el olvido como antes había soportado las traiciones. El visitante seguía parado, en medio del despacho, intrigado; en un sillón, cumpliendo el papel de testigo, el ministro de Defensa calculaba el efecto del silencio premeditado. Finalmente el presidente regresó al escritorio, pero no se sentó. Apoyado en el respaldo del sillón, develó la incógnita. El comandante en jefe del Ejército ocultó cualquier signo de sorpresa:
—General –dijo el presidente–, dentro de una semana quiero tener en mi escritorio un informe...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate