El gobierno, representado por el secretario presidencial, Álvaro Delgado, presentó, por fin, un conjunto de medidas que supuestamente serían sus respuestas ante la crisis con el agua potable. Sin embargo, una vez disipadas las brumas publicitarias, los contenidos concretos son pocos y lo que asoma es una miopía ante la crisis hídrica que descansa en malas matemáticas y guías dietéticas.
Delgado presentó varias medidas. Insistió en la publicidad en televisión y radio respecto al consumo responsable y en la distribución de agua en bolsas o directamente a escuelas y CAIF. Todo eso está en marcha y es apenas paliativo. Otras medidas fueron anuncios difusos, como advertir que se «monitorearán» los precios, amenazar con la importación (lo que sería inviable por los costos) o que se utilizarían las tarifas para premiar a los grandes consumidores que en el marco de la sequía reduzcan su consumo. Pero no brindó precisiones. Sostuvo que se emplearían dos unidades que reducen la concentración de sal en el agua, pero no advirtió que su aporte es marginal (una de ellas brindaría aproximadamente el 0,5 por ciento del consumo de agua capitalino por día). Al final de su discurso anunció que se repararían las cañerías de OSE, lo que sería una respuesta urgente que muchos reclaman, pero horas más tarde se aclaró que, en realidad, eso sería un programa en colaboración con las intendencias municipales que se iniciaría no se sabe cuándo. Como puede verse, esas reacciones son entre limitadas, insuficientes e imprecisas.
En cambio, Delgado fue más concreto en insistir en tomar aguas platenses en Arazatí, un proyecto cuestionado por casi toda la academia. Además, prometió que se mantendrían las reservas de agua, lo que a su vez implica seguir sufriendo con alta salinidad. Pero al explicarlo se desnudaron las limitaciones gubernamentales.
En efecto, Delgado expresó que el agua que nos suministran tiene «un poco más de niveles de sodio y cloruros» y es apta para el consumo humano. Sin embargo, OSE elevó la proporción de sodio de 200 miligramos por litro a 450 y las de cloro de 250 miligramos por litro a 700. O sea que en un caso se incrementó a un poco más del doble y en el otro, al triple. Nada de eso es «un poco más», sino que el incremento fue brutal. Concebir que el agua está «un poco más» salada implica, primero, un mal manejo de matemáticas básicas, segundo, minimizar la actual crisis y tercero, como no se la entiende en su gravedad, las respuestas ofrecidas son escuálidas. Si el secretario presidencial ahora trastabilla con matemáticas elementales, ¿qué podría pasar si llega a ser elegido presidente?
Pocas horas más tarde, desde el gobierno se reforzó el entrevero. En la interpelación en el Senado, la ministra de Salud Pública, Karina Rando, compartió unas tablas con las concentraciones de sodio en chorizos, pizzas y otros alimentos. Ella pedía que las personas evitaran comer algunas de esas comidas para compensar el aumento de sodio en el agua de OSE. Es otro ejemplo de la debacle conceptual en el gobierno: una ministra que debe velar por la salud colectiva, en lugar de asegurar que el agua sea realmente potable, le pide a cada montevideano que coma menos embutidos. Parecería que no está informada, ni en el gobierno le explicaron que la Constitución obliga a proveer agua que sea potable, pero nada dice sobre cuántas pizzas o chorizos comer. Con estos razonamientos y aquellas matemáticas, la crisis hídrica persistirá.