Durante los años noventa, en la provincia argentina de Catamarca, el gobernador y candidato Ramón Saadi regalaba zapatos a la gente. Muchos pensarán que se trató de un acto clientelar más. Y tendrían razón, si no fuese porque a todos les entregaba el calzado izquierdo, asegurándoles, en caso de triunfar, el derecho (el derecho al derecho).
Esta semana, en tanto, durante el lanzamiento de su nueva candidatura, el presidente estadounidense Donald Trump fue un poco más sofisticado. Prometió de un tirón: terminar con el sida, encontrar la cura para el cáncer y llevar un astronauta a Marte (todo en un mismo período de gobierno, faltaba más).
Sé lo que están pensando: si los políticos pasaron de prometer un par de zapatos a jurar que un cristiano clavará una bandera en el planeta rojo, definitivamente hemos evolucionado. Como sea, las promesas electorales disparatadas (por primitivas o impracticables) son elementos infaltables en toda campaña electoral e, incluso, bien valoradas.
Imaginemos, por ejemplo, al candidato A en pleno acto, rodeado de banderas y gritos de desesperación, levantando la voz y afirmando: “¡Construiremos mil viviendas por día!”. Ahora, en cambio, pensemos en el candidato B, que exclama: “¡La construcción de viviendas durante nuestro gobierno quedará atada a un presupuesto incierto, de modo que, en esta materia, no puedo prometerles absolutamente nada! ¡Lo siento!”. E incluso podemos pensar en un candidato C que, yendo más lejos, asegura: “¡En caso de ser presidente, es probable que mi gobierno pase a la historia como el que menos casas levantó!”.
¿A cuál de todos votaría usted?
No. No se avergüence de su respuesta.
La política es, entre otras cosas, un espacio lúdico, de imaginación y creación de lo que no existe. Así que es comprensible que muchos valoren la osadía de quien promete lo inalcanzable, o simplemente se entretengan con sus ofertas, o directamente crean en ellas desde la mayor ingenuidad.
Pobreza cero, canillas con leche, remedios gratis para todos, terminar con el marxismo en la educación o calles en bajada. Da igual. Quisiera escribir otra cosa, pero es más fácil empatizar con una mentira épica que con una verdad austera.