Cuando, en 1984, viajó a La Habana para incorporarse oficialmente a los servicios secretos de Cuba, Ana Belén Montes pasaba por una «joven estadounidense con inquietudes izquierdistas», que no se escondía para criticar el injerencismo de Reagan en América Latina, mientras alternaba sus estudios de posgrado en la Universidad John Hopkins con un puesto de mecanógrafa en el Departamento de Justicia, en Washington DC.
Su perfil era tan anodino que un año más tarde consiguió ser admitida sin mayores contratiempos en la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA, por sus siglas en inglés), subordinada al Pentágono. Allí eslabonaría una carrera de más de 15 años hasta convertirse en la analista sénior sobre Cuba, mientras en su vida paralela acopiaba información secreta para enviarla al país que teó...
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