No es preciso ser un lector asiduo de Orhan Pamuk para conocer uno de los rasgos más superficiales de su obra, basta con mirar los lomos de sus libros, el grosor de esos ladrillos que suelen ser fácilmente distinguibles en cualquier biblioteca. Pamuk, el premio nobel de literatura turco (Estambul, 1952), no es un adepto a la brevedad. Su última novela, Las noches de la peste, no solo reafirma esta idea, sino que la consolida con la opulencia de sus 734 páginas. Este gesto, quizás uno de los pocos que lo distancian de su maestro Borges (recordemos que el escritor argentino manifestó que es «un desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros»), adquiere en la novela-río de Pamuk un carácter ilusorio: el agua nos arrastra.
En Las noches de la peste, Minguer, «la perla del Mediterráneo», es la isla ficticia en la que se desarrolla una trama de sorprendente flexibilidad, que comienza con el arribo del Aziziye, una embarcación de bandera otomana, a las costas de la mencionada isla en 1901. La voz narrativa que deambula entre una actualización y una rememoración constantes pertenece a una historiadora que intenta reconstruir (desde nuestros días y producto de una exhaustiva investigación personal) «los seis meses más intensos y agitados de la vida de la isla». En el Aziziye viaja, con destino a China, una selecta delegación proveniente del Imperio otomano, compuesta por Pakize Sultan (sobrina del sultán Abdülhamit II), su esposo (el damat doctor Nuri) y otros burócratas y traductores. También, a partir de una inesperada escala en el puerto de Esmirna, los acompaña un «misterioso pasajero» que, a la postre, sabremos que se trata de Bonkowski Pachá, inspector jefe de sanidad del Imperio otomano, quien se dirige a Minguer con el objetivo de hacer frente a un brote de peste bubónica. La historia empieza a bifurcarse con el Aziziye rumbo a China y Bonkowski Pachá centrando sus esfuerzos en Minguer, pero allí, la resolución de la peste no es tan solo un problema sanitario, sino un turbio rompecabezas del que el mundo religioso y el mundo secular, Oriente y Occidente, se disputan cada una de las piezas. El foco narrativo dejará pronto de alumbrar al jefe de sanidad para posarse (casi) definitivamente en la pareja conformada por el doctor Nuri y Pakize Sultan, quienes deberán viajar repentinamente a Minguer por orden de Abdülhamit para que el damat doctor (especialista en cuarentenas) se haga cargo de la situación.
La elección de una voz femenina es una postura claramente política de Pamuk, que se ve acentuada por la importancia capital que juega otro personaje femenino: Pakize Sultan. En la introducción de la obra, la historiadora nos advierte que lo central de la materia narrativa procede del centenar de cartas que la hija de Murat V y sobrina de Abdülhamit envió a su hermana Hatice Sultan durante poco más de una década. El ritmo de la narración fluctúa, se mueve en torno a las referencias y las acotaciones de la historiadora sobre las misivas que, un siglo antes, Pakize Sultan escribía acerca de los hechos trascendentales que ocurrían en Minguer: «¿Sería su condición de “mujer” el motivo de que Pakize Sultan pudiera describir los mismos hechos con más colorido y “minuciosidad” que los historiadores y embajadores?». Así, la verdad de las noches de la peste aparece mediada y merodeada por este doble discurso, periférico y satelital, conmovedor y fascinante, que cristaliza un fehaciente retrato del ya decrépito rostro de «el hombre enfermo de Europa» (el Imperio otomano), mientras nos deja asistir al alumbramiento del Estado de Minguer, con sus héroes incipientes y florecientes mitologías.
En Las noches de la peste, Orhan Pamuk pone de manifiesto una vez más su afición por la historia de Turquía. No se trata de aquella mirada intensa y ensimismada de la autobiográfica Estambul, con la omnipresencia del Bósforo y las casonas en ruinas apostadas en sus orillas. Aquí, la ambientación en la isla de Minguer supone una distancia panorámica, pero las reconstrucciones del pasado, revestidas por una prosa de inmersión, posibilitan el contagio: no sería extraño que quienes estén frente a la novela suspendan momentáneamente la lectura para corroborar datos, fechas, nombres ilustres, tragedias. Peligrosas digresiones para un lector moderno.