En esta puesta en escena, Angie Oña busca continuar con el camino de representar a mujeres que fueron figuras históricas pioneras en sus ámbitos y que, de algún modo, motivaron procesos revolucionarios en sus universos de acción. Así fue como interpretó a Sabina Spielrein en su exitosa Ser humana, pieza en la que contaba en primera persona los logros y las dificultades de la pionera de la psiquiatría, hasta ahora poco recordada. En Onírika (Si dejamos de soñar, morimos), investiga la figura de Emma Goldman, anarquista nacida en Rusia que llegó a ser conocida como la mujer más peligrosa de América.
¿Cómo abordar estas aristas de peligro? Es la actriz quien representa a la oradora anarquista más influyente de comienzos del siglo XX, y es en la fuerza de las palabras –las de Goldman, las de la obra– que esta puesta en escena encuentra sus fortalezas. Oña va construyendo las vetas de un discurso que fue variando a lo largo de la vida de Goldman, ligado a experiencias vitales que fortalecieron sus ideas y enraizaron su forma de expresarlas. Oña se transforma mediante gestos y el apoyo de un cuidadoso diseño de vestuario hecho por ella misma, que la acompaña en su proceso hasta que llegan la vejez y la muerte. Hay un interés especial de la actriz –quien, además, escribió el texto– por las ideas de Goldman, y su acercamiento emotivo con el material deja ver un compromiso especial con este trabajo, realizado de forma totalmente autogestiva e independiente.
Lo que vemos en escena es el resultado de una investigación profunda de las vetas históricas de Goldman, quien con 16 años huyó del antisemitismo en Rusia para radicarse en Nueva York, donde comenzó trabajando diez horas diarias en una fábrica textil. De allí en más la puesta en escena transita con detenimiento la vida privada y pública de quien se fue construyendo como una influyente activista política. Retrata varios hitos históricos en la lucha social que fueron mojones en el pensamiento de la oradora, como los sucesos ocurridos el 1 de mayo de 1886 con los obreros de la fábrica McCormick, que luchaban por la reducción de la jornada laboral a ocho horas, y los hechos sangrientos asociados injustamente a los organizadores de un congreso anarquista en Pittsburgh. Oña hilvana estos tramos vitales mientras su personaje actúa como testigo directo de aquellos hechos, que la atraviesan emotivamente y refuerzan su compromiso político en pos del cambio social que entiende necesario.
La palabra es la protagonista en la vida de Goldman y en el montaje de Onírika. El director, Freddy González (quien dirigió a Oña en Ser humana), acompaña esa construcción del discurso con varios elementos que rodean al personaje y extienden su voz: un bajo eléctrico, varios micrófonos, un megáfono, un estrado. La obra indaga en varias aristas de la historia de Goldman, como la expresión de una frase que se le atribuye, pero que no se ha demostrado que sea suya: «Si no puedo bailar, no es mi revolución»; los momentos de su vida amorosa en los que se vinculó a hombres también activistas, como Alexander Berkman; los días que pasó en la cárcel acusada de inspirar al asesino del presidente de Estados Unidos William McKinley; sus estudios en enfermería, que la llevaron a ayudar a las mujeres que deseaban o necesitaban interrumpir su embarazo; sus publicaciones en revistas y su participación en un sinnúmero de presentaciones públicas. Como refiere el subtítulo de la obra, Oña logra dibujar a la perfección la pasión y el compromiso político de esta mujer, que debió atravesar serias dificultades para defender sus ideales e intentar una revolución que fue su motor vital, una revolución que abogaba tanto por pan como por rosas, buscando una transformación desde la belleza y el poder de las palabras.