Para quienes crecimos en los años setenta, Gezzio era el señor de los dibujos. Primero desde El Día de los Niños, más tarde desde Charoná y Patatín y Patatán. Era el que dibujaba. El ubicuo. No importaba si de lo que se trataba era de ilustrar un episodio de la historia nacional, dibujar la fauna y la flora autóctonas, las tiras cómicas en los suplementos para niños o los álbumes de figuritas que nos afanábamos por completar. Lo quisieras o no, te gustara o no, el mundo estaba dibujado por Gezzio.
Su nombre completo era Williams Omar Geninazzio Pólvora y había nacido en Nueva Palmira en una familia de inmigrantes. Su abuelo era un campesino pobre de Tremezzo, que había partido de Italia rumbo a Buenos Aires pero que terminó recalando en Colonia. Su madre provenía de una familia obrera de Río Grande del Sur.
Gezzio nunca tuvo muy claro de dónde le venía la vocación por el dibujo, pero siempre supo que era a lo que quería dedicarse. Y vaya si se dedicó. Con una inmensa capacidad de trabajo, se abrió paso solo en el mundo del dibujo y la ilustración y no solamente solventó su formación en la Escuela Panamericana de Arte –a través de un curso por correspondencia– sino que vino a Montevideo buscando trabajo y a poco de bajar del ómnibus ya estaba trabajando de aprendiz, aunque sin sueldo. El trabajo era sin sueldo pero con beneficios, porque de quien Gezzio quedó de aprendiz fue nada menos que de José Rivera, cuya adaptación del Ismael de Acevedo Díaz es ya mítica.
Su trabajo de tema gauchesco (“Santos Cruz”) es lo mejor de su obra, aunque el menos conocido por el público, quien lo asocia más frecuentemente a sus popularísimos personajes infantiles (Bombón, Pepe Ñandú, Tatucito) o a la tira de largo aliento de tema detectivesco aparecida por dos décadas en el diario La República (“Viviana y Yamandú”, creada por Enrique Ardito y continuada por Gezzio, que la dibujó siete años hasta su cancelación en 2012). Y es que Gezzio era un digno alumno de sus dos maestros: Rivera, claro, pero también Milton Caniff, el notable creador de cómics de aventuras como “Steve Canyon” y “Terry y los piratas”.
No hubo, probablemente, nadie en Uruguay que dibujara tanto como Gezzio. De seguro no podía no hacerlo. Intentó vivir de su arte y por momentos lo logró, aunque por largos años conjugó el dibujo con un empleo municipal. Y si bien pensaba –y peleaba– que los creadores de historieta debían tener un espacio para ejercer su oficio y un pago acorde a su trabajo, eso no le impidió seguir dibujando con el mismo ahínco y entusiasmo cuando se quedó sin un sitio donde publicar. Así, su revista Balazo pasó del papel a la web y siguió distribuyéndose gratuitamente hasta ayer nomás. Lo mismo pasaba con sus colaboraciones con Xanadú, Plan H y con su nueva revista digital, Felino: gratis, porque lo que importa es dibujar.
El año pasado Montevideo Comics le dedicó un merecido homenaje y la revista que anualmente entrega la convención de historietas estuvo dedicada a su obra. Así fue posible tener a “Santos Cruz” en un libro y una introducción en la que Matías Castro repasa su larga carrera.
En su blog Mi mundo dibujado, Gezzio comentó así, al pasar, que tenía guardadas 65 páginas nuevas de “Santos Cruz” guionadas por Rodolfo Santullo “para cuando se presente la ocasión de editarlas”. Ya las estamos esperando.