La democracia representativa uruguaya gozará este año de una góndola electoral surtida, quizás como nunca antes. Hay una quincena de candidaturas presidenciales representando a lo que podría considerarse el establishment político, pero con unas cuantas innovaciones, para utilizar una expresión que se condice con el aire de los tiempos.
No es algo particularmente disruptivo en Uruguay el surgimiento de candidatos provenientes del mundo empresarial, o que encarnen el concepto de eficiencia con cierta atmósfera de modernidad, porque ya Pedro Bordaberry propagó esos perfumes a mediados de la década pasada, cuando, emulando a Macri o a Piñera, amagó con renovar el Partido Colorado. El fracaso fue evidente no sólo por su salida de la política, sino porque ahora asistimos al renacimiento de Julio María Sanguinetti, aquel que representaba todo el viejo aparato que precisamente Bordaberry decía que había que dejar atrás, cuando buscaba personificar la nueva política.
El detalle ahora podría estar en la cantidad de políticos que podrían ser vistos como outsiders, un concepto ya bastante trajinado, y que, aunque ahora está muy en boga a la luz de Trump y Bolsonaro, suele ser utilizado para casos muy diversos. La etiqueta, además, puede adherirse de modo algo apresurado, porque hay intrusos que, si bien cumplen con la característica de eludir estructuras orgánicas de los partidos o con la de provenir del ambiente técnico-empresarial, no son tan extraños al sistema. Así, Bordaberry hijo (que fue acercado por Jorge Batlle a la política institucional) nunca pudo renegar de su tronco dinástico. Y cuando se piensa en Ernesto Talvi, a pesar de su talante suavemente ondulado, es un líder de opinión de fuerte raíz liberal económica, ya influyente también en los tiempos de Batlle. El pensamiento de este economista suena a una versión descafeinada de un Ramón Díaz que toma forma gracias al impulso mediatizado del instituto Ceres. Es decir, se puede ser nuevo en la política, pero otra cosa es ser un outsider.
En este sentido, quizás el advenimiento que mejor calza en la categoría, y el más turbador, sea el de Juan Sartori. Hay una tentación hacia la risa, cuando se reconoce el acierto de quienes lo ven parecido al bon vivant piola Isidoro Cañones, o cuando se lo escucha tropezar de modo irremediable con las ciencias sociales en su tan comentado blooper del “panóptico de Fucá”. Pero, cuando una se deja atraer por los primeros números de las encuestas, de improviso, el término más adecuado para definir lo que está pasando podría ser “perturbador”. Porque las cifras no le dan nada mal, aunque las encuestadoras declaren que las elecciones primarias están expuestas a amplios márgenes de error.
Hay un sondeo que le dio un 13 por ciento dentro del Partido Nacional1 (PN), y hay otro que le dio un 5 por ciento.2 En junio se sabrá si los encuestados contestan “Sartori”, como podrían responder “el payaso Titirica”, pero esos sondeos coinciden en colocarlo tercero o cuarto, desplazando por lo pronto a quien hasta hace poco jugaba con la tercería en el partido de Aparicio: la senadora Verónica Alonso. Y es que la estrategia de la dirigente blanca parece demasiado arriesgada, ya que el paladar oriental, por lo menos en las últimas décadas, ha dejado a la sensibilidad de ultraderecha en un lugar aún marginal, y prefiere que las propuestas de “mano dura” las lleve adelante alguien con mayor posibilidad de triunfo y sinuosidad.
Si se cambia de filas, algo similar podría decirse de las perspectivas de Edgardo Novick, el otro candidato que optó por salir a festejar la política extremista a lo Bolsonaro, después de independizarse de aquella errática frazada que blancos y colorados (Partido de la Concertación) ensayaron para Montevideo. El Partido de la Gente aparece topeado y con cierta tendencia al deshilachado. Si bien Novick y Alonso comparten ese flirteo con el populismo de derecha, está claro que la segunda no puede ser vista como una outsider después de varios años de juegos a varias bandas dentro de la divisa. A Novick sí le cabe más el sayo, con un partido nuevo, y su discurso de self-made man, de ex feriante próspero a fuerza de meritocracia (aunque recuerda a los rústicos empresarios pachequistas, sobre todo a Óscar Magurno, de quien heredó hasta su club de amigos). Pero no despega, y encima, llegó Sartori.
UN HOLOGRAMA POLÍTICO. Por más integrado que Juan Sartori quiera mostrarse en las entrevistas, la transgresión de su campaña (la cual, al igual que la de Novick, incluye la violación de inútiles normas electorales) es evidente. Aunque quiera presentarse como el chico de la puerta de al lado, su intromisión ha quedado en evidencia en las reactivas opiniones de los viejos cuadros del PN o del silencio prudente de quienes vienen construyendo la laboriosa renovación dentro de los clásicos troncos ideológicos (caso de Luis Lacalle Pou). Si la votación en la interna coloca a Sartori en la conversación, es de esperar que los ceños se frunzan algo más entre los caudillos y los doctores.
Pero, más allá de las internillas, la rápida aceptación de Sartori, un político que sin escalas intermedias (llámese postulación al Parlamento o a una intendencia) se toma un avión e irrumpe como candidato a presidente, podría ser una señal elocuente para todo el sistema en tiempos de hartazgos antipolíticos. No se está planteando aquí que el empresario pueda ganar la elección, pero sí quizás que pueda encaramarse como el outsider más exitoso de la última camada, si es que en definitiva logra una votación no testimonial, sobre todo a partir del demoledor vacío que instala su discurso.
Algunas particularidades. Sartori no es cualquier empresario, es un inversor financiero, de 38 años, casado con la hija de uno de los 200 hombres más ricos del mundo; un algoritmo personificado de la city global, con cédula uruguaya. A pesar del suspense que aporta su excentricidad, hay algunas pistas. Es dueño de un portal de noticias (Ecos) y su nombre cada tanto suele sobrevolar como posible comprador de medios en problemas (ya se sabe que hoy en día ya no se adquiere un medio para incrementar ganancias, sino para obtener influencias). Fue director de la mayor empresa agropecuaria uruguaya de los últimos años, la Uag, que llegó a tener 130 mil hectáreas y ahora le debe al Estado uruguayo, por lo cual no es ajeno al principal rubro exportador nacional (aunque se desconozca si lo suyo está más ligado a los clics bursátiles o a la fertilidad de los campos). También se le conoce un portafolio amplio, abierto para invertir en la soja, la forestación y la ganadería como en el cannabis o los arándanos. Después, sus apoyaturas políticas, más allá de la cáscara electoral proporcionada por Alem García y los servicios de un coronel retirado que fue su socio, son aún bastante opacas.
En todo caso, ya se verá quiénes estarán dispuestos a llenar este ¿inesperado? recipiente pospolítico. Su discurso es, como el de tantos, predeciblemente tecnocrático (“hay que poner a los mejores, sin ver el color”).Aunque evita el populismo antipolítico, Sartori parece el holograma del emprendedurismo, de “las soluciones”, y allí le disputa el loop modernoso y motivacional a Lacalle Pou (“Vamos a in-no-va-a-ar”). Sartori en sí es quizás la aparición más estremecedora de la política pragmática, la de las propuestas sin ideología, en la que aparece atrapado el debate actual. Un pragmatismo que asoma a menudo en el discurso de varios de los candidatos del Frente Amplio, quienes –más allá de su apelación a utopías o a horizontes comunes bastante abiertos– también podrían saldar la contienda con cuestiones de carisma o de know how gestor.
La política pragmática, altamente mediatizada, ya se instaló hace mucho tiempo. Otro cantar será si un personajecomo Sartoripodrá ser exitoso en un sistema de partidos como el uruguayo, que aún es saludado como excepcional.3 Porque es cierto que hay otros líderes encaramados como “la renovación” y que reniegan de sus padres, pero de todas formas tienen que rendir cuentas frente a sus aparatos y sus colectividades, por más diluidas u obsecuentes que puedan ser. El corsé de lo orgánico sigue teniendo la potencialidad de condicionar todavía, de algún modo, al candidato. Es en la estructura donde se produce la convalidación de los pares y donde ellos deliberan, más allá del capital económico de cada uno. Por lo pronto, la irrupción de un liderazgo espectral como el de Sartori, colado –es cierto– dentro del rebozo de un partido, pero con una formalidad express, es un desafío inquietante para la política concebida como una actividad colectiva.
1. Factum, realizada entre el 6 y el 13 de febrero. Sartori quedó a 6 puntos de Jorge Larrañaga. El margen de error en el PN, según El Observador, llegaría a un 7 por ciento.
2. Radar, realizada entre el 25 de enero y el 5 de febrero. Aquí el empresario quedó cuarto, a 5 puntos de Enrique Antía.
3. Agustín Canzani destaca que ocho de cada diez votantes uruguayos están dispuestos a votar “partidos establecidos”, y que hasta el momento “hay menos caldo de cultivo” para un fenómeno del tipo Bolsonaro (Nueva Sociedad, noviembre de 2018).