La banalización en torno al terrorismo de Estado, a veces premeditada, a veces espontánea, cumple un papel fundamental en el mantenimiento de la impunidad.
Lo que es excepcional e inadmisible se
vuelve “normal”. Cuando un abogado de derechos humanos reitera la lentitud de
la justicia –velocidad de babosa, se dijo– para cuestionar la paralización
durante años de un expediente judicial en el que aparecen acusados violadores
de los derechos humanos, esa paralización se asume como normal. Cuando se acusa
a la Suprema Corte de Justicia de permitir las escandalosas triquiñuelas de los
abogados de los terroristas de Estado para dilatar los juicios, el silencio
inmutable de los honorables magistrados se asume como normal. Cuando un
periodista informa sobre el juicio por difamación impulsado por Mi...
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