España abre sus puertas a un verano en el que la población enfrenta los primeros golpes de una crisis social y económica que nadie vislumbraba antes de la pandemia. Un clima de emergencia que Vox busca capitalizar mientras apela al descontento de los sectores más afectados.
Desde Madrid
La pandemia del coronavirus dejó a España en un clima de incertidumbre, con un miedo latente a una nueva ola de contagios. El ingreso a la nueva normalidad, en la que vive desde hace dos semanas, se decidió con la urgencia de reactivar la economía frente a una crisis social que desde hace semanas se vislumbra en las calles. Si bien las medidas sociales adoptadas por la coalición del Psoe y Unidas Podemos permiten mitigar los efectos más duros, aún son insuficientes para las decenas de familias que hacen cola en búsqueda de alimento y otros medios de subsistencia. Es justamente en los contextos más golpeados –los barrios obreros y las zonas rurales– que Vox busca captar votos y desgastar al gobierno.
Desde su irrupción en el panorama político, la fórmula de la extrema derecha española es alimentar el clima de crispación. En enero de 2020, cuando Pedro Sánchez asumió la presidencia en el Congreso, Santiago Abascal, líder de Vox, lo acusó de impulsar un cambio de régimen: “Quiere copresidir un gobierno ilegítimo”, dijo el dirigente. Sus primeras intervenciones apuntaban a la idea de proteger y preservar la identidad nacional española del peligro de las reivindicaciones independentistas catalanas. Abascal le recriminaba a Sánchez querer “romper España” aliado con los “dos grandes enemigos” de la democracia española: “los terroristas y los golpistas”. Esta posición, secundada en un tono menos frontal por el Partido Popular –que Vox denomina “la derechita cobarde”–, le permitió monopolizar la agenda mediática y las discusiones en el hemiciclo.
ADVERSARIOS. “Una cosa muy interesante de Vox es que es muy explícito en todo. Ellos dicen claramente que, si bien son un partido político, sobre todo son un instrumento metapartidista para dar la batalla cultural contra sus enemigos”, explicó a Brecha Guillermo Fernández-Vázquez, sociólogo e investigador de la Universidad Complutense de Madrid, especializado en las derechas radicales europeas. En este enfrentamiento sus adversarios son los partidos independentistas, pero también las fuerzas de los nacionalismos periféricos y regionalistas, los partidos de izquierda y, fuera del espectro político-partidario, los inmigrantes en situación irregular, principalmente los procedentes del norte de África.
Esta fue la posición que mantuvo en las primeras semanas de marzo, cuando el gobierno decretó el confinamiento obligatorio. Por esos días, el discurso de Vox se alineaba al de otras derechas radicales (Marine Le Pen en Francia y Matteo Salvini en Italia), que sentían que el coronavirus les daba la razón a sus posturas geopolíticas de cerrar fronteras y encaminarse a algún tipo de desglobalización. Y mientras el número de contagios y muertes escalaba de manera exponencial, articulaban los reclamos con base en dos exigencias: seguridad y protección, echándole en cara al gobierno haber llegado tarde y no estar preparado para enfrentar la situación. El caballito de batalla era señalar al gobierno por no suspender la marcha del 8 de marzo, en la que miles de mujeres salieron a las calles en todo el país, aunque el foco estuvo puesto en lo que ocurrió en Madrid, al convertirse luego en el epicentro de la crisis sanitaria.
El episodio estuvo presente durante todo el estado de alarma y aún persiste, con el partido de extrema derecha acusando al Ejecutivo de haberles mentido a los españoles y haber ocultado información. “Este es un gobierno que ha ido con guantes de látex a una manifestación mientras afirmaba a los españoles que no tenían que tomar medidas y que los focos estaban controlados”, esgrimió Vox en uno de sus primeros comunicados oficiales de la pandemia. El reproche tomó tanta fuerza que no importó que el mismo 8 de marzo la formación hubiera celebrado su mitin político en el madrileño Palacio de Vistalegre, con más de 5 mil personas. Tampoco importó que más tarde se supiera que Javier Ortega Smith, secretario general del partido y portavoz de este en el Ayuntamiento de Madrid, había participado de ese acto con coronavirus y que posiblemente lo hizo en esas condiciones el mismo Abascal, que días después también dio positivo.
Por ese entonces el camino era claro: erosionar al gobierno y responsabilizarlo de toda la crisis sanitaria. Y aunque el contexto español permitía ese juego, con una de las peores cifras de contagios y fallecimientos de Europa, lo que no esperaban era que Pedro Sánchez lograra alcanzar cierto consenso en torno a su figura, apelando a la unidad nacional frente a una pandemia sin precedentes. En una de sus extensas comparecencias en ruedas de prensa, a las que acudía una vez a la semana –a veces más–, el presidente español le pedía a la ciudadanía: “Necesitamos a todos, nos necesitamos todos. La unión de todos y todas para volver a poner el país en marcha. Haré todo lo que esté a mi alcance para conseguir esa unión. No tengo y no tendré otro enemigo que el virus”.
VENEZUELIZACIÓN. El compromiso de buscar soluciones para la crisis sanitaria aunó a la ciudadanía, que por esos días se reunía en el aplauso de las ocho de la noche, con el que reconocía el esfuerzo del personal sanitario, pero también la importancia de fortalecer los servicios públicos. La aprobación popular de Sánchez alertó a Vox, que temió que la coalición socialista saliera fortalecida, con más margen para profundizar las políticas económicas y sociales cercanas a la línea de Unidas Podemos. Fue en ese momento que Vox pasó de reclamar la protección de los ciudadanos a exigir la libertad. Un giro discursivo que sus dirigentes adoptaron rápidamente. Salieron a decir que el país estaba viviendo un estado de excepción encubierto, un “simulacro de gobierno totalitario”. También comenzaron a atacar las comparecencias de Sánchez llamándolas “Aló, presidente”, en clara alusión al programa de televisión del expresidente venezolano Hugo Chávez.
El partido de extrema derecha decidió trasladar el discurso de la oposición venezolana a España, pidiendo la dimisión del gobierno en nombre de la libertad. “Decimos que Vox se fue venezuelizando, en el sentido de que, de tanto repetir que España estaba bajo un gobierno socialcomunista, bolivariano y chavista, al final terminó adoptando el lenguaje y el repertorio de la acción colectiva, las manifestaciones y las protestas de la oposición venezolana”, apuntó Fernández-Vázquez. Una postura que hacía recrudecer las críticas y, al mismo tiempo, acompañaba campañas más duras en redes sociales como Twitter, en las que directamente se culpaba al gobierno de las muertes de la pandemia con hashtags como #pedroelsepulturero y #gobiernoasesino.
Por esos días, también convocaron a poner el himno nacional a las doce del mediodía, mientras vecinos de los barrios más acomodados dejaban los aplausos de las ocho de la noche para salir con sus cacerolas a protestar a las nueve. En el barrio madrileño de Salamanca se leían pancartas con denuncias de “dictadura”, reclamos de “libertad” y la dimisión del gobierno “socialcomunistachavista”, como “¡Sánchez, vete ya!”, una iniciativa de la que Vox al principio sólo se hizo eco. “Oigo desde casa las cacerolas de la indignación. A los españoles se les ha acabado la paciencia ante este gobierno negligente y sectario que sólo ha traído muerte y ruina. Bastante ha aguantado”, tuiteó Santiago Abascal a fines de abril, para días más tarde pasar a impulsar las caceroleadas, vinculándolas con las del 15M de 2011, movimiento ciudadano convocado por diferentes colectivos del que surgió la agrupación de izquierda Podemos.
La estrategia de Vox no pasaba sólo por capitalizar el descontento de la población, sino también por disputarle el relato histórico a la izquierda, al querer colocarse como los verdaderos herederos del movimiento de los indignados. La sensación de poder alcanzar este objetivo lo llevó a convocar a la primera caravana “por España y su libertad”, que se realizó el 23 de mayo en todo el país. La protesta tuvo una gran repercusión, sobre todo en Madrid, donde la cúpula del partido participó en un autobús descapotable pintado con los colores de la bandera de España. La efervescencia de la dirigencia era tanta que Iván Espinosa de los Monteros, portavoz de Vox en el Congreso de los Diputados, llegó a decirles a los medios de comunicación: “Esto es como si hubiéramos ganado la copa del mundo”.
NUEVO GIRO. Sin embargo, el clima triunfalista era el reflejo de una parte de sus votantes, sobre todo de la derecha madrileña, que se envalentonaba por esos días exigiendo la caída del gobierno. En cambio, el resto del electorado, confinado en otras zonas de España, veía asustado los efectos de la pandemia y le reclamaba a la coalición socialista más Estado y más dureza en las medidas sanitarias y la protección de la población. “Hay que tener en cuenta que, con el confinamiento, las ventanas al mundo se reducen básicamente a las redes sociales y a lo que ves desde la ventana de tu casa: tu barrio, tu calle. Eso es lo que les ha constreñido mucho la visión y la percepción a los dirigentes de Vox. Porque no es casual que todos ellos vivan en Madrid y en ciertos barrios de Madrid”, destacó Fernández-Vázquez.
Para el sociólogo español, fue en ese momento, con la nueva normalidad en puerta y la ausencia de buenos resultados en las encuestas, que la extrema derecha retomó su retórica de protección con consignas como “Frente a la emergencia social, Vox estará con quienes más lo necesitan”. El cambio de rumbo buscainfluir y alinearse a las protestas contra el gobierno de los sectores más perjudicados. Un primer intento comenzó con la irrupción de las caceroleadas en los barrios obreros (participación que activó los espacios de autodefensa antifascistas, que respondieron con el lema “Fuera, fascistas, de nuestros barrios”). Pero también entre los empresarios del sector primario de la economía, que se muestran bastante escépticos respecto al plan de recuperación del gobierno y las medidas que adopte la Unión Europea. No es menor que a menos de un mes de las elecciones en Galicia, pautadas para el 12 de julio, Vox haya lanzado la precampaña en un barrio industrial de Vigo con lemas como “Galicia es campo”, “Galicia es mar”, “Galicia es industria”, “Galicia es familia”.
Incluso, si bien Vox no acompañó la aprobación del ingreso mínimo vital contra la pobreza, medida que fija un suelo de ingresos garantizados de un mínimo de 461,5 euros para todos los hogares (véase la nota de Daniel Gatti), tampoco votó negativo, sino que prefirió abstenerse. Fernández-Vázquez entiende que con esto Vox intenta ir por un camino en el que acepta algunos aspectos del Estado de bienestar, aunque restringiendo los beneficios a los individuos con nacionalidad española. Una decisión significativa, ya que parte del electorado que busca captar será beneficiario de este subsidio: “Hay una frase que se le ha escuchado a Espinosa de los Monteros que es curiosa –porque precisamente él es del ala más liberal del partido– y revela muchos de los planes para esta etapa. Y es que en las elecciones de noviembre lograron robarle todo el voto a la derecha clásica y entonces poco más van a rascar de ahí. Ahora la única forma de crecer es quitarle votantes a la izquierda”.