El movimiento feminista español es uno de los más potentes del mundo. Sin embargo, tiene el reto de entretejer una lucha que visualice las diferentes opresiones que experimentan las mujeres dentro del Estado. Para Pastora Filigrana, “el territorio que la mujer habita también se tiene que tener en cuenta a la hora de enunciar un feminismo”.
Pastora Filigrana nació en El Turruñuelo, un barrio trianero de Sevilla, en Andalucía, en el que vive principalmente población gitana. Más tarde estudió Derecho y participó en la creación de la Asociación de Mujeres Gitanas Universitarias. “Creo que el feminismo está consiguiendo sumar muchas sensibilidades, muchas reivindicaciones, muchos dolores de panza. Es un paraguas aglutinador. Pero el desafío es articularlo de forma estable en el tiempo”, señala a Brecha la activista.
En los espacios de militancia se la reconoce como la “abogada de los gitanos” y por su participación en diferentes organizaciones de derechos humanos y en el Sindicato Andaluz de Trabajadores y Trabajadoras. Desde esta construcción política considera que: “Aunque las causas de opresión parecen diferentes, todas tienen una raíz común: el sistema-mundo neoliberal y patriarcal, colonial y racista. Entonces es muy necesario organizarse, aunque no se padezcan exactamente las mismas agresiones”.
-Decís que la marca país en España se ha construido sobre lo andaluz, y lo andaluz sobre lo gitano, en particular sobre la mujer gitana vestida de flamenco. Sin embargo, forma parte de una población excluida…
—La mujer andaluza no tiene una visibilización como tal en el feminismo, al menos no de manera masiva, si bien existe un movimiento que se está parando a pensar esto del territorio que se habita como un elemento más de la definición de opresión que se siente. En esa línea se empezó a enunciar un feminismo andaluz. Mar Gallego es una periodista que creó un proyecto web y de imagen al que llamó “feminismo andaluz”, en el que se ha ido pensando en torno a esto.
Lo que sucede es que cuando la mujer andaluza emigra y sale a trabajar al norte, a Barcelona o a Madrid, toma conciencia de que el hecho mismo de ser andaluza la coloca en un lugar subalterno, aparte de la cuestión de ser mujer, el territorio que habita y la identidad cultural que tiene funcionan como una jerarquización, una colocación en el orden social. Entonces las mujeres andaluzas que habían emigrado y eran feministas, y militaban en el feminismo de Barcelona o Madrid, empezaron a hablar sobre estas cosas. Porque Andalucía históricamente dentro del Estado español es colonia interna, colonia económica. No hay una industria propia de Andalucía. La principal actividad económica es la producción de materias primas agrícolas y el turismo, pero la plusvalía de la transformación de esos productos se queda en otros territorios. Eso explica la situación de pobreza, exclusión, desempleo estructural o los índices de infravivienda.
Sin embargo, esta situación económica está justificada en el imaginario colectivo, porque la identidad andaluza se considera inferior. Es un esquema colonial básico que en el Estado español se reproduce con Andalucía. Como todo dentro de una lógica colonial siempre el colonizado no prospera, no se desarrolla, porque su propia idiosincrasia se lo impide: son más flojos, más vagos, no quieren trabajar o no son lo suficientemente listos.
—Pero el feminismo andaluz como tal no existe, al menos como discurso teórico…
—No, por eso vengo hablando de que el feminismo andaluz, de existir y de construirse como una práctica política propia, no debería imitar al feminismo europeo, blanco-occidental, sino poner en valor y en el centro a las propias prácticas culturales históricas de Andalucía. Crear desde ahí la propuesta emancipatoria, desde los referentes identitarios: toda la vida colectiva del campo andaluz, las casas de vecinos en Andalucía, las fórmulas de autogestión, de mutualismo y comunidad, que son propias de la identidad andaluza, pero que en la actualidad la modernidad subalterniza y caracteriza como primitivas o subdesarrolladas. Es así como lo venimos enunciando, pero es más una sensación que una realidad.
Creo que son necesarias dos cosas, que incluyamos en las reivindicaciones el territorio que se habita cuando este es colonia, porque muchas opresiones se explican desde ahí. Porque no es casualidad que históricamente las mujeres que iban a limpiar al norte eran andaluzas. Ahora es la mujer migrante, pero antes era la mujer andaluza, y eso te va construyendo. Así como es importante tener en cuenta el cuerpo que se habita, si es más oscuro o menos oscuro, si se parece más a lo blanco o no, si es cisgénero o trans. Igual que el cuerpo marca la lucha política, el territorio que se habita y toda la carga de estereotipos que tiene ese territorio también va a marcar la lucha.
—Por lo que señalás, el feminismo andaluz debería estar más vinculado a los feminismos del Sur global que a los europeos. ¿Debería entonces construirse desde una mirada ‘decolonial’?
—Sí, sobre todo cuando hablo desde el feminismo gitano, que es diferente al andaluz, que nace desde otros dolores de panza y otras situaciones de opresión. Estos feminismos que se crean desde las identidades que están subalternizadas serían un feminismo decolonial, como los que han creado como práctica política otros colectivos de mujeres que han estado subalternizados, como el feminismo chicano en Estados Unidos, el feminismo afro, el feminismo indígena. Esta trayectoria en la que no sólo se entrecruza el hecho de ser mujer, sino también un hecho de clase, que tiene que ver con el orden colonial del mundo.
La identidad andaluza como territorio es una identidad de clase históricamente, que quizás con otras identidades territoriales no pasa. Por ejemplo, Cataluña es una realidad diferente, por más legítima que sea su reivindicación. La cuestión de Andalucía va profundamente ligada a la clase social, al ser un territorio construido como productor de mano de obra barata y de materias primas. Los propietarios de las tierras y de los grandes capitales son madrileños, los “señoritos”. No existe una burguesía andaluza como tal. Claro, la reivindicación, en este caso, va muy ligada a la opresión de clase.
—En el caso de la mujer gitana, se le suma la opresión de raza.
—Claro, no se puede decir que la mujer andaluza sea racializada per se. Es diferente a la mujer gitana, que sufre una discriminación étnica. Esto es importante porque no podemos homogeneizar a todas en el mismo lado. La mujer gitana con la andaluza no comparten necesariamente la opresión de raza, pero sí la colonialidad del territorio. Lo digo porque los otros feminismos, los feminismos decoloniales que están enunciados también desde la cuestión racial, tienen una especificidad fuerte e incluso en un escalón por debajo de la humanidad. La racialización es una opresión más, en la mujer andaluza no se puede decir que existe una racialización, pero, claro, cuando hablo de feminismo gitano ya es diferente, porque andaluza y gitana no son sinónimos. Por eso, una mujer andaluza blanca es una cuestión y puede tener su opresión por el territorio que habita, pero una mujer gitana que vive en Andalucía es otra situación que se agrava más. La población de Andalucía es blanca, paya, y los gitanos no sólo viven en Andalucía.
Son dos realidades diferentes, por eso creo que dentro de la idea del feminismo decolonial tanto el feminismo gitano como el feminismo andaluz tendrían cada uno un proyecto propio. Desde sus diferentes dolores de panza. Es que ser gitana duele más, es un escalón más de inferioridad.
—Integrás el Sindicato Andaluz de Trabajadores y Trabajadoras, ¿qué lugar ocupa el feminismo en esta lucha?
—El Sindicato Andaluz de Trabajadoras y Trabajadores es actualmente uno de los movimientos de base más amplios en Andalucía. Quizás no todo lo amplio que necesitamos, pero sí de los que todavía mantiene un arraigo en los diferentes territorios. En general, creo que el sindicalismo está caduco; aunque soy una sindicalista, soy consciente de que estamos trabajando con máquinas del siglo XIX para una realidad del siglo XXI, y en eso el sindicato adolece de muchas deficiencias. Sobre la cuestión del feminismo, bueno, pues las mujeres también tenemos estas luchas dentro de las propias organizaciones donde participamos. El grupo de mujeres del sindicato, que es muy diverso, tiene una lucha importante dentro de la propia organización, como sucede también dentro de otras organizaciones de izquierda, donde las feministas llevan un discurso y una práctica feminista a la lucha sindical.
Por eso vengo hablando de que el feminismo andaluz, de existir y de construirse como una práctica política propia, no debería imitar al feminismo europeo, blanco-occidental, sino poner en valor y en el centro a las propias prácticas culturales históricas de Andalucía. Crear desde ahí la propuesta emancipatoria.
Dentro de nuestro sindicato lo que sucede es que hay mujeres que tienen mucha representación, que en otros lados, no, como son las mujeres jornaleras, las mujeres que trabajan en el campo. Este es un colectivo con una especificidad propia, que está padeciendo unos daños propios. La maquinización del campo en Andalucía afecta mucho a las mujeres. Las mujeres son las primeras en ser suplidas, y el paro agrario y la precariedad agraria es mucha. Al extremo está la mujer migrante, que dentro del campo andaluz es todavía un escalón más de opresión y vulnerabilidad, que también en el sindicato tiene su representación.
—En este sentido, ¿cuáles son los retos de los feminismos que no son hegemónicos?
—Creo que los feminismos que no son hegemónicos, los feminismos que se plantean desde otras identidades, lo primero que tenemos que hacer es una labor de reconocimiento propio. Nos han castigado diciendo que nuestras prácticas, nuestras formas de vida, nuestros rasgos identitarios son inferiores, subdesarrollados, y que no comulgan con una práctica liberadora o emancipatoria. Nos han colocado en ese lugar, y una parte importante, entonces, es sacarnos a nosotras de ese lugar y pensar que nuestras formas de hacer, pensar y sentir el mundo pueden ser tan emancipatorias como las de otra cualquiera. Básicamente, no tenemos que vestir ni copiar lo estético o discursivo de otros movimientos feministas blancos. Esto de cara interna. De cara externa, creo que también toca evidenciar que este mundo, además de patriarcal, es profundamente racista y colonial. Y que para poder entender el mundo y actuar sobre él vamos a tener que tener en cuenta todas estas diferentes opresiones y realidades que se atraviesan unas a otras, pero no con el fin de dividir la lucha, sino todo lo contrario, para crear frentes amplios de unidad amplia, pero no desde una homogeneización cultural discursiva, sino desde un espacio en el que pueda caber todo el mundo, desde sus propios dolores. Pero, además, porque creo que desde ahí es que conseguimos más cosas. O sea, cuando tenemos una lucha más amplia y muy diversa.
—Desde esta perspectiva, ¿cómo ha sido el diálogo con los demás feminismos dentro del Estado español?
—Como decía antes, el feminismo andaluz como tal aún no es una práctica política, es más naciente. Por eso no existe todavía un diálogo de conflicto. El feminismo gitano es diverso. Están las que sí creen que el movimiento feminista hegemónico mayoritario oculta esta realidad y son más precavidas a la hora de plantear su lucha. Y otras que son más afines a construir ese paraguas que lo lleve todo debajo. Igual pasa con el feminismo negro; también se está debatiendo si se debe participar o no en el feminismo hegemónico. Creo que son debates sanos y buenos, y que, además, incomodan al feminismo mayoritario. Pero creo que es bueno que incomode, porque es la única manera de que se pueda tener una mirada real sobre la situación de otras mujeres que la estructura capitalista, patriarcal y racista están colocando todavía en una lugar inferior. A veces son incómodos los debates, no se llega a un consenso, pero creo que de ese conflicto es desde donde se va a generar una mirada más amplia del entrecruce que hay entre el racismo y el patriarcado.