El alemán Benedicto XVI y su sucesor, el argentino Francisco, a quienes se refiere el título, sin duda constituyen figuras de peso que llegaron al Vaticano no mucho tiempo atrás, se conocieron y alternaron en varias circunstancias de sus respectivas trayectorias. A todo eso se refiere el libreto de Anthony McCarten que el brasileño Fernando Meirelles (también director de Ciudad de Dios) se encarga de llevar adelante con los bríos del caso. Para narrar las charlas, coincidencias y diferencias entre los dos hombres, la película echa oportunas ojeadas a los pasos previos de uno y otro; se muestra, entonces, la personalidad más conservadora de Benedicto en la Europa de su tiempo –civilizada sólo de forma aparente– y el sufrimiento de Francisco frente a los embates de la dictadura argentina, que no lograron alterar su espíritu extrovertido y su predilección por el tango y el fútbol.
Gran parte de lo que ambos alguna vez hablaron entra en esa especie de ficción que McCarten y Meirelles condimentan, por cierto, con hechos que, en diversos momentos, registraron los diarios, las cámaras de televisión y los noticieros. La ficción, con las licencias que le corresponden, se vuelve verosímil y disfrutable, más allá de las ideas y creencias que cada espectador pueda sostener acerca de la influencia del Vaticano en el mundo. El filme busca expresar que los pasos previos al papado y el posterior intercambio de ideas y experiencias entre Benedicto y Francisco pueden pensarse como pruebas sólidas de la preocupación de los protagonistas por una humanidad a la cual, en el acierto y en el error, dedicaron sus vidas. El desarrollo de la película combina con acierto el tiempo presente y el pasado, utilizando oportunos flashbacks que buscan ilustrar la complejidad de las figuras observadas. Acerca de esas dos siluetas, la labor del realizador acierta al expresar tanto la indiscutible atención de los involucrados en lo que concierne a sus semejantes como la seriedad de los intentos que llevaron a cabo desde sus comprometidos puestos. Uno y otro personaje lucen, sin duda, convencidos de lo que tienen entre manos; Anthony Hopkins, como Benedicto, y Jonathan Pryce, en el papel de Francisco ya mayor, realizan grandes interpretaciones. Sus respectivas composiciones, tan opuestas como complementarias, enriquecen una película que Meirelles narra con bienvenida agilidad y excelente aprovechamiento de los escenarios palaciegos que, en diversos momentos, alojan las distintas conversaciones y enfrentamientos. La expresiva banda sonora de Bryce Dessner y la excepcional fotografía del uruguayo César Charlone se unen a los aciertos de este acercamiento a dos hombres singulares que, al parecer, consiguieron comunicarse en profundidad.