«La verdad es una trampa: el único modo de llegar a ella es dejarse atrapar.»
Søren Kierkegaard
La verdad es uno de los problemas más antiguos de la filosofía. Las distintas respuestas abarcan todo un abanico que va desde el escepticismo –no existe la verdad– hasta el dogmatismo –que construye verdades inamovibles–; desde la verdad pura libre y absoluta a la verdad esclava de los deseos.
Con Descartes nace un método en la búsqueda de la verdad, que se expande en Occidente como base embrionaria del desarrollo del método científico actual. A partir de Descartes, se despeja la duda sobre la existencia de una realidad; la prueba de la existencia comienza con la aceptación de la realidad del propio pensamiento, una realidad inasible pero indudable. Esta es una verdad producto de la razón, pero es una realidad interior, subjetiva, distante de la realidad externa, de aquella que es objeto de observación a través de los sentidos. Toda realidad nace asociada a la verdad, como producto de una elaboración simbólica en nuestra conciencia, que añade a cada objeto elementos que son propios del observador, de su punto de vista y de sus intereses. A partir de allí, se desarrollan presuntas realidades alejadas de los sentidos, como el concepto del átomo, la molécula o el virus, que exigen, de alguna manera, un cierto grado de confianza en la metodología por la cual se llega a esos conceptos.
La realidad, y lo que consideramos verdad y falsedad, se intrinca con los deseos y la moral. Los movimientos ideológicos de izquierda, que surgen a partir de la revolución francesa, suelen caracterizarse por romper con lo establecido, por enfrentarse a la reacción, a lo dogmático, sobre la base de la búsqueda de la igualdad de derechos. Suelen ser impulsos transformadores de la realidad mediante el avance en la conquista de nuevos espacios en el terreno de las ideas, con valentía y honestidad, en procura de construir verdades que conduzcan a un bien común y a la justicia social. Son, por lo general, los movimientos de izquierda los que crearon y crean nuevas realidades; de alguna manera, nuevas verdades.
La postura de Galileo Galilei frente al dogma eclesiástico es un ejemplo claro de una posición que –desde nuestro punto de vista– hoy consideraríamos de izquierda. La nueva verdad –el Sol está quieto y es la Tierra la que se mueve– surgió de un método de observación y un trabajoso análisis de los movimientos de los cuerpos celestes. Llegar a esa nueva verdad revolucionaria requirió mucho tiempo, no sólo por lo necesario para la observación y los cálculos, sino para tirar por tierra un dogma y para que luego fuera aceptado por los contemporáneos. Las verdades se inscriben en una cultura y en una cosmogonía. Nuevas verdades exigen cambios culturales profundos.
Desde el Renacimiento hasta mediados del siglo XX, el método científico fue ganando adeptos como recurso fundamental para revelar nuevas verdades. No obstante ello, las verdades requieren dejarse atrapar por ellas, como dice Kierkegaard.
La investigación científica, en el curso de los últimos 100 años, trastocó casi todo (hasta la noción del tiempo) y desembocó en una enorme cantidad de beneficios para la humanidad, pero también se transformó en una herramienta de dominio, de poder; baste con mencionar su proyección en el armamento bélico de las grandes potencias. El uso del saber permitió, además, el lucro económico desmedido de empresas más allá de los intereses y el control de las naciones. El saber se crea ahora para ser vendido sin importar quién es el mejor postor.
En este encuadre, es predecible que grupos humanos se rebelen frente al saber, por el poder que entraña y por la injusta distribución de los beneficios que trae consigo. No obstante la inmoralidad que puede rodear al saber, es muy importante reconocer, por ejemplo, que gracias a los antibióticos las enfermedades infecciosas dejaron de ser un problema mayor o que con la quimioterapia se pueden curar muchos pacientes con cáncer. Para quienes mantenemos posturas de izquierda, el enemigo no radica en la investigación científica y en el saber que de ella emana, sino en la estructura social que permite que la ciencia se transforme en una herramienta de dominio inmoral.
Hoy en día, con relación a la pandemia en Uruguay y en el resto del mundo, mientras muchas personas afirman la posibilidad de una evolución catastrófica por el carácter exponencial que tomó la curva de casos nuevos basándose en un análisis juicioso epidemiológico encuadrado en un enorme conjunto de evidencia científica, algunos grupos, como, por ejemplo, Médicos por la Verdad, afirman que no es una realidad alarmante, que la información se maneja con fines de dominio y comercialización de productos, como las vacunas.
Médicos por la Verdad es un movimiento internacional que surgió en Europa, en España y Alemania, que afirma que la pandemia es un argumento del poder político para restringir derechos de las personas. Es un grupo semejante a otros que surgieron en contra de todo tipo de vacunas y que facilitaron, por su influencia, el reciente rebrote del sarampión. Se difundió rápidamente por América Latina, y está presente en Argentina, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Chile, Guatemala, Venezuela, Costa Rica, Colombia, República Dominicana, México y Uruguay. En nuestro país, entre sus integrantes se encuentra un especialista en salud pública, el doctor Mario Cabrera. Sería de esperar, de acuerdo con su formación, que este considerara la pandemia con la suficiente seriedad científica como para no participar de los dichos de ese grupo. Sin embargo, este profesional, que fue asesor en salud de Juan Sartori y de Cabildo Abierto, afirma con contundencia que esta pandemia es el producto de una especie de mafia internacional destinada a coartar libertades: «Arquitectos de un nuevo orden mundial, basado en el totalitarismo globalista, esclavista y transhumanista».
Chinda Concepción Brandolino es una médica forense integrante de Médicos por la Verdad de Argentina, que participó en videos de divulgación del grupo uruguayo; es una militante en contra de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo que tiene vinculaciones con movimientos políticos de extrema derecha. Ella expone reiteradamente información falsa: que el tratamiento del coronavirus consiste en el uso de dióxido de cloro, sin conciencia de lo que esas afirmaciones pueden provocar, sobre todo por intoxicaciones graves o mortales y agrega, además, con total impunidad, que la mitad de los testeos por PCR que se realizan son falsos positivos.
Si bien Médicos por la Verdad de Uruguay manifiesta que es «un grupo de profesionales de la salud y de la atención médica que no representa ninguna ideología política ni religiosa», algunos de sus representantes tienen actividad política evidente.
El Colegio Médico del Uruguay marcó distancia de este grupo afirmando que ponían en riesgo la estrategia del gobierno para enfrentar la pandemia. Según el código de ética médica, es obligación de los profesionales «mantenerse al día en los conocimientos que aseguren el mejor grado de competencia profesional en su servicio específico a la sociedad». Según la ley 19.286: «El médico debe procurar los mejores medios científicamente aceptados de diagnóstico y tratamiento para sus pacientes, así como el rendimiento óptimo y equitativo de dichos recursos». Este grupo de médicos que se reúnen como portadores de la «verdad» se basa en una serie de preconceptos sin ningún arraigo científico, por lo que no cumplen con el mandato ético ni legal que los rige. A pesar de ello, el Colegio Médico no llamó la atención a estos profesionales por apartarse de la guía ética que debe conducir el accionar médico: la rigurosidad científica. Sin la base científica, la medicina es sólo empirismo e intuición, pariente del curanderismo, y puede provocar mucho daño.
En un mundo inundado de informaciones de todo tipo sin tiempo y sin capacidad para un análisis concienzudo, cuando priman los preconceptos y los intereses económicos, los médicos tienen la obligación de ceñirse a fuentes confiables reconocidas y de evitar caer en portavoces de corrientes infundadas. Son referentes ineludibles para la población, por lo que los grupos como Médicos por la Verdad son muy dañinos, porque socavan fundamentos de la salud pública. Desde nuestro punto de vista, el Colegio Médico del Uruguay debería tomar una posición más firme al respecto y llamar a silencio a los profesionales que divulgan terapéuticas infundadas y riesgosas.
Es necesario retomar la confianza en la investigación científica seria, en los académicos que surgieron de la Universidad de la República, en los saberes desprovistos de intereses secundarios, en aquellos que han dedicado su vida a separar el saber de las habladurías e, incluso, que se revelaron y pusieron sobre el tapete la mercantilización del saber de las últimas décadas y los sesgos provocados por los conflictos de intereses.
El enfrentamiento entre los deseos de inmortalidad y la realidad inexorable de la muerte a la que expone la pandemia, tanto en estos momentos como en el pasado, se resuelve a través de dos caminos posibles: o se acepta la información que muestra el riesgo al que estamos expuestos o, por el contrario, se la desmiente, utilizando para ello variadas explicaciones, por lo general basadas en la intuición de la existencia de intereses ocultos, en conspiraciones. Son las teorías negacionistas o conspirativas que han acompañado casi todas las pandemias. Muchas de ellas se intrincan con interpretaciones iconoclastas: la pandemia actual se explica, por ejemplo, por los poderes que dominan el mundo y sus personajes –desde Bill Gates hasta Donald Trump o Vladímir Putin–, y sus intereses presuntos en alterar la genética de los individuos para transformarlos en esclavos, o por la posibilidad de que las vacunas sean portadoras de un chip electrónico para ejercer el control a distancia de las mentes humanas. Las redes sociales se han transformado en amplificadores de estas elucubraciones totalmente infundadas.
Muchas de estas posturas se rebelan contra lo establecido como si fueran movimientos de izquierda. Pero no son tales: por el contrario, son esencialmente reaccionarias, en cuanto se oponen a las nuevas verdades que la ciencia va creando. Prefieren aferrarse a lo ya conocido con posturas dogmáticas. Creo que no es casual el vínculo de algunos de sus integrantes con sectores políticos de derecha.
En un mar de informaciones contradictorias, parte de la población se encuentra desmadrada y duda, incluso, de la propia ciencia, a la que hasta no hace mucho consideraba la base de toda verdad, casi una diosa; y en la redada también caen la medicina y las instituciones sanitarias.
Si bien compartimos con Peter Berger la afirmación de que «solamente un bárbaro intelectual es capaz de afirmar que la realidad es únicamente lo que podemos ver mediante métodos científicos» (1985), lo cierto es que la ciencia nos ha permitido predecir en parte el futuro cercano e incluso modificarlo; de alguna manera, es una agorera, con un grado importante de acierto. La realidad como la verdad se afirman en el tiempo: Veritas filia temporis («la verdad es hija del tiempo»). Por tanto, y a falta de otro mecanismo mejor, el método científico es la única forma de acceder a una verdad en relación con el futuro y sus posibles modificaciones, aunque sea transitoria e inscripta en un período histórico, al decir de Thomas Kuhn.
Aunque la ciencia puede ser esclava del sistema capitalista, que la mercantiliza –lo que, sin duda, debe despertar desconfianza y un profundo análisis de sus vínculos y conclusiones en cada paso que da–, no se puede descartar de plano sus afirmaciones, cuya mayoría son válidas en las circunstancias en las que se producen.
Un tema distinto es la manipulación de la difusión de la investigación. Losinnumerablesinformes sobre el virus que nos aqueja, sobre todo basados en etapas precoces de las investigaciones en marcha, son tomados por los medios de comunicación masiva como verdades, que quedan suspendidas en el tiempo sin que luego se cierre con los resultados finales; en su gran parte, caen luego en el olvido. Sin embargo, permanecen resonando a través de las redes y terminan concluyendo en desconcierto y desconfianza.
Los intereses económicos en juego en cada una de las investigaciones científicas son muy importantes y condicionan en gran medida la información que se libera –y esta no es una teoría conspirativa–. Cada dato que se coloca en el ámbito público provoca el aumento o la disminución del valor de las acciones de las empresas que investigan. La información es manipulada por intereses que tergiversan los hechos con objetivos particulares; con frecuencia son verdades a medias o sesgadas.
El contexto mundial de la pandemia y el miedo constituyen una oportunidad formidable para las empresas biotecnológicas, que impulsan la investigación científica como nunca antes en el pasado. En el 2020 se publicaron cerca de 80 mil trabajos en torno al nuevo virus. Nuevas verdades salen a la luz día tras día. La velocidad de producción supera la capacidad de asimilación de los profesionales de la salud y de los tiempos necesarios para sacar conclusiones. No obstante ello, se va despejando la niebla y por ahora no hay disponible un tratamiento eficaz para el virus fuera de toda duda; se llega a la conclusión de que sólo se podría prevenir a través de la vacuna. Pero también sólo el tiempo dirá si esto es cierto.
El destino de la investigación es un tema de enorme importancia cuando hablamos de la ciencia. En el caso de otras enfermedades, como la tuberculosis, los trabajos de investigación en el 2020 no llegan a 5 mil, sobre el virus de HIV, 8 mil. Sobre malaria, un problema muy grave de los países pobres, en el 2020, se publicaron solamente 2.700 trabajos. Según la Organización Mundial de la Salud, en 2018 hubo 218 millones de casos de malaria, 93 por ciento en África, sobre todo subsahariana, con 405 mil muertos: «11 millones de mujeres embarazadas expuestas a infecciones por malaria en 2018 dieron a luz a unos 872 mil niños con bajo peso al nacer». Si bien en la última década hubo una disminución marcada de la incidencia de la enfermedad, desde hace muchos años muere cerca de medio millón de africanos por año a causa de la malaria y nacen con bajo peso un número similar; sin embargo, sólo hay 2.700 trabajos de investigación en este año (datos extraídos de Pubmed).
El problema no radica en la ciencia, sino en los intereses que buscan lucrar con el miedo pandémico. La erradicación del covid-19 requiere, sin duda, los mayores esfuerzos posibles, pero ello no puede dejar de lado la consideración de otras situaciones terribles. Existe una desigualdad manifiesta en los derechos del acceso a soluciones científicas de los problemas humanos en las distintas regiones. Esta asimetría en la creación de conocimiento y su proyección social está determinada exclusivamente por la rentabilidad. Ello no significa que el conocimiento creado sea mentira.
El covid-19, y esto hay que decirlo con contundencia, es mucho más contagioso y mata mucho más que el virus de la gripe. Ningún médico puede hoy dudar de esta afirmación, pese a que exista todo tipo de intereses en juego en el entorno.
Lo que queda en evidencia también hoy es que muchas naciones se han preocupado más por sus fronteras físicas que por la colonización derivada del saber extranjero. La producción científica de Uruguay en la creación de productos farmacéuticos es casi nula; somos completamente dependientes. No tenemos capacidad como para producir por ahora nuestra propia vacuna. ¿Por qué?
Apostar al presupuesto de las estructuras nacionales que son el soporte del desarrollo científico del país (la Universidad de la República o el Instituto Pasteur, por ejemplo) fortalece la soberanía en un grado mayor que las medidas destinadas a evitar la extranjerización de la tierra. La soberanía de los países en el mundo actual depende de su capacidad de investigar y proyectarse en soluciones tecnológicas para los problemas humanos. Allí la potencialidad productiva, allí el incremento del PBI, allí la solución de las enfermedades, allí el bienestar y allí la justicia social. Apostar en el presupuesto nacional de la investigación científica de modo tal de evitar la comercialización de la ciencia extranjera, esclavizadora. Apostar a la democratización de la ciencia, para que deje de estar en manos de unos pocos, con frecuencia ocultos, y protegida por patentes, cuando se trata de la salud y el bienestar de la sociedad.
Valga, entonces, esta pandemia para tomar conciencia, por una lado, de la realidad y de dónde radica la mejor aproximación a la verdad, así como, por otro, de la mercantilización del saber en el mundo actual y de la importancia de desarrollar la investigación científica nacional, así como de las amarras que deberían cortarse en la defensa de la soberanía.
Las enfermedades no son entidades aisladas, sino integradas en las circunstancias humanas:la malaria (debería utilizarse los términos sistema de malaria Plasmodium falciparum) es una enfermedad transmitida por mosquitos tropicales (Anopheles) que está inserta en un sistema ecológico que comprende la forma de subsistencia de los pueblos africanos, que viven de la agricultura, y su hábitat: viven en casas de barro y paja en contacto estrecho con los criaderos del vector.
La pandemia de covid-19 está asociada a condiciones de sobrepoblación humana, con grandes metrópolis, hacinamiento, masivos y rápidos desplazamientos de los habitantes del planeta. Otras pandemias, como las llamadas enfermedades crónicas no transmisibles (como la de la obesidad, la diabetes, la hipertensión), también están condicionadas por estilos de vida de los pobladores y por su hábitat. Estas enfermedades no surgen de conspiraciones, sino de la relación del ser humano con su entorno.
Las vacunas tan esperanzadoras, y que absorben tanto empeño industrial, podrán ser una solución, pero no debemos olvidar que el condicionamiento fundamental de la pandemia está vinculado con las condiciones de vida actual. Por lo tanto, si estas no cambian, este mismo virus, con una mutación, u otros nuevos podrán desencadenar otras pandemias. Los productos comerciales de la biotecnología suelen ser parches transitorios, salvo contadas excepciones, si no se tienen en cuenta los otros condicionantes en juego. Las enfermedades dependen de las circunstancias humanas que condicionan su aparición, sus cambios o su desaparición. Sólo la ciencia puede aproximarse a conocer su futuro y proponer las acciones que permitan cambiar su rumbo.