Sobre las cuatro de la tarde del miércoles, en las inmediaciones del Palacio Legislativo, la fila de personas, en silenciosa procesión, dibujaba una larga e interminable serpiente. Para regocijo de los drones en el cielo, se enroscaba en una perfecta U por Avenida del Libertador, pegaba la curva en Venezuela y retomaba en Yaguarón. A pocas horas de eso, sobre las seis, la cola ya agitaba sus anillos por el IPA calle abajo y no era posible adivinarle el final. Querían ir hasta allá arriba los de abajo, treparían el mármol, dejarían su flor en la capilla, tan cerca de él como les fuera posible. «A cien, la rosa, a cien, y a voluntad los claveles», se esforzaban los pregones. Pepe Mujica era y se definía como floricultor, por lo que esta vez la ofrenda mostraba más sentido que otras veces. Un...
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