La reunión de nombres con tan buenos antecedentes como los de Diane Keaton, Jane Fonda, Candice Bergen y Mary Steenburgen en una comedia acerca de cuatro viejas amigas que, entre otras cosas, analizan y discuten el libro del mes en su club de lectura prometía agudezas varias.1 El apoyo de actores como Richard Dreyfuss y Don Johnson en papeles laterales de galanes despechados o en ciernes de las integrantes del tal cuarteto, y la promesa, además, de hincarle el diente a las idas y venidas de cada una de las implicadas tenía, en realidad, su peso en el asunto. Así se prestaría atención a la no tan solitaria viudez de una, la enfriada relación matrimonial de otra, la reacción de la más profesional del grupo al enterarse de que su ex marido mantiene un serio romance con una chica mucho más joven y a las intermitentes andanzas de la integrante más seductora del club referido. El panorama lucía promisorio, dada la tradición del humor estadounidense que sabe alcanzar un atendible nivel de observación. Por ahí, por cierto, salen a relucir las carreras de gente inquieta, como el comediógrafo Neil Simon (Extraña pareja, Descalzos en el parque) y el múltiple Woody Allen, los cuales han sabido dar que hablar con sus retratos de estadounidenses medios atravesando trances familiares y sentimentales de todo tipo. Ni que hablar, como si todo eso fuera poco, de las añejas series de televisión de Lucille Ball y Dick van Dyke, en donde a menudo se colaban sabrosos apuntes costumbristas acerca de la vida cotidiana en el país del norte.
Tales, más o menos, las expectativas en cuanto a este estreno dirigido por Bill Holderman, corresponsable también de un guion que, desde el inicio, confunde agilidad con una profusión de escenas breves concebidas todas ellas obedeciendo a un forzado sentido del humor que jamás se permite introducir los toques agridulces y, ¿por qué no?, dramáticos que, por ejemplo, un sinfín de películas italianas de las décadas del 50 y el 60 sabían manejar de acuerdo a la mejor herencia neorrealista. Todo está aquí pergeñado, entonces, para provocar risas a cada rato, cueste lo que cueste, de modo que cada secuencia finalice con la mayor rapidez. Así sucede, pero no queda nada por allí que valga la pena recordar, ni siquiera antes de abandonar la sala. Ni se aprovecha tampoco la ocasión de tomarles bien el pelo a las más que opinables Cincuenta sombras de Grey que las protagonistas leen en esos días. Menos aun para construir personajes interesantes viviendo situaciones identificables, bien justificadas por las vueltas del libreto. En la ocasión, lo único que parece importar sería un regreso a la tradición de los finales felices, una vía del negocio del entretenimiento que, otrora, solía funcionar bien, pero que aquí se vuelve tan superficial como forzada, a lo largo de un desarrollo empeñado en mostrar a los implicados en tren de decir algo gracioso. Para Bill Holderman no queda así otra cosa que recomendarle que alguien le confeccione una lista de buenas comedias estadounidenses que debería ver y apreciar como corresponde, al tiempo de advertirle que Keaton, Fonda, Bergen y Steenburgen se merecen cosas mejores.