La foto –de esas que al captar el momento se proyectan como testimonio en el futuro– lo muestra serio, con un gesto que revela su determinación, la vista firme, los brazos cruzados sobre el pecho, en medio de un bosque de manos alzadas. Después diría: “Siempre me opuse a los que votan con los pies”, y la frase se convertiría en un ícono de la conciencia política, referida a aquellos parlamentarios que, en la disyuntiva de elegir entre la disciplina partidaria y los principios, no escurren el bulto ni dudan de renunciar a su banca. Otros renunciaron, antes y después, pero nunca como un cuestionamiento ante una debilidad flagrante de sus autoridades partidarias.
El 1 de diciembre de 2005, cinco diputados del Frente Amplio optaron por salir de sala cuando se votaba la autorización parlamentaria para enviar tropas uruguayas a Haití. El diputado socialista Guillermo Chifflet permaneció en sala y fundamentó así su voto en contra: “No puedo votar esto que va contra las convicciones más hondas de mi conciencia. Para cumplir con mis compañeros, renuncio a la Cámara. Renuncio. Quiero respetar la voluntad de la mayoría, pero también estar tranquilo con mi conciencia”. La razón principal de su postura solitaria en el conjunto de la izquierda en el Parlamento tenía la fuerza de una acusación: “Las tropas uruguayas van a Haití a cumplir las órdenes del imperialismo norteamericano” y se comportarían como un ejército de ocupación en un país extranjero.
Esa admirable intransigencia frente a los principios vulnerados fue el mensaje significativo con el que completó una trayectoria parlamentaria de 16 años; dejó la banca cuando aún no se cumplía un año del primer gobierno frenteamplista. No fue una decisión inesperada: meses antes dejó claro que se oponía a la autorización de que Uruguay participara en las maniobras militares conjuntas Unitas, contra las que él mismo, como parte de la bancada frenteamplista, había votado los años anteriores cuando el Frente Amplio era oposición. Era un gesto ineludible de coherencia: el Frente Amplio había levantado la política antimperialista, hasta el acceso al gobierno, como una bandera inclaudicable, como una seña de identidad.
Quizás esa postura comenzó a moldearse en 1937, cuando Chifflet tenía 11 años. El pibe alto y flaco era fácilmente distinguible (por pibe y por alto) junto a Emilio Frugoni en alguno de los actos que el Partido Socialista realizaba en el Cerro en solidaridad con la República Española. ¿Fue simple casualidad la inclinación del preadolescente por el Partido Socialista? Sus padres deliberadamente evitaron influir en sus preferencias políticas. Su militancia estudiantil decantó en su elección socialista. En ese marco consolidó una manera de encarar la política: reivindicar la independencia intelectual, que más tarde, sin aspavientos, ejercería dentro del Partido y en el Parlamento. Esa independencia lo llevó a discrepar con Frugoni, quien abandonaría el Partido Socialista en 1963 para fundar el Movimiento Socialista; pero la discrepancia, compartida muchas veces con José Díaz y Raúl Sendic en la dirección del Partido, no le impidió reconocer que “en Emilio Frugoni hubo coherencia, armonía excepcional entre el poeta y el socialista, el militante y el creador, el político y su palabra”. A Chifflet no lo distanció el hombre, sino la concepción política: el tercerismo frente al socialismo europeo, la internacional socialista frente a la guerra colonialista en Argelia.
Cuando se le preguntaba qué extensión debía tener la crónica que había solicitado, invariablemente respondía: “Lo más cerca del punto final”. Era una recomendación a menudo destinada al fracaso, pero que reivindicaba como criterio de buen periodismo. Desde su responsabilidad como secretario de redacción o jefe de la sección Política en Brecha, Chifflet daba la batalla permanente por el componente informativo en un periodismo inevitablemente analítico. Lo cual era raro si se considera que Chifflet se moldeó como periodista en publicaciones que nunca ocultaron su postura ideológica: primero en el semanario El Sol, que fundara Frugoni, después en el diario Época, el semanario Marcha y, finalmente, Brecha. En El Sol anudaría una estrecha amistad con Eduardo Galeano, en Época compartiría esa singular experiencia con Gutemberg Charquero, en Marcha conocería íntimamente a Carlos María Gutiérrez, de quien diría que era un periodista excepcional.
El cierre de Época y El Sol, decretado por el presidente Jorge Pacheco Areco junto con la proscripción de cinco partidos políticos, apenas una semana después de asumir como presidente tras la muerte del general Óscar Gestido, lo convirtió imprevistamente en un desocupado. “Pero sólo por un día: estaba tomando un café en un bar de San José y Cuareim cuando pasó Zelmar Michelini, se sentó a mi mesa y me propuso trabajar en su diario, Hechos.” Allí trabajó junto con Héctor Rodríguez, quien después integraría el staff de colaboradores de Brecha.
En Marcha, en el último tramo de 1970, Chifflet combinó magistralmente su doble condición de periodista y militante. Sus crónicas le dieron un significativo empujón al proceso de lo que sería el Frente Amplio y sus entrevistas revelaron el costado cívico del general Liber Seregni. Marcha apoyaba la corriente de los intelectuales independientes, pero Chifflet fue uno de sus principales impulsores.
Marcha sobrevivió un año y medio a la irrupción de los militares, quizás porque estos no tenían sentido de la ironía: “No es dictadura”, tituló Marcha el viernes 29 de junio de 1973, dos días después del golpe. Pero en noviembre de 1974 Chifflet volvió a quedar desocupado. Se “redescubrió” como creativo de publicidad, un oficio que decía detestar, pero que fue su tabla de salvación esos años. Aunque coincidía con Quijano en que la publicidad era “un arma imperialista”, ese oficio no sólo le dio de comer, sino que también le sirvió de fachada para la actividad política. Con secreta malicia Chifflet solía recordar algunas de sus campañas publicitarias: “No hay líderes sin público”, un eslogan para CX 20 Montecarlo, inspirado en una lectura de Jean‑Paul Sartre; “La publicidad es puro cuento”, un folleto en formato de cuentos para niños elaborado para clientes y medios; “Profeta de los tiempos que vendrán”, una frase con la que se publicitó un producto, sin que se supiera que era la definición que Carlos María Gutiérrez hacía de Sendic.
A comienzos de 1985 participó de las reuniones –casi clandestinas– en las que se fue consolidando el proyecto de creación de Brecha: volvió a establecer el contacto con Hugo Alfaro y Carlos Núñez, y conoció a Guillermo Waksman y Ernesto González Bermejo (Gutiérrez regresaría más tarde del exilio). La mayoría de los fundadores de Brecha tenían una raíz común en Marcha, y era una tentación que el nuevo semanario fuera la continuación de aquel que había tenido la impronta de Carlos Quijano. “Brecha es muy distinta a Marcha–escribió–, quizás porque desde el principio nos preocupamos de que así fuera.” La propia figura de Quijano (que había fallecido en junio de 1984 en México) y su dimensión periodística, política e intelectual eran un impedimento para reclamar la herencia; pero además, como sostuvo Chifflet, era necesario imponer un periodismo que reflejara la nueva realidad de una democracia confusa, tutelada y cuya transición no se mediría, precisamente, en términos temporales. Hasta que su labor parlamentaria absorbió toda su atención, Chifflet bregó en Brecha, desde la jefatura periodística y en el Consejo Editor, por un periodismo independiente de izquierda, cuyos contenidos a menudo reflejaban, en la forma, el periodismo que había distinguido a Marcha, aunque con ello los redactores desoyeran su sugerencia de escribir lo más cerca del punto final.
Como era de esperar, la angustia de resolver cada semana una edición que debía superar a la anterior, una exigencia nacida de una supuesta obligación, un despiadado examen de existencia, no alteraba en Chifflet esa envidiable cualidad humana que combinaba firmeza con tacto, rigor con ternura, una dosis justa de asertividad y sensibilidad, que lograba capear las inevitables tormentas cotidianas. Sus calenturas, que a veces las tenía, eran más bien una implosión.
Desde su militancia en el Partido Socialista, en su prolongada actividad periodística o en el Parlamento, donde integró la comisión de derechos humanos, Chifflet dedicó su principal atención a los desheredados de esta tierra, fueran cañeros, peones rurales o desocupados capitalinos. Ahí radica la justicia del premio que le concedió la Fundación Mario Benedetti. Merecido regalo para los 93 años que cumplió el pasado domingo 15.