¿Cuándo dejaremos de estar expuestos a los peligros reales del dogmatismo neoclásico? ¿Cuánto hará falta para que la economía política dispute y supere el pensamiento económico dominante, también conocido como mainstream?
Desde el estallido de la crisis financiera de 2008 rebrotó una pluralidad de interpretaciones económicas que intentaron explicar el fenómeno. El mainstream no tenía previsto semejante acontecimiento, mucho menos respuestas que estuvieran a la altura de lo sucedido. Hasta la inmortal reina Isabel se preguntó en 2008 cómo nadie se había dado cuenta de que una crisis crediticia estaba en camino. Una pregunta tan básica, pero formulada por la monarca del Reino Unido, exigió explicaciones. A quien le tocó responder fue, ni más ni menos, a la Academia Británica.1 La respuesta llegó formalmente en julio de 2009, ocho meses después, luego de haber reunido en un foro a 30 personas, entre académicos, empresarios y autoridades del gobierno británico. En la carta enviada por The British Academy los foristas concluyen: «En resumen, Su Majestad, el hecho de no prever el momento, el alcance y la gravedad de la crisis y evitarla, aunque tuvo muchas causas, fue principalmente una falla de la imaginación colectiva de muchas personas brillantes, tanto en este país como a nivel internacional, para comprender los riesgos del sistema en su conjunto».
Sí, usted leyó bien. Allí dice «falla de la imaginación colectiva». Aunque parezca una broma de mal gusto, esa fue la respuesta de distinguidos personajes a la inquietud de la reina. Y esto, obviamente, tiene una explicación. A pesar de que en la carta se reconoce la dificultad de haber visto el riesgo para el sistema como un todo, se niegan a explicar las verdaderas causas del caos y se limitan a justificar un sistema completamente disfuncional, decididamente anclado en los supuestos de la ortodoxia económica que formula excesivas simplificaciones metodológicas y que se instrumenta con modelos matemáticamente complejos, divorciados de la realidad.
Pero la teoría económica no fue siempre eso. La economía antes que nada era política y nació como una disciplina plural, un campo de plena controversia. Si bien Marx le reconoce al fisiócrata Quesnay y su tableau économique haber aportado «la idea más genial que a la economía política se le podía reconocer», por su esfuerzo en exponer todo el proceso de producción del capital como un proceso de reproducción (a pesar de los supuestos falsos que manejaba el francés) y afirmar que allí radica el período de infancia de la economía política, normalmente se coloca como punto de partida de la economía política clásica al escocés Adam Smith con su Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, de 1776, quien viene a sistematizar un acumulado del pensamiento sobre cómo funcionaba la economía de mercado, interpretada desde un enfoque de totalidad: producción, distribución, consumo, estructura de clases, excedente económico. Desde ese entonces, las ideas y las posturas políticas estuvieron en permanente disputa mediante exquisitos debates y muchísimas cartas entre pensadores de los más diversos palos ideológicos. Sin embargo, esto no duraría para siempre. Sobre fines del siglo XIX, con la obra de Alfred Marshall, nace la ciencia económica como respuesta ideológica y radical de la economía política. El nuevo enfoque, denominado neoclásico, pasó a concentrarse en el individuo. Este salto en la construcción teórica no solo pasa de un enfoque de totalidad a uno individualista, sino que excluye una dimensión fundamental del análisis económico: el carácter histórico de los procesos sociales.
Resulta curioso que la expansión de la economía neoclásica se dé a la par de la profundización del conflicto de clases, con organizaciones políticas y sindicales maduras que reivindicaban mejores condiciones laborales y de vida exigiendo la intervención del Estado para su cumplimiento. Sería obvio sospechar que ese programa político caminaba en dirección contraria a los intereses de la acumulación de capital. Es así que la economía neoclásica no se impone por su aporte a la teoría económica, sino por ser funcional a los intereses de los sectores dominantes.
Pero esta luna de miel del laissez-faire se interrumpe en la década de 1930, cuando aparece en escena Keynes. La Primera Guerra Mundial y la depresión del 29 son expresión de la profunda crisis del liberalismo económico. El lord inglés patea la mesa, cuestiona algunos principios de la economía neoclásica y sostiene que las teorías basadas en el individuo no son capaces de explicar las crisis, en particular la de 1929. En un esfuerzo monumental retoma el punto de vista de la totalidad, funda la macroeconomía y propone un esquema teórico que salve al capitalismo de sí mismo, en principio con fuerte intervención estatal mediante la política monetaria y fiscal. Pero no se confunda: Keynes sabía perfectamente de qué lado la lucha de clases lo iba a encontrar.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, con parte de la población excedente exterminada y con el capital sobreviviente dispuesto para su valorización, asomarían los años «dorados» del capitalismo, fruto de la reanudación del proceso de acumulación a cambio de la «paz social». Ese fardo para el capital duró lo que inequívocamente podía durar: poco más de dos décadas. La crisis del petróleo en los setenta sumada a la crisis de la deuda en los tempranos ochenta relanzarían la economía neoclásica, justificada teóricamente por la política del ajuste del Fondo Monetario Internacional. El triunfo es del neoliberalismo y su victoria es fundamentalmente ideológica: la ilusión del individuo moderno, en la que cada uno es soberano y señor de su destino. Bien conocida es la expresión de la dama de hierro: «There is no alternative», como si esa gestión del capitalismo, la neoliberal, fuese la única posible.
La crisis que irrumpió en los setenta fue de superacumulación de capital. La receta en tres pasos del neoliberalismo –privatización de empresas públicas, reducción al mínimo del papel del Estado y liberalización de los mercados (en especial los financieros)– se presentó como una solución parcial a esa crisis, a los efectos de que el capital excedente sin previsión de rentabilidad tuviera la posibilidad de valorizarse. Cada paso que el Estado retrocedía era un paso avanzado por el capital, sin importar si se trataba de sectores de producción estratégica de un país o de garantizar servicios básicos para su población. Es innecesario recordar aquí la «década perdida» para los pueblos latinoamericanos, aunque sí es necesario recordar que esa estrategia continúa vigente.
Conocer la historia económica nacional e internacional es fundamental para comprender que los intereses de cada clase social no se expresan apenas en el terreno político, sino que también lo hacen en el plano teórico, y de ahí la importancia de que rescatemos la economía política del ostracismo al que la han condenado. ¿Hasta cuándo se podrá sostener esta descarada apología, que evita la realidad del capitalismo y oculta sus límites históricos? ¿Cuáles son las grandes ideas que propone el mainstream para salir de este loop que nos conduce hacia la barbarie socioeconómica y ambiental? ¿Hasta cuándo pretendemos exponernos al hipotético desplazamiento de curvas que son incapaces de entender la dinámica de la reproducción del capital? ¿Hasta cuándo la libertad de mercado va a ser más importante que garantizar verdaderas condiciones de igualdad para la gente? ¿Hasta cuándo la responsabilidad fiscal va a estar por encima de la responsabilidad de garantizar un piso de comida, empleo, salario digno o vivienda? En definitiva, ¿cuál es la salida superadora que nos proponen?
La economía es un asunto muy serio como para que quede en manos de personajes que procesan modelos matemáticos divorciados de la realidad, que justifican la desigualdad social a cambio de la defensa de supuestas libertades y que no consideran en absoluto el carácter histórico de los procesos sociales. El pensamiento económico dominante no es un éter, tiene sus espacios concretos en los que se torna materia: los cuerpos docentes de universidades, los grupos de investigación para la publicación de papers, las revistas académicas, los think tanks, los medios de comunicación, incluso hasta existen premiaciones para aquellos y aquellas que aplican correctamente la receta.
El capitalismo no avanza de forma armoniosa: lo hace mediante sucesivas crisis que solo profundizan la desigualdad. Las causas de esas crisis no son exógenas, sino que son fruto de la propia dinámica del capital. Entender las leyes tendenciales de cómo funciona este sistema abrirá las puertas a los caminos de salida. Comprender para transformar. Lo que sobra es método, conocimiento científico y gente valiosa para que no nos falle a nosotros la imaginación colectiva.
* Es economista, maestranda en Políticas Públicas (Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República).
1. Se puede consultar la carta a la reina en https://www.ma.imperial.ac.uk/~bin06/M3A22/queen-lse.pdf.