El hombre y la máquina - Semanario Brecha
Cine. En Cinemateca, Alfabeta y Sala B: Périphérique Nord, de Paulo Carneiro

El hombre y la máquina

CAPTURA DE PANTALLA

Mal que nos pese, en 1909 aquella famosa sentencia futurista de Marinetti lograba ser tan lúcida como para prefigurar los más de 100 años que vendrían después: «Un automóvil rugiente que parece correr sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia». Ahora, en pleno siglo siguiente, cualquier belleza o intención de profundidad parece tener que ver con la necesidad de detener esa velocidad, de hacer alguna pausa que nos permita ver lo que se esconde detrás del vértigo continuo de la tecnología. Así, lo más interesante de Périphérique Nord es que logra una especie de mezcla entre ambos gestos: se centra en algo a priori tan cinemático, veloz e industrial como los autos para invitarnos a quedarnos muy quietos y presenciar cómo, gracias a una puesta en escena llena de planos fijos, nocturnos y oscuros, variados personajes revelan sus personalidades y secretos. Y es esa ambigua operación la que mantiene prendido el motor con un montaje que alterna su ritmo, de manera simple pero significativa, entre movimiento y calma, sacándose el gusto de mostrar la fuerza de los autos con minuciosidad, rabia y deseo –una forma de felicidad que recuerda a la de John Carpenter en esa obra maestra de la masculinidad que es Christine–, pero, a la vez, confiando en la potencia plástica de los encuadres detenidos para ampliar la posibilidad de escucha.

La productora uruguaya La Pobladora Cine, liderada por el realizador y productor Alex Piperno, participó en esta película y se encuentra imbricada en la consecución de los nuevos proyectos de su director, que se encuentra en Uruguay posproduciendo su próximo título.

Es por eso que se está estrenando en nuestros cines Périphérique Nord, filme en el que Carneiro viaja a Suiza desde Portugal para encontrarse con algunos compatriotas que han tenido que abandonar su país por razones económicas. Con ellas y con ellos conversa en una serie de planos generales, y casi no cede en el capricho artístico de haber elegido esa peculiar lejanía entre la cámara y los cuerpos, necesaria para ubicar los autos de manera visible en medio de los encuadres, para cargar las conversaciones de una inusual autenticidad. Carneiro confía en su intuición y erige un dispositivo que, justamente por su maquinalidad, se vuelve efectivo.

Todos los personajes cuentan con una característica común, una que parece delinear cierto curioso aspecto de la idiosincracia portuguesa: aman los autos y les gusta mucho tunearlos. Ese tuneo implica una personalización de los vehículos, que son sometidos a modificaciones mecánicas y cambios en la carrocería para lograr una singularidad, una originalidad que excita y emociona a sus dueños. Así, la película entra en otra de sus atrapantes contradicciones: costumbres que, en cualquier otro contexto, se nos antojarían superficiales e individualistas, se convierten por arte de acumulación colectiva en poderosos símbolos identitarios, huellas de una carencia afectiva vinculada directamente con el desarraigo y la incapacidad de adaptarse a una cultura que no es la propia. Así, el capitalismo muestra un reverso no exento de cierta perversidad: es en el amor por un objeto profundamente asociado a la ostentación de clase que se revelan las ansiedades causadas por las desigualdades del propio sistema. Allí se encuentra la coronación de Périphérique Nord como película documental: es un artefacto lleno de recursos ficcionales, hiperplanificado en su puesta en escena, pero gracias a eso logra revelar una verdad del mundo que nunca hubiéramos imaginado, y que triunfa en la evocación de una pesimista melancolía. Así, la película multiplica sus significados y consigue, a pesar de lo mundano de algunas de sus imágenes, un tono poético que le responde a aquel futurismo con cierta ternura, apostando a un reconocimiento de lo humano que trasciende rutas y fronteras. Un inteligente movimiento también identitario, que seguramente los fanáticos del cine portugués sabrán reconocer en un director joven y aventurero que viene a honrar, en su renovación, aquella tradición sensible que supieron sembrar los mejores cineastas de su tierra.

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