En “Rayuela” (1963), Cortázar puso todo lo que tenía. Fue para él un salto al vacío que lo distanció de la seguridad controlada de los cuentos fantásticos de su primera época –de éxito ya garantizado–, para adentrarse en una búsqueda sin hallazgos a través de preguntas sin respuesta. Y, aunque el tiempo no ha sido amable con sus partes más ingenuas o sentimentales, vive en la novela un núcleo de verdad que se resiste a desaparecer.
“¿La rayuela? Pero si estoy apenas en la casilla tres, y a cada
rato tiro la piedrita afuera. No habrá libro hasta fin de año, pero entonces sí
se lo mandaré y veremos. (No me la imagino a la Sudamericana publicando eso. Se
van a decepcionar horriblemente, este Cortázar que‑iba‑tan‑bien…)”, carta a Francisco Porrúa (París,
14 de agosto de 1961).
EL TOQUE D...
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