A partir de este número, Brecha comienza a publicar artículos y ensayos en el marco de un convenio con Hemisferio Izquierdo (HI), una plataforma virtual que, de acuerdo a la definición de sus integrantes, pretende fomentar el pensamiento crítico y los debates estratégicos de izquierda, con foco en la realidad nacional. En esta ocasión adelantamos un artículo del próximo número de abril “De mamelucos y call centers. Pensar la clase hoy”. Las publicaciones mensuales de HI pueden ser leídas en el sitio web https://www.hemisferioizquierdo.uy/
En plena era informacional-digital, más que nunca miles de millones de hombres y mujeres encuentran situaciones cada vez más inestables de trabajo, además de ampliar exponencialmente las filas del subempleo y del desempleo. En los tristes trópicos ya son millones sin trabajo, sin contar el “desempleo por desaliento”, lo que amplía en mucho lo que por sí solo ya es descarado.
Al mismo tiempo que se amplía el contingente global de trabajadores y trabajadoras en lucha por un lugar bajo el sol, hay una reducción monumental de los empleos, y los que se mantienen empleados presencian la corrosión completa de sus derechos sociales. Y, cuando encuentran alguna tarea, lo hacen en trabajos ocasionales, intermitentes, sea en call centers, telemarketing, hotelería, hipermercados, fast food, gran comercio, fábricas flexibles y empresas en general. Lejos de lo que el ideario dominante pomposamente denomina como “nueva clase media”, lo que se expande explosivamente por el mundo son los precarios, los intermitentes globales, los superfluos que corroboran las tesis de la precarización estructural del trabajo. Pero que, exactamente a raíz de eso, también se rebelan (Antunes, 2018 y 2014; Linden, 2013).
Algunos ejemplos son emblemáticos. En Portugal, en marzo de 2011, explotó el descontento de la “generación precaria”. Miles de manifestantes, jóvenes e inmigrantes, precarizados y precarizadas, desempleados y desempleadas, calificados o no, estamparon sus revueltas a través de movimientos como Precari@s inflexibles. Simultáneamente, en España se desencadenó el movimiento de los indignados, jóvenes luchando contra las altas tasas de desempleo que impiden cualquier perspectiva de vida digna. Estudiando o no, son candidatos preferenciales al desempleo o, en la mejor de las hipótesis, al trabajo precario.
En Inglaterra ocurrió un fuerte levantamiento social iniciado después de que un taxista negro fuese asesinado por la policía. Jóvenes pobres, negros, inmigrantes, desempleados y desempleadas, se rebelaron y fueron responsables de la primera gran explosión social en Inglaterra después del Poll Tax, revuelta que sepultó al gobierno de Thatcher.
En Estados Unidos florece el movimiento de masas Occupy Wall Street, que denuncia la hegemonía de los intereses del capital financiero, con sus nefastas consecuencias sociales: el aumento del desempleo y del trabajo precarizado que afectó aun más las duras condiciones de vida de mujeres, negros e inmigrantes.
En Italia, con la eclosión conocida como del MayDay –en Milán, en 2001– floreció la revuelta del precariado, luchando por derechos y por una representación autónoma de los jóvenes, inmigrantes, calificados o no-calificados, desprovistos de derechos.1 En Nápoles se desencadenó también un movimiento similar, el Clash City Workers,2 una simbiosis entre el antiguo proletariado ahora aun más precarizado y las nuevas generaciones. De ahí la denominación “precariado”, que se torna cada vez más visible y global.3
LAS CAUSAS DE LA PRECARIZACIÓN GLOBAL. ¿Dónde encuentran sus raíces estos movimientos? En un nuevo mosaico perverso del cual el zero hour contract (contrato de cero hora) es emblemático. Se trata de una modalidad de trabajo que prospera en Reino Unido y en otros países donde los contratos no determinan las horas de labor. Trabajadores y trabajadoras (siempre también en femenino, dada la división sociosexual que conforma el mundo del trabajo) de las más diversas actividades están a disposición esperando una llamada. Cuando la reciben ganan estrictamente por lo que hicieron y no reciben nada por el tiempo que quedaron a la espera. Y los capitales informáticos de la era financiera, en una ingeniosa forma de esclavitud digital, cada vez utilizan más esa pragmática de la flexibilización total del mercado de trabajo (Antunes, 2018, Huws, 2003 y 2014). En Reino Unido los sindicatos agrupan a más de un millón de trabajadores y trabajadoras, especialmente en el sector de los servicios.
Uber es otro ejemplo más que emblemático: trabajadores y trabajadoras con sus instrumentos de trabajo (automóviles), cargan con sus gastos de seguro, manutención, alimentación, etcétera. Mientras tanto, la “aplicación”, en realidad una corporación global, practicante del trabajo “ocasional” e “intermitente”, se apropia del excedente generado por los servicios de los conductores, sin preocuparse por los derechos laborales. La diferencia principal con relación al “contrato de cero hora” es que el Uber no puede rechazar el trabajo. Si así lo hiciera, después de algunas llamadas estaría definitivamente descartado.
Es por eso que en este mundo del trabajo digital y flexible, el diccionario empresarial no para de “innovar”. Véase un ejemplo en Brasil: “pejotización”3 en las más distintas actividades, como médicos, abogados, profesores, bancarios, electricistas, trabajo de care (cuidadoras). Están también los “emprendedores”, un ejemplo de propietarios y proletarios de sí mismos. Todos y todas con “metas” impuestas que generan acosos, enfermedades, depresiones y suicidios. Los acosos que vienen ocurriendo en la empresa Uber asumieron recientemente tal dimensión que llevaron incluso a la renuncia de su Ceo.
Y, de nuevo en los tristes trópicos, la prensa informó que la Prefectura de Ribeirão Preto pretende contratar profesores como trabajadores independientes, sin derechos, una especie de “Uber de la educación” o, como fue denominado por los docentes de allí, “Profesor delivery”. No está de más recordar que una de las máximas de la (contra) reforma laboral del gobierno tercerizado de Temer y su tropa parlamentaria –imposición de la Confederación Nacional de la Industria, la Federación Brasileña de Bancos y los grandes capitales– es la legalización del trabajo intermitente, que se suma a la tercerización total, aprobada anteriormente. Brasil ya da señales de una indigencia que se aproxima peligrosamente a la de India. Basta observar las principales capitales del país. Explota también la ola de contratación de trabajadores y trabajadoras intermitentes en grandes corporaciones que actúan en Brasil.
Otro ejemplo reciente de estas formas disfrazadas de explotación del trabajo lo encontramos en Italia, donde se desarrolla otra modalidad de trabajo ocasional, el trabajo pago con vouchers. Los asalariados ganan un voucher por las horas de trabajo efectivas según el salario mínimo (hora) practicado. Por si ya no bastara ese vilipendio, el empresariado ofrece trabajos excedentes por fuera del voucher, con pago menor que el mínimo. Por ese motivo esa modalidad de trabajo fue repudiada por el sindicalismo de perfil más crítico, lo que llevó a que el gobierno la supendiera.
Por eso, más allá de los movimientos del precariado que indicamos anteriormente, esa corrosión de los derechos del trabajo ha generado también nuevas formas de representación sindical para este nuevo contingente más precarizado del proletariado, como es el caso de la Confederazione Unitaria di Base (Cub), y más recientemente la Nuove Identità di Lavoro (Nidil), vinculada a la Confederazione Generale Italiana del Lavoro (Cgil).
Así, movida por esa lógica destructiva, se expande en escala global lo que podemos denominar como “uberización” del trabajo, que se convirtió en el nuevo elixir del mundo empresarial. Así como el trabajo on line desmoronó la separación entre el tiempo de vida en el trabajo y fuera de él, podemos presenciar el crecimiento exponencial de una era de “esclavitud digital”. En la empresa “moderna”, “liofilizada” (que reduce el trabajo vivo en el proceso de producción), los capitales financieros exigen un formato laboral flexible: sin jornadas preestablecidas, sin remuneración fija, sin actividad predeterminada, sin derechos, ni siquiera el derecho de organización sindical. Y hasta el sistema de “metas” es flexible: aquella determinada para el día siguiente debe ser siempre mayor que la del día anterior (Antunes, 2018).
Con los servicios cada vez más “comoditizados”, con las tecnologías de la información y la comunicación en galope desenfrenado, la división sectorial existente entre agricultura, industria y servicios está cada vez más intersectorializada (agroindustria, servicios industriales e industria de servicios), cada vez más sumergida en la lógica de la mercancía y el valor, importando poco si éste es resultante de trabajos predominantemente materiales o inmateriales. Desde que la empresa taylorista y fordista fue suplantada por la liofilización “toyotista” y flexible, estamos presenciando lo que Daniele Linhart denominó como “desenfreno (desmedida) empresarial”.
Contra la “rigidez” vigente en las fábricas del siglo del automóvil, la era del celular digital genera, entonces, su tríada destructiva con relación al trabajo: tercerización, informalidad y flexibilidad se convirtieron en partes inseparables del léxico de la empresa corporativa, su nuevo leitmotiv. Se expande el trabajo intermitente: hoy hay trabajo por algunas horas y mañana se evapora. Las grandes corporaciones se enriquecen y el trabajo se pauperiza. El “voluntariado” se vuelve un consuelo impuesto de modo casi obligatorio, y el “emprendedurismo” es el nuevo elixir de una vida desprovista de sentido, visible cuando el mito se desvanece.
Como contracara real, los enormes contingentes de inmigrantes globales, en sus nuevos flujos migratorios, amplían aun más los bolsones de trabajadores sobrantes, descartables, subempleados y desempleados en amplitud planetaria (Basso y Perocco, 2008; Roncato, 2013). El ingreso de China, India y otros países asiáticos mundializaron el “discreto encanto de la burguesía” que, algunas décadas atrás, era trazo distintivo de América Latina.
Basta recordar que el trabajo on line y digital que produce Iphones, Ipads y similares, no puede existir sin el trabajo que extrae los minerales. El trabajo digital, entonces, no se efectiviza sin el peor de los trabajos manuales.4 Es ese, entonces, el nuevo “espíritu del tiempo”: de un lado, la disponibilidad perpetua para la tarea, facilitada por la expansión del trabajo on line. Del otro, se propaga la flexibilidad total. Florecen, entonces, los nuevos esclavos intermitentes globales.
* Profesor titular de sociología del trabajo en la Unicamp (Brasil). Recientemente, en 2017, fue Visiting Professor en la Universidad Ca’Foscari (Venecia, Italia). Es autor, entre otros libros, de Os sentidos do trabalho (Boitempo, publicado también en Argentina –por Herramienta–, Estados Unidos, Holanda, Inglaterra, Italia, Portugal e India). Este texto presenta ideas de su nuevo libro O privilégio da servidão, en prensa por la editorial Boitempo.
- Véase San Precario en http://www.precaria.org/
- “Clash City Workers es un colectivo de trabajadores y trabajadoras, desocupados y desocupadas, denominados ‘jóvenes precarios’. La traducción de nuestro nombre significa algo como ‘trabajadores de la metrópolis en lucha’. Nacido en la mitad de 2009, somos activos particularmente en Nápoles, Roma, Florencia, Padua, Milán y Bérgamo…” Véase http://clashcityworkers.org/chi-siamo.html
- Consiste en obligar al trabajador o trabajadora a constituirse como “persona jurídica” para ejecutar trabajos propios de las personas físicas, con la intención de esconder la real relación existente, que es de patrón-asalariado.
- En la reciente Muestra Contemporánea Internacional de Ecofalante fue presentada una espectacular serie fotográfica sobre el trabajo precario global: “Behemoth”, de Zhao Liang (China, Francia, 2015), “Machines”, de Rahul Jain (India, Alemania, Finlandia, 2016); “Consumed”, de Richard Seymour (Reino Unido, 2015); “Brumaire”, de Joseph Gordillo (Francia, 2015); “What We Have Made”, de Fanny Tondre (Francia, 2016) y “Factory Complex”, de Heung-Soon Im (Corea del Sur, 2015).