Un proyecto de Cotidiano Mujer apunta a formar grupos de reparación en los que el tema del abuso sexual no es tabú. Busca sacar las experiencias del cuerpo individual y volcarlas al plano político, habla de la legitimidad que tiene el abuso y el silencio de la sociedad. Todas pasaron por momentos de crisis, pero reafirman que no son víctimas, tampoco mujeres en estado de vulnerabilidad. El colectivo feminista trabaja en Montevideo, pero replicará la iniciativa en el Interior, donde la naturalización de este tipo de situación es moneda corriente.
“Un día dejé de vivirlo como una tragedia personal, como una derrota. Siempre pensé que yo había hecho algo malo y que se me había arruinado la vida. A mí me violaron en la adolescencia, a los 18 años, y eso había tomado toda mi vida, aunque yo no lo tenía muy claro en ese entonces. Pero tuve un momento de crisis en el que me pregunté: ¿quién soy yo si me despojo de esta culpa?, ¿qué me queda?”, cuenta Yessica a Brecha.
Otras siete mujeres la sostienen con su mirada mientras asienten con la cabeza. La entienden: también transitaron por situaciones de abuso sexual. Se conocieron en noviembre de 2018 en ese mismo lugar, un salón de una vieja casa del Centro, donde tiene su sede Cotidiano Mujer.
Fueron 11 las que participaron del primer grupo que se formó, desde aquel noviembre hasta mayo de 2019, a iniciativa del colectivo feminista. Yessica fue una de ellas. Había estado atenta durante la reunión, pero era la única que no había hablado hasta ese momento: “Me pasó hace diez años y siempre estuve acostumbrada a ese lugar de mierda de víctima. Cuando empecé a venir al grupo, a leer sobre el tema y a mirar documentales, entendí que fue horrible lo que me pasó, pero que eso no definía mi vida”, explica.
“¿Cuánto de mí es abuso? Esa es una pregunta clave”, acota la psicóloga Noelia Rodríguez, una de las coordinadoras del proyecto “Lo personal es político”, que, actualmente, cuenta con la financiación de la Asesoría para la Igualdad de Género de la Intendencia de Montevideo (IM).
“Antes yo sentía que todo era abuso, que había elegido mi trabajo porque estaba relacionado con eso. Sí, puede tener alguna influencia, pero soy mucho más que abuso”, explica Yessica, que llegó a esa conclusión cuando participaba de la iniciativa.
El primer encuentro fue el lunes 12 de noviembre del 2018. Natalia recuerda “la potencia de la mirada” de sus compañeras cuando aún eran unas desconocidas para ella. Todas llegaron ansiosas por lo que allí podían encontrar. “Fue superfuerte empezar a mirarnos, a ver lo que te devolvía la otra, que había vivido una situación de mierda, pero que igual estaba ahí; ver que éramos muchas las que habíamos vivido esto”, añade.
Hoy se ríen de los silencios eternos que al comienzo dominaban el espacio. “Creo que respondían a que cada una tuvo una crisis individual muy zarpada, al borde de quemuchas quisimos dejar en distintos momentos”, comenta Maga.Pero siguieron, porque el impulso colectivo fue más fuerte; era la primera vez que al hablar del tema se sentían tan cuidadas y acompañadas.
Los tres grupos de reparación que se formaron hasta el momento son heterogéneos, no sólo por las edades de las mujeres –que van desde los 19 a los 65 años–, sino también por los perfiles socioeconómicos y educativos de cada una. Actualmente, 15 mujeres participan de la iniciativa.
Las coordinadoras del proyecto pudieron establecer algunos indicadores que se repiten en las mujeres que participan: muchas fueron abusadas de niñas o adolescentes, la mayoría por familiares o adultos muy cercanos a sus círculos. También varias fueron violadas en la calle, por extraños. Una gran cantidad de abusos sucedió en el interior del país y muy pocas fueron las que recurrieron a la justicia.
En las ciudades y los pueblos pequeños se ve “más claramente la foto de la legitimidad que se otorga a la práctica, el silencio en las situaciones de abuso y la protección del culpable”, considera Bay. Ella y su hermana fueron abusadas cuando eran niñas por un amigo de la familia que en ese momento vivía en un galpón que había en el terreno de su casa. “Años después, este hombre fue denunciado por la madre de otra niña. Cuando ya no ejercía más poder sobre mí, lo hacía sobre otras. Él fue preso. Yo no tuve la fuerza para denunciarlo. Vivía en un pueblo muy chico y, en realidad, lo que le pasó a esta niña justifica lo que yo siempre pensé: hasta el día de hoy no sé si alguien sabe cuál es su nombre, porque quedó etiquetada como ‘la abusada’”, relata Bay.
Las integrantes de Cotidiano Mujer son conscientes de que en el interior del país no se cuenta con las herramientas necesarias para abordar la temática y de que la naturalización de las situaciones de abuso “es abrumadora”. Por este motivo, el objetivo es replicar los grupos de reparación en otros departamentos del país e, incluso, escribir una guía para que la experiencia se pueda llevar adelante por otros profesionales.
DE LO INDIVIDUAL A LO COLECTIVO. El proyecto busca problematizar la experiencia de abuso sexual desde una perspectiva feminista, y el hecho de haberle dado un encuadre político y social ayudó a las mujeres a sacar la experiencia del cuerpo individual. “Colectivizarlo y darle un sentido me sirvió para sacarlo de mí y volcarlo a donde debería estar. Me permitió entender que lo que nos sucedió no era porque estábamos en el lugar incorrecto o porque nacimos en la familia equivocada. Es mucho más complejo que eso: hay todo un contexto sociopolítico que lo sostiene, lo avala y lo reproduce día a día”, reflexiona Ana Clara, otra de las mujeres que participaron de la iniciativa.
Todas coinciden en que no son víctimas ni mujeres en estado de vulnerabilidad y en que, si bien el abuso sexual se vive como una experiencia individual, corresponde a una problemática social. “El abuso sexual tiene el potencial de afectar a todas y cada una de las áreas de la salud mental y física, porque genera una situación traumática. El impacto se da, una trata de tirarlo para afuera y vuelve. Y ahí, en el cuerpo de las mujeres, es donde están las heridas, que no son de ellas, sino de la sociedad en su ausencia”, asegura la psicóloga Rodríguez.
La mayoría de estas mujeres pasó por procesos individuales, pero el espacio colectivo es necesario para reforzar la idea de que este “es un problema endémico”, subraya la profesional. “No conozco mujeres que no hayan tenido un episodio de abuso sexual, desde lo más ‘chiquito’, que puede ser el acoso callejero, hasta la violación. Lo que sí puede existir es la no conciencia de haber pasado por esa situación. Y, justamente, tomar conciencia es fundamental para que podamos estar hoy hablando de esto como lo hacemos de cualquier otra cosa. Para nosotras, el tema del abuso sexual no es tabú”, expresa.
Ana Clara comenta que este ámbito es el único en el que puede hablar “con todo sobre la mesa y con tanta crudeza”, sabiendo que “está todo bien” yque no tiene que contener a nadie. “Es todo un desafío sacar eso que se vive muy en la intimidad. Nosotras hablamos del ‘silencio obligatorio’, porque cuando le contás a alguien lo que viviste quiere que te calles. Nadie quiere saber del abuso”, coincide Victoria. “Pero acá estamos todas en la misma. Esta horizontalidad es lo que permite el diálogo y que de verdad una pueda decir lo que siente”, explica, por su parte, Rodríguez.
Hablan con una frontalidad que por momentos asusta a todo aquel que es ajeno al grupo. Ellas lo saben. “Ninguna más que nosotras lo puede aguantar”, admite Maga. Todas se ríen.
El mate pasa de mano en mano, al igual que algunos pedazos de pan casero que llevaron para compartir. Aprovechan para contar con entusiasmo que ellas crearon su propio proyecto, un grupo en Facebook, que llamaron “La culpa a los culpables”. Su objetivo principal es brindar herramientas a personas que han sufrido abuso sexual y generar un espacio de “cuidado y propiciar un intercambio respetuoso”.
Con el correr de los encuentros recabaron mucha información de artículos, libros, películas y documentales, que las ha ayudado a transmitir lo que no podían expresar con sus propias palabras. Todo esto volcaron en Facebook con el fin de terminar con “el silencio que vela sobre las situaciones de abuso”, explica Ana Clara.
Para ingresar al grupo, los usuarios deben responder a tres preguntas; esta es la forma que encontraron de asegurarse que quienes acceden al espacio tengan cierta sensibilidad sobre el tema. “¿Qué es el abuso?” es una de las interrogantes que se plantean. Desde el pasado 17 de julio, día en que crearon el espacio, se unieron 78 personas, otras 32 hicieron la solicitud, pero no han respondido las preguntas que se plantean como condición para el ingreso. De las que lo hicieron, sólo una respondió “abuso de poder”, y eso les llama la atención.
En ese momento, Ana Clara cita a la antropóloga feminista Rita Segato y explica que cuando se habla de este tema se pone el foco en lo sexual, pero “el fin no es satisfacer la libido, sino imponer poder”. Rodríguez, la psicóloga del grupo, vuelve a intervenir. “El cuerpo es un territorio de poder y si alguien quiere abusar de él, es porque busca ejercer poder. Es también una manera de ostentar la masculinidad. Por eso, es importante que los varones trabajen en sus masculinidades y no tengan que reforzarlas a través de cuerpos de otros.”
IMAGINARIOS Y EL ACCESO A LA JUSTICIA. “Hay un imaginario tremendo sobre cómo cada persona reaccionaría en el momento del abuso sexual y cómo lo haría después. ‘Si hubiese sido vos…’, te dicen”, relata Maga. El tema genera un ping‑pong de intervenciones. “Hay una construcción en torno a lo que es ser una buena víctima. La buena víctima tiene un trauma en su sexualidad; va a ser lesbiana, no va a salir más de su casa (…). Y se tiene que notar que fuiste abusada, porque una no puede caminar por la calle sin que la gente se imagine lo que le pasó”, cierra Irma.
Pero el imaginario social también recae sobre el abusador. “Estaría bueno dejar de ver a los agresores como monstruos y como enfermos. Se vive el tema con mucho morbo, pero hay que ver qué pone cada uno para cambiar las relaciones de poder que se dan”, sostiene Victoria.
Ana Clara piensa y busca cada palabra para ser lo más precisa posible. “La diferencia está en que a la víctima siempre le ponemos cara y al abusador rara vez. Pero son personas comunes y corrientes, con las que convivimos a diario; puede ser un buen vecino, un compañero de trabajo o de estudio que, en realidad, es un depredador y está en un contexto social que habilita que esos abusos se den.” Para Maga, el problema es que cuando se le pone cara al abusador se lo quiere “linchar” y no se piensa más allá de eso. “Hay un círculo que lo está habilitando y muchas redes que fallaron”, advierte.
A las trabas que llegan desde la sociedad se suman la de la justicia. Cuando un niño o un adolescente es abusado sexualmente, tiene –en caso de no haberlo hecho antes– diez años para denunciarlo a partir de que cumple los 18; de lo contrario, el caso prescribe. “Hay muchas mujeres y varones que se están dando cuenta de que fueron abusados y no pueden denunciar porque pasó el tiempo establecido. Estamos seguras de que la mayoría de esos abusadores están vivos”, de que el caso prescribió en la justicia, pero no su condición de abusadores, señala Rodríguez.
Hablar sobre lo que ocurrió ayuda a minimizar los efectos traumáticos, pero hacerlo en el momento en que sucede es casi imposible. Muchas veces, es difícil asumir y entender la situación, sobre todo, cuando aparecen la culpa y, una vez más, las preguntas. “¿Estaba en el lugar que debía? Yo revisé más de mil veces en mi cabeza cómo estaba vestida ese día”, recuerda Ana Clara.
Es aun más complicado cuando se trata de niños o adolescentes, porque, en esos casos, tienen muy pocas herramientas para enfrentar un abuso sexual o una violación. “Yo pensaba que si mi padre se enteraba, lo iba a matar (al hombre que la abusó) e iba a ir preso, también mi madre, y yo terminaría en el Inau. Era tremendo. Siempre iba a ser mejor ocultarlo y tener toda la sintomatología que sufrí cuando era niña”, relata Bay. Pero cuando decidió contárselo la reacción de su padre distó mucho de lo que ella imaginó. “Dio dos piñazos a la pared, lloró, se angustió. Yo estaba ahí parada. Se dio una discusión entre mi madre y mi padre, y él la acusó a ella de no haberme cuidado.”
Todas coinciden en que la ley no está acompasada con lo que “realmente sucede”. Irma recuerda que fue en una reunión del grupo de reparación que contó por primera vez que había sufrido abuso sexual en el matrimonio. “No lo tenía asimilado, pero cuando lo dije sentí… No sé cómo explicarlo. Fue como quitarme un peso de encima y a la vez no”, asegura.
“Hay que incomodar a la sociedad y a la justicia, porque a veces diez años no alcanzan para darse cuenta de lo que pasó, para tomar fuerzas o para buscar una persona que nos ayude”, asegura Rodríguez.