El 3 de octubre, cuando Graciela Villar paró a descansar unos minutos en
el local del FA de Florida capital, la edila Amanda della Ventura aprovechó
para ir a saludarla. Estacionó su añeja Ciao 50 centímetros cúbicos amarilla,
cruzó la calle Ursino Barreiro sacándose el aparatoso casco blanco con un
pegotín del FA y, apenas llegó hasta la candidata a vicepresidenta, se presentó
como la desconocida que era. No tenía cómo hacerse la idea de que 25 días más
tarde no iba a necesitar siquiera decir su nombre para ser reconocida mucho más
allá de Florida o la dirigencia nacional de la Vertiente Artiguista. Su voz, su
rostro, su metro cincuenta y pico y su inconfundible sonrisa –y moto– andarían
por diarios, canales, radios y portales de noticias por haber sido electa
senadora titular. También su...
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