En 2015 el empresario Edgardo Novick se sumó a la política, lo que por entonces vino a poner en cuestión la fortaleza de nuestro sistema de partidos, la estrategia de la derecha tradicional y, en definitiva, la salud de toda nuestra democracia. Años después, candidaturas como las de Sartori, Perna, Salle o Maneco hacen que Novick parezca poco menos que Charles de Gaulle. Y es que quien tiempo atrás era el ícono de la incertidumbre y la antipolítica, hoy ha devenido certeza. Una certeza aún precaria, débil de propuestas y escasa de carisma. Sí. Pero certeza al fin.
Actualmente, el Partido de la Gente, muchas veces vapuleado por su ideología rupestre y su institucionalidad floja, es casi el PP o el Psoe, al lado de experimentos como Cabildo Abierto (?), el Partido Digital (??) y el Partido Verde Animalista (???), escisión del Partido Ecologista Radical Intransigente (muchos de sus miembros salieron de Unidad Popular, que son los que salieron del Frente Amplio y así hasta el big bang).
Para dar cuenta del especial momento de la política uruguaya, alcanzará con recordar lo siguiente: la precandidatura de Zubía en el Partido Colorado duró menos que la página de Facebook de La Alternativa; Iafigliola y Amorín continúan su batalla minuto a minuto contra el 0 por ciento, y el payaso Korneta ocupa el segundo lugar en una lista, acaso como la versión criolla de Tiririca (el clown brasileño que llegó a diputado y renunció al parlamento para volver al circo, argumentando que sus colegas eran poco serios y le daban vergüenza).
Así, en el submundo de la política alternativa, hoy integrado por ex generales, religiosos, magnates, fascistas y Gerardo Sotelo, la figura de Novick adquiere otro valor. ¿Un valor que lo vuelve alguien votable? Definitivamente, no. Pero que sí nos hace pensar que siempre se puede estar peor.