Una de cine, una de arena - Semanario Brecha
25.o Festival Internacional de Cine de Punta del Este

Una de cine, una de arena

Siete días al año, el balneario top de Maldonado es también un espacio para la cinefilia. Esta última edición contó con una programación de 45 películas distribuidas en cuatro cines, con entrada gratuita, funciones al aire libre y la presencia de invitados internacionales. Lo mejor: un buen balance entre cine de autor y cine de género.

↑ Fotograma de The Smoke Master DIFUSIÓN

Es difícil de creer, pero existen veraneantes que siguen prefiriendo las salas a las playas puntaesteñas, o que organizan con conciencia sus jornadas, logrando dosificar una y otra actividad durante el período de exhibiciones. Lo cierto es que en esta última edición la buena programación obtuvo una importante respuesta del público, quien llegó a colmar las funciones en más de una ocasión. Seguramente, la proyección más novedosa e interesante de este año tuvo lugar en el Teatro de Verano Margarita Xirgu: la película brasileña de artes marciales El maestro del humo (The Smoke Master), en la cual varios personajes logran fortalecer su kung-fu utilizando como potenciador el consumo desmedido de marihuana, fue recibida por una audiencia que, asimismo, se fumaba sus buenos porros mientras la veía, como reflejo fiel de lo exhibido en pantalla. Los cineastas brasileños Andre Sigwalt y Augusto Soares se vieron conmovidos y agradecidos por poder concretar una función soñada, que, por cuestiones legales, es imposible llevar a cabo en su propio país.

Pero hubo otras películas de género que, de la misma manera, supieron aliviar ese cúmulo de cine hermético, de dramas y tragedias que suelen poblar los festivales de cine, y la española El cuarto pasajero es un buen ejemplo de ello. El director español Alex de la Iglesia (Muertos de risa, 800 balas, Mi gran noche), moviéndose en el terreno que le va mejor, saca como de taquito una comedia negra y desquiciada en la que cuatro personajes intentan recorrer, en un auto compartido, la distancia de Bilbao a Madrid, encontrándose con un cúmulo inagotable de problemas en el camino: controles policiales, peleas y persecuciones absurdas. Una película en la que De la Iglesia no da respiro y logra arrancar el índice máximo de carcajadas por minuto. Ya vendría siendo hora de valorar a este cineasta como un auténtico maestro y no como otro director guarro del montón, que muchos insisten en descalificar.

El policial negro La noche del 12, por su parte, supone una lograda aproximación a un truculento crimen, sin solución aparente. Una noche, una muchacha es incinerada en el trayecto desde lo de su mejor amiga a su propia casa. El director alemán radicado en Francia Dominik Moll expone con maestría una muy masculina investigación en la que se sigue el procedimiento de un departamento de Policía que, sin que sus miembros puedan siquiera notarlo, parece precipitar cada vez más el caso hacia un punto de no retorno, basándose en prejuicios e intimidando a testigos valiosos. Con reminiscencias de Memories of Murder y Zodíaco, la ausencia de pistas se vuelve cada vez más desesperante y los detectives pierden los estribos, echándose más y más paladas de tierra sobre sí mismos. La sensación que prevalece es que se hace necesaria una revisión y un cambio radical en los procedimientos policiales imperantes en este mundo.

Otro de los puntos más altos de esta programación fue la rumana Metronom, de Alexandru Belc. Ambientada a comienzos de los años setenta, en la Bucarest de la dictadura de Nicolae Ceaușescu, supone un acercamiento a un grupo de adolescentes que busca cierta libertad escuchando música extranjera, juntándose para beber y burlarse del presidente, aunque deban hacer todo esto a escondidas y en la clandestinidad. Se trata de un coming of age diferente, con un nivel actoral sobresaliente y una vívida adaptación de época; los muchachos tienen la iniciativa de escribir conjuntamente una carta al programa musical Metronom, difundido por Radio Free Europe, lo cual supone, a ojos del gobierno, un acto antipatriótico intolerable que debe ser castigado con severidad. La película revela cómo era impuesta entre los jóvenes una cultura de la delación, por parte de un régimen que no aceptaba opositores entre sus ciudadanos.

The Worst Ones, ópera prima de Lise Akoka y Romane Gueret, se ambienta en una urbanización en Boulogne-sur-Mer, al norte de Francia. Se centra en el rodaje de una ficción que se sirve de este barrio marginal y utiliza como actores a varios de sus más conflictivos miembros: chicos de hogares fracturados, con problemas de socialización y de difícil carácter. Por un lado, se expone cómo este rodaje parece transformar la vida de los jóvenes actores y, asimismo, cómo ellos son manipulados o explotados sin que el equipo considere las consecuencias que podrían recaer sobre ellos. En una excelente escena, varias vecinas del barrio que se desempeñan en programas sociales cuestionan la imagen que dará la película de la zona, temiendo que pueda arruinar el arduo trabajo de inclusión al que ellas se abocan. Dotada de un elenco sobresaliente, la película transita un límite impreciso entre ficción y documental proponiendo una profunda reflexión sobre la ética del artista a la hora de retratar contextos críticos.

Grandes títulos de la programación fueron también Las bestias, de Rodrigo Sorogoyen, y La uruguaya, de Ana García Blaya, pero ambas ya fueron comentadas en páginas de este semanario en otras ocasiones. En cambio, no hemos hablado de la laureada película brasileña Marte uno, una suerte de radiografía social del Brasil del bolsonarismo, la cual supone una aproximación a las desventuras de una familia nuclear proletaria que parece precipitarse desde una aspirada estabilidad –trabajos bien pagos, hijos que estudian– hacia la pobreza. Si bien la acción comienza con el ascenso de Bolsonaro al poder y la película refiere explícitamente a su asunción en varias escenas, no quedan lo suficientemente claras las consecuencias de este cambio en el rumbo político del país en el cuadro representado. De hecho, un bolsonarista acérrimo podría ver la película y quedar satisfecho, lo cual da la pauta de que, como cine comprometido, no funciona en absoluto. Por fuera de esto, está muy bien lograda a todo nivel y hasta consigue conmover al espectador por su acercamiento a los vínculos paternofiliales y la fragilidad de sus entrañables personajes.

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