El 7 de mayo pasado, en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Udelar), tuvo lugar un debate sobre el proyecto de ley de creación de la Universidad de la Educación (Uned), organizado por el Colegio de Licenciados de esa facultad. Frente a una veintena de personas, Cristina Contera, Alejandra Capocasale y Raúl Gil expusieron sus perspectivas, seguido de un largo intercambio.
Terminada la reunión, en el patio, el organizador me preguntó con verdadera curiosidad: ¿Por qué estás tan de acuerdo con esa universidad, si el proyecto te parece tan malo? Le contesté en broma, mientras trataba de entablar conversación con alguien más: “Para que los docentes, si los echan de la Udelar, tengan otra universidad pública donde trabajar”. Nos reímos los dos, mientras calibrábamos si el otro había captado el mensaje. Y entonces, él acotó lo que es el motivo de este artículo: “Sí. Pero esas no son las razones de tu apoyo.” Al final, el sujeto me conocía bastante bien. Exacto: apoyo la creación de la Uned, y sostengo que este proyecto debe ser cambiado. Cambiado, o combatido. ¿Por qué? Veamos.
LA FORMACIÓN DOCENTE ES LA PIEDRA ANGULAR DE TODO EL SISTEMA EDUCATIVO. De su calidad depende no sólo la solvencia de sus egresados, sino la capacidad de transformar, ahora o después, los demás niveles educativos, desde el inicial al universitario. La mejora de la educación depende de la capacidad de formar docentes e investigadores altamente calificados, actualizados y activos en sus propias áreas de conocimiento, lo que significaría un cambio cualitativo en la formación docente. También el mundo universitario se vería beneficiado con el arribo de nuevas cohortes mejor formadas, con dominio de conocimientos y habilidades que son requisitos previos para la incorporación de otros nuevos. Estos estudiantes ya habrán transitado por una educación signada por la indagación, el pensamiento hipotético, la crítica sistemática y racional, el ejercicio de la imaginación y el despliegue de cualidades artísticas, deportivas, cívicas, sociales e intelectuales. Además, mejores egresados de educación media, son también mejores postulantes para el acceso a la formación docente. ¿Es posible pensar en un círculo más virtuoso?
LA GENERACIÓN DE CONOCIMIENTO E IDEAS NUEVAS REQUIERE DIVERSIDAD. La Universidad Tecnológica (Utec), con su sola creación, expresa la imposibilidad de contener la diversidad formativa que exige el mundo de hoy, en una sola universidad. También la propia Udelar expresó esa necesidad en su proceso descentralizador, diversificando su oferta educativa. Los programas de intercambio internacional de docentes y estudiantes, los posgrados, pasantías y congresos en el exterior, la actual cooperación entre docentes de la Udelar y la Anep, muestran la importancia de la diversidad y el intercambio. Hoy, hay quien reclama que la Udelar asuma parte de la responsabilidad formativa de los académicos en educación. Eso no es razonable. La Udelar es una universidad enorme, todavía regida por una ley anterior al microchip, que, pese a los esfuerzos, no ha logrado proponer un proyecto de ley orgánica que (¡al menos!) otorgue voto a un tercio de facultades que permanecen fuera de su gobierno, algunas desde hace más de 25 años, como la de Ciencias, y la de Ciencias Sociales. Sustantivamente, tampoco ha logrado el nivel de producción académica en educación que justifique semejante aspiración. El país requiere otra universidad pública más, a la medida del siglo XXI.
LA EDUCACIÓN REQUIERE ACADÉMICOS QUE GENEREN CONOCIMIENTO EDUCATIVO Y DISCIPLINAR. Mantener todavía un modelo normalista de formación de docentes desligado de la investigación, es una expresión de nuestra dificultad para tomar decisiones oportunas y pertinentes en este campo. La formación docente uruguaya no es universitaria y eso no es sólo porque los institutos en los que se produce no lo sean. La formación docente no es universitaria porque no hace lo único que obligatoriamente tiene que hacer una universidad: generar conocimiento enseñable y comunicable en todas las áreas de la actividad humana. Ese es el papel de una universidad y de su principal función: la investigación. El proceso y el resultado de la investigación es lo que se enseña, se aprende, y lo que se integra a la práctica educativa y disciplinar en el nivel del que se trate. Hoy, la máxima titulación académica –el doctorado– es el requisito de ingreso a la docencia en las mejores universidades del mundo. No aspiremos a tanto. Pero sí recordemos que la generación y la trasmisión de conocimientos van juntas. Sin generación de conocimiento, lo que se enseña, envejece. Sin enseñanza ni difusión, el conocimiento, es estéril. Por eso, la actividad universitaria es cualitativamente distinta a cualquier otra.
El carácter universitario de una institución no es, por tanto, una cuestión de “reconocimiento”. No se puede “reconocer” lo que no existe. Por eso he insistido en la expresión “creación” de una universidad, y no en el “reconocimiento” de lo que no lo es, nunca lo pretendió ser, y que ni siquiera se parece. Sobre estas bases, es más fácil comprender mi crítica. Veamos.
EL PROYECTO DE LEY DE CREACIÓN DE LA UNIVERSIDAD DE LA EDUCACIÓN NO CREA NINGUNA UNIVERSIDAD. Es más: no genera ninguna discontinuidad entre los actuales institutos del Consejo de Formación en Educación (Cfe) y la institucionalidad que se pretende crear, a no ser por el cambio de nombre y de gobierno. Pregunto: si los edificios, los docentes, los estudiantes, los funcionarios, los egresados, los títulos que se otorgan, son los mismos… ¿Qué cambia? ¿Dónde están los docentes que ingresan por concurso público y abierto según su trayectoria y producción académica? ¿Dónde están los criterios universalistas, transparentes, para generar un cuerpo de docentes capaces de introducir lógicas y prácticas académicas sostenidas y transformadoras de la realidad educativa? ¿Dónde está la estructura académica de la nueva universidad? ¿Dónde están los nuevos títulos? ¿De verdad creen los redactores que es correcto otorgar títulos de licenciatura en “maestro”, o licenciatura en “profesor”, como prevén? ¿Qué reconocimiento obtendrán semejantes títulos en otras universidades y otros países? ¿Dónde está la previsión de nuevos espacios para las nuevas actividades, como laboratorios, salones y despachos de investigación y enseñanza en ciencias, artes, humanidades, y las disciplinas vinculadas con la educación?
La creación de una universidad donde antes no la había, debería ser un acto de disrupción, que marque un antes y un después, que inaugure la esperanza de una lógica nueva. El funcionamiento simultáneo de las dos institucionalidades –la nueva universidad que se crea, y los actuales institutos– podría ser un gesto más que elocuente: la nueva universidad, con docentes ingresados por nuevos llamados, comienza a dictar primer año, mientras los demás institutos siguen dictando del segundo en adelante, con los correspondientes mecanismos de cambios de institución, reválidas, etcétera. Muchos docentes serán los mismos que hoy enseñan en el Cfe; otros serán distintos. Pero el mensaje, será claro: se inaugura un mundo nuevo.
EL PROYECTO SÓLO CONSOLIDA Y CONSAGRA LOS INTERESES DE LOS ACTUALES INTEGRANTES DEL CUERPO DOCENTE, ESTUDIANTIL Y DE EGRESADOS. No es un proyecto al servicio de la generación de conocimiento para la mejora de la educación, del país y sus habitantes. No pretende generar mejores ciudadanos, personas más cultas, trabajadores más capaces, mejores vecinos, personas más felices, más curiosas, más plenas, con un horizonte vital más amplio en un país que crece y diversifica la capacidad de expresiones sociales y culturales significativas. De hecho, la palabra “conocimiento” no figura ni en la exposición de motivos, ni en el articulado. Tampoco las disciplinas. Digámoslo claro: esto no tiene que ver con el conocimiento ni con educación. Tiene que ver, en cambio, con que los actuales docentes, estudiantes, y aún los egresados, se “conviertan” en universitarios, por la sola performatividad de la ley, sin cambio alguno. Como por arte de magia. Sin que nadie ponga en riesgo un cargo que tal vez no esté en condiciones de ejercer en una institución de tipo académico. Sin que nadie tenga que rendir exámenes adicionales para obtener un título universitario, y sin que ningún estudiante sufra sobresalto alguno en su trayectoria educativa. Sin que nadie, excepto la educación y el país, corra riesgo alguno.
LA ÚNICA INNOVACIÓN ES LA INSTALACIÓN DEL COGOBIERNO. No sólo del cogobierno, sino de un cogobierno copiado del de la Udelar. Cuando hasta las autoridades universitarias se quejan de la inadecuación actual del modelo de Córdoba, ¿por qué copiarlo? Y, más importante, ¿cómo delinea políticas académicas, un cogobierno conformado por personas que no lo son? Y no lo son, porque el proyecto se asegura de que no lo sean.
Para terminar, al menos por ahora, quiero ubicar a este texto en su contexto, es decir, el de una negociación entre los tres organismos principales de la educación pública, por un proyecto común: el Mec, el Cfe y la Udelar. Sí. De la Udelar, cuyos representantes informaron con beneplácito sobre los resultados obtenidos. ¿De verdad?
¿Será que vamos a terminar consagrando un statu quo que consolida y legitima la escisión entre la creación de conocimiento disciplinar, hoy en manos de la Udelar, y la trasmisión rutinaria de un conocimiento dudosamente vigente en manos de unos institutos ahora devenidos en “universidad” como desde hace 70 años? ¿Tanta satisfacción siente la Udelar y el Cfe con sus actuales roles en la educación uruguaya? Si la nueva universidad es el triunfo de las corporaciones del Cfe, ¿no es el paisaje resultante, el triunfo de la suma de las corporaciones sobre el interés general del país y de su gente? ¿No compromete esto, definitivamente, las esperanzas de mejorar nuestra educación?