Ser una en otra - Semanario Brecha
Nuevo disco de Clara García

Ser una en otra

La cantautora lanzó Como si llorar fuera qué,1 un disco con 11 canciones compuestas por Amalia de la Vega, interpretadas de una forma muy personal.

DIFUSIÓN, SANTIAGO MAZZAROVICH

Hace un tiempo que ha vuelto a aparecer en la escena uruguaya una revalorización del trabajo de Amalia de la Vega, de su persona y de su importante lugar en la historia. Ha vuelto en su propia voz con la recuperación de varias de sus grabaciones, pero también en las voces de varias artistas uruguayas que se nutren de su legado. Una de ellas es Clara García.

Como si llorar fuera qué es el disco debut de Clara, pero su carrera empezó hace tiempo, en proyectos como el dúo que tenía con Viviana Ruiz, en el que tocaba composiciones de su autoría o, como se diría acá en Uruguay, «su propia música». Sin embargo, en los últimos tiempos decidió volcarse de lleno a la interpretación del folclore uruguayo, y la música de Amalia de la Vega ha sido su más largo y grande proyecto. En este disco se la escucha como cantante y guitarrista, y fue acompañada por los guitarristas Sebastián Rey, Javier Alves Bellini y Jacinta Bervejillo, todos intérpretes e instrumentistas de gran nivel.

La voz de Clara es realmente particular: un registro medio-grave y con una enorme proyección, algo que en vivo le permite ocupar todo el espacio de la sala. Por otro lado, los arreglos de guitarra siguen una línea tradicional, pero incluyen un grado de creatividad enorme, pudiendo hacer propio el estilo sin tener que caer en clichés. Todo esto se ve potenciado con la calidad de la grabación y la producción. Las guitarras son bien nítidas y no con esa sonoridad media distorsionada que a veces se escucha en otras grabaciones del estilo, en las que hay un énfasis en el ataque, pero el sonido que se logra es flaco y con falta de bajos. A su vez, el balance entre guitarras y voces es muy natural, y, gracias a una buena mezcla, realmente se escucha como si estuvieran al lado del oyente; así, se logra una cercanía física análoga a la cercanía afectiva que la música folclórica suele generar.

El folclore es algo que, más allá de las condiciones históricas en las que nos encontramos, trasciende al autor. Los autores y las composiciones no se pueden congelar en el tiempo, sino que buscan un intérprete cuyo rol permita que la herencia perdure y se siga transformando. Esa figura que rescata y recrea desde la creación es, en este caso, Clara, que con su voz y arreglos aporta lo suyo a un proceso de memoria y estética que la precede y la trascenderá. Este es un disco en el que, más que encontrar meras versiones, podemos escuchar la música que Clara hace a partir de Amalia de la Vega o, para ir más allá, la que Clara realiza a partir de lo que Amalia significa para ella.

Clara nos cuenta: «Identificarse con otra mujer es como tener un apoyo que da una fuerza extra, y más aún sentir que hay una resonancia con eso en el público, como una cierta necesidad de que esté la voz de una mujer ocupando ese lugar. Ella fue muy determinante en decidir qué repertorio cantar y decir que no a muchas cosas, y por eso tuvo una carrera irregular. No era una artista tan valorada, sino alguien que fue acumulando pequeños impactos sucesivos. En la historia había muchas que aparecían más en los medios, y Amalia no aparecía casi nunca. Si ves las cosas que aparecían en las revistas en torno a las mujeres en la música, como el machismo y el patriarcado, las mujeres pintarrajeadas en sus casas con sus perritos, comentarios guarangos como “la simpática señorita”… Si hubiera vivido en esa época, yo hubiera hecho lo mismo que Amalia. No querría que pusieran una foto mía, prefiero ceñirme a cantar lo mejor que puedo. Con ella encontré una resonancia que tiene que ver con las mujeres pudiendo decir no y ser ellas mismas».

La identificación nace porque hay algo de esa otra persona que resuena en uno, y, así, algo de uno se despierta. La pregunta en este caso es qué cosa de Clara logra despertar al encarnar a Amalia. Al respecto, Clara comenta: «La poesía, ciertas imágenes de sus letras, estados anímicos, algo existencialista y profundo, pero también el humor son cosas que siento que siempre estuvieron en mí y por algo elegí este repertorio. Una elige las letras que siente que podría haber escrito. Siento que es una cosa que también es mía, un lenguaje que siempre estuvo ahí y que me interpela por ser montevideana, pero que nunca había percibido antes».

El oficio de interpretación de Clara no empezó estrictamente con Amalia, sino que fue su primera forma de acercarse a la música. «A mí siempre me gustó la interpretación y jugar con ella al nivel de exacerbar los detalles, como una vía de conectar con otros mundos musicales que uno tiene o podría tener y que conoce a través de ese proceso. Y lo digo no solo desde el punto de vista musical, sino también como ser humana; encontrar los límites de la propia identidad y ver que no es algo fijo. Una puede, jugando a ser otra, encontrar que era otra cosa también», reflexiona Clara al respecto.

Declaraciones como estas, por más entrañables que puedan resultar, también evidencian en su originalidad la enorme desvalorización que hay de la interpretación ante el peso de la composición. Las y los intérpretes siempre parecen quedar debajo del pulgar de la autoría, el culto a la figura, esa herencia proveniente de un romanticismo temprano. En líneas generales, quien compone es considerado una figura máxima que trae las ideas, y quienes interpretan son personas cuya tarea parece ser, simplemente, llevar a cabo esas ideas. Y a esto hay que sumarle otra cosa particular en nuestro país: el peso que adquirió la composición a partir de finales de los sesenta y más aún en la dictadura, herencia que llega a nuestros días. En la búsqueda de la emancipación, surgía la necesidad de la voz propia; eso ayudó a producir toda una serie de artistas que aportaron algo nuevo, una línea estética que dejó su marca y encarna la estampa de lo uruguayo. Sin embargo, es interesante ver cómo esta práctica, que busca emanciparse de la tradición heredada, es, a su vez, un alineamiento y una profundización de las mayores exigencias de eso que oprime, porque las búsquedas de la voz propia, la vanguardia, la novedad son, como dice Gary Peters, la tradición de la modernidad, y, en definitiva, el lugar de valor que ocupa la composición en dicha emancipación refuerza, de forma muy profunda, la opresión de la cual se quiere liberar.

Detrás de ese valor referido a la composición se esconde una idea muy precisa de qué es la creatividad, algo que sucede en la supuesta génesis del proceso artístico. Todo el resto, incluida la interpretación, sería algo menor, adjunto, secundario. Pero, si tomamos la composición como una forma de dar a luz, de compartir, una imagen sonora que está adentro, entonces la interpretación también es una manera de darle vida a eso, algo tan creativo como la creación misma. La interpretación no es una versión de una composición de un gran creador, sino un acto creativo que parte de algo anterior o, dicho de otro modo, la música de uno mismo que parte del símbolo que otra ha dejado. Y eso, a fin de cuentas, también es propio del acto de componer.

«A mí me costó pila vencer ese prejuicio cuando me lancé a trabajar en la interpretación. Mi experiencia en Brasil me ayudó a entenderlo de otra manera, porque los conceptos de composición e interpretación son muy diferentes a cómo los percibimos acá. Me costó, pero a la vez lo sentí como una enorme liberación de ese peso de componer. Me encanta esa cosa del folclore de que muchas veces se trata de la misma música, pero con diferentes letras, y viceversa, porque lo rico es esa deformación y mutación que se va dando, que cambia con el tiempo y se nutre de quienes interpretan. Es algo muy creativo y lindo, y en la tapa del disco, realizada por Tania Casares, intento expresar algo de eso, como una superposición de capas del pasado que hoy resuenan en mi trabajo.»

1. El álbum se encuentra en Bandcamp, Spotify y Youtube y próximamente en vinilo, a través del sello Little Butterfly Records.

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