A menos que se tome el mar –lo que parece lógico cuando se trata de un puerto–, solo hay tres rutas para salir de Mariúpol: la que sigue la costa hacia el este, en dirección a Rusia, donde los separatistas apoyados por Moscú ya habían construido puestos de control en 2014; la que discurre hacia el norte, desde donde solía llegar el carbón del Dombás, pero en la que los desplazamientos se volvieron difíciles desde la proclamación de la República Popular de Donetsk (RPD), y, por último, la occidental, que discurre junto a los balnearios de la época soviética, donde se entrenaban los batallones ucranianos que se turnaban en las trincheras.
En la mañana del 24 de febrero, cuando partieron los tanques rusos, en Mariúpol vivían 500 mil personas, entre marineros y estibadores, y decenas de miles de trabajadores de las gigantescas acerías Azovstal e Ilitch y de la fábrica Azovmash, que producía vagones cisterna y máquinas herramienta. También había refugiados de los territorios ya perdidos por Kyiv (‘Kiev’, en ruso), pero que habían dado lugar a una nueva vida artística y cultural en esta ciudad, donde por fin se vivía bien. Todos tenían experiencia en la guerra y en la línea del frente, que pasaba a menos de diez quilómetros de la ciudad, y muchos pensaban que Mariúpol volvería a resistir.
Sin embargo, para el 3 de marzo, el Kremlin había confirmado el cerco y ninguna ayuda podía llegar desde alta mar, ya que el mar de Azov está bajo el control ruso desde la anexión de Crimea, el 18 de marzo de 2014. Con el paso de los años, era cada vez más complicado cargar acero y grano desde la llanura ucraniana, y el 20 por ciento de las exportaciones del país pasaban, teóricamente, por el estrecho de Kerch, sobre el que el 15 de mayo de 2018 el presidente de Rusia, Vladimir Putin, inauguró un enorme puente para conectar la península con Rusia.
Los barcos que se dirigían a Mariúpol o al cercano puerto de Berdiansk eran objeto de constantes controles, a veces bloqueados durante días por la Marina rusa. Pero el hombre más rico de Ucrania, el oligarca Rinat Akhmetov, parecía mantener sus fábricas en funcionamiento, y el carbón, cuya importación desde los territorios separatistas era a veces bloqueada por los «patriotas» ucranianos, seguía alimentando los hornos de las gigantescas acerías. De hecho, estas últimas solo se detuvieron en la Segunda Guerra Mundial, durante la ocupación alemana.
UNA CIUDAD MULTICULTURAL
Enclavada en una colina que domina el mar, Mariúpol es una ciudad multicultural desde que fue fundada, a finales del siglo XVIII, por los griegos de Crimea, asentados por la emperatriz Catalina II en esta tierra vacía de hombres, donde solo se encontraban algunos cosacos errantes. Durante siglos, los ejércitos habían ido y venido, pero los rusos finalmente establecieron su dominio en Crimea en 1774 y las armas eran necesarias para controlar «esta llanura salvaje», como a la zarina le gustaba describir la región. También llegaron armenios y georgianos, alemanes y judíos, comerciantes franceses e ingleses que empezaron a invertir en las minas del Dombás a finales del siglo XIX, y algunos italianos que intentaban reescribir la historia perdida de los puestos comerciales genoveses del mar Negro.
Tras la caída de la Unión Soviética, en 1991, la bandera azul y amarilla sustituyó finalmente a la estrella roja. En los bares comunistas y en los elegantes edificios construidos a principios del siglo pasado, la gente hablaba ruso y cada vez más ucraniano, mostraba su lealtad al gobierno de Kiev o esperaba discretamente el regreso del Kremlin. Pero todos decían estar orgullosos de ser de este puerto industrial que mantenía viva a Ucrania e ignoraban las bromas de la gente del oeste del país, a menudo dispuesta a burlarse de los proletarios del Dombás. A pesar de las guerras, los exilios y las deportaciones del siglo XX, Mariúpol ha conservado su singularidad, sobre todo la presencia de una fuerte comunidad griega, cuyos últimos representantes fueron repatriados en marzo a una «madre patria» en la que muchos nunca habían puesto un pie.
FOSAS COMUNES Y «CAMPOS DE FILTRACIÓN»
Es esta sociedad la que ha sido aplastada por las bombas. Según el alcalde de Mariúpol, Vadym Boïtchenko, solo 100 mil habitantes viven entre los escombros de la ciudad, mientras que el 90 por ciento de las viviendas han sido afectadas por los combates. Se cree que más de 20 mil personas murieron durante el asedio, aunque todavía no es posible confirmar este número de víctimas. Sin duda, cientos de cuerpos siguen enterrados bajo los escombros, otros han sido enterrados apresuradamente en los patios de los edificios y otros han permanecido en las calles durante días, cubiertos de cal para evitar que se los coman los perros.
Ya el 30 de marzo, las imágenes por satélite revelaron que las tropas rusas habían abierto una fosa común en el cementerio de la aldea de Manush, al este de Mariúpol, donde podrían haber sido enterrados varios miles de cadáveres. El 22 de abril se identificó un segundo lugar, que contenía hasta 1.000 cadáveres en el pueblo de Vynohradne, y, según los informes, se abrió una tercera zanja en el pueblo de Staryi Krym, a pocos quilómetros al norte de la ciudad.
Será imposible recoger todos los recuerdos de aquellas trágicas semanas, en las que faltaron agua, alimentos y medicinas, y se cortaron todas las comunicaciones con el mundo exterior. Más de 600 personas murieron el 16 de marzo, cuando las fuerzas rusas bombardearon el teatro donde se habían refugiado 1.000 mujeres y niños.
Pocos días antes, el 9 de marzo, el hospital infantil de la ciudad quedó completamente destruido en un bombardeo calificado por Moscú como un «ataque organizado» por los «nacionalistas» ucranianos. Sin embargo, decenas de miles de habitantes lograron huir a los territorios controlados por Kiev cuando se abrieron frágiles corredores humanitarios hacia la ciudad de Zaporizhia. Otros fueron evacuados a Rusia a través de «campos de filtración» establecidos en los pueblos de Bezimenne, Kozats’ke, Nikolske, Novoazovsk y Sjedove, donde los soldados rusos comprueban las identidades y los teléfonos, así como los cuerpos de los refugiados en busca de tatuajes «sospechosos». Desde finales de febrero, las autoridades de Kiev calculan que 1,2 millones de ciudadanos ucranianos fueron deportados contra su voluntad por las tropas rusas, entre ellos 200 mil niños.
Estas estadísticas son sorprendentemente cercanas a las proporcionadas por el Ministerio de Defensa ruso, que a principios de mayo informó que más de 1 millón de ucranianos habían sido evacuados de «regiones peligrosas» durante los dos primeros meses de la invasión rusa, «sin la participación de las autoridades ucranianas». Ya se han identificado unos 60 campos de acogida de ucranianos en el territorio de la Federación Rusa, en Siberia y en el Cáucaso, en la ciudad de Murmansk y en la península de Kamchatka.
Sin duda, las autoridades rusas esperaban tomar rápidamente la costa del mar de Azov, para asegurar la continuidad territorial entre Crimea y las zonas controladas por los separatistas respaldados por Moscú, como primer paso hacia la reunificación de las tierras de la Nueva Rusia, la división administrativa de la Rusia zarista que llegaba hasta Odessa y la entidad secesionista de Transnistria, en Moldavia. Desgraciadamente, los soldados ucranianos opusieron una feroz resistencia a las tropas del Kremlin y mantuvieron a raya a 12 batallones tácticos del Ejército ruso, la Guardia Nacional de Chechenia y los milicianos de la RPD durante siete semanas.
No fue hasta el 20 de mayo que el portavoz del Ministerio de Defensa ruso confirmó finalmente que el complejo siderúrgico de Azovstal, en el que se habían refugiado las últimas tropas de Kiev, había «pasado a estar bajo el control total de las Fuerzas Armadas rusas», lo que supone la primera victoria de Putin desde la retirada de sus soldados de las afueras de la capital ucraniana, a finales de marzo. Los medios de comunicación rusos no dejaron de difundir imágenes de los soldados ucranianos saliendo de los túneles subterráneos de la fábrica, con los rasgos desdibujados y fardos en la mano, algunos con vendas y muletas.
EL DESTINO DE LOS PRISIONEROS UCRANIANOS
¿Qué pasará con los 2.439 soldados ucranianos que los rusos dicen haber capturado? Los defensores de Mariúpol pertenecían al regimiento Azov –que forma parte de la Guardia Nacional ucraniana, pero que el Kremlin considera una formación neonazi–, a la 36.a Brigada de Infantería Naval y a la 12.a Brigada de la Guardia Nacional. Estas unidades se complementaron con guardias fronterizos, policías y voluntarios dedicados a defender el territorio poco antes de la invasión del 24 de febrero.
«Estos prisioneros serán tratados de acuerdo con el derecho internacional», dijo Dmitry Peskov, el portavoz presidencial ruso, mientras que algunos funcionarios y medios de comunicación rusos exigen que estos soldados sean juzgados por crímenes de guerra. El destino de los defensores de Azovstal es, en cualquier caso, una cuestión política de primer orden para Volodímir Zelenski, mientras las familias de los soldados se manifiestan en Kiev y estos se han convertido en el símbolo de la resistencia ucraniana.
Por el momento, y a la espera de un hipotético intercambio de prisioneros, algunos de los heridos fueron trasladados a hospitales situados en territorio ucraniano pero controlados por las fuerzas rusas, y otros a Rusia. También han salido autobuses hacia la colonia penitenciaria 52, situada en la localidad de Olenivka, cerca de la ciudad de Yenakiieve, que está bajo el control separatista desde 2014. En un mensaje fechado el 12 de mayo, Lyudmila Denisova, comisionada del Parlamento ucraniano para los derechos humanos, haciéndose eco de la información publicada en Telegram por el asesor del alcalde de Mariúpol, Petro Andriushchenko, aseguró que la prisión de Olenivka ya albergaba a 3 mil personas antes de las rendiciones de los últimos días, cuando tiene una capacidad teórica de 850 personas.
Según las autoridades ucranianas, en Olenivka están retenidas las personas que no han superado el proceso de «filtración» establecido por las fuerzas rusas, los familiares de los soldados ucranianos, los antiguos miembros de las fuerzas del orden, los periodistas o los civiles que han despertado sospechas. Los prisioneros eran «obligados a permanecer de pie», la comida era escasa, el agua estaba racionada y los militares rusos hacían largos interrogatorios salpicados de torturas.
Así, pues, el Ejército ruso ha tomado Mariúpol, pero reina sobre un campo de ruinas. El 9 de mayo, con motivo de las celebraciones de la victoria de 1945 sobre la Alemania nazi, una cinta de san Jorge de 300 metros de largo fue conducida a través de la ciudad por los separatistas prorrusos. La procesión estaba encabezada por Denis Pushilin, presidente de la autoproclamada RPD. El 18 de mayo dijo que tenía un plan para el futuro de la ciudad: «La ecología de la ciudad y sus alrededores se ha visto dañada por las obras de la siderúrgica Azovstal, por lo que queremos convertir Mariúpol en un balneario».
(Publicado originalmente en Mediapart.)