El gran provocador - Semanario Brecha
Mujica y el guiso feminista

El gran provocador

Manifestación en favor de la ley de despenalización del aborto, en Montevideo, el 1 de mayo de 2012. AFP, Miguel Rojo.

Además de por otro montón de cosas que dijo y en las que se equivocó, las feministas tenemos algunas broncas específicas con José Mujica. Como cuando mandó a los senadores blancos a «controlar a sus señoras esposas, a ver dónde andan, en lugar de andar controlando esas pavadas», o cuando dijo que «el último orejón del tarro lo componen las mujeres abandonadas con hijos, y el movimiento feminista no les da bola». Y así, olímpicamente, ninguneaba todo el trabajo que desde hace décadas y décadas las feministas de este país hacemos desde los barrios y la universidad, desde el Parlamento y las escuelas rurales, desde las oficinas y los sindicatos, para que esas mismas mujeres pobres de las que hablaba Mujica no tengan que abortar con ruda o perejil o agujas de tejer o veneno de ratas. Para que la igualdad y la libertad sean para todos y todas, y para que esas todas tengan derecho a salir a la calle a la hora que se les dé la gana y a estar en su casa en paz sin que a ninguno se le ocurra ponerle un dedo encima.

O como cuando nos mandó a «chancletear» y ayudar a «cocinarles algún guiso a las mujeres que de verdad lo necesitan». Y lo dijo justo cuando en Cotidiano Mujer estábamos rescatando a inmigrantes peruanas y bolivianas de una casa en Carrasco donde hacían trabajo doméstico en condiciones tremendas y con los documentos retenidos por los «patrones».

Pero a Mujica le encantaba provocar. Y así fue que nació, gracias a su provocación, la idea de cocinar «el gran guiso feminista» en la plaza Libertad, para el que una compañera se animó a construir una enorme olla en la que, a medida que íbamos llegando, agregábamos los ingredientes. Decía la receta: «Saltear una cebolla cortada en trozos grandes, para que no nos hagan llorar mucho, que de lágrimas ya estamos. Los derechos se deben incluir en gran cantidad, bien fresquitos y sin recortar ni escatimar. Y tienen que ser diversos, para mejorar el sabor: que sean derechos sexuales, derechos reproductivos, laborales, migratorios, sociales, políticos, culturales y medioambientales. Ponerle un ají bien picante, relleno de rebelión, fuerza e indignación. Agregarle, bien mezclado, un caldo de paridad política, sistema de cuidados y ley de medios que promueva la igualdad. Cuando empiece a hervir, sacarle –hasta que no quede ni una gota– toda la violencia, la discriminación y la falta de respeto que suba a la superficie». Y, por último, agregaba: «Ojo con el fundamentalismo, es mejor que no entre a la cocina mientras hacemos el guiso. Para sazonar, una pizca de alegría, picardía, humor a gusto y mucho entusiasmo. Y, lo más importante: cocinarlo en casa, en la calle, en el trabajo, con tu familia, tus amistades, tus colegas, solas o acompañadas. Todas las personas juntas cocinando por la igualdad».

A Mujica le debemos unas cuantas metidas de pata, que a veces reconocía y otras veces justificaba amparándose, como creía, en que la lucha principal era la de clases. Pero le debemos mucho más, porque este hombre que opinaba todo el tiempo y nos provocaba a discutir sobre todo –las familias sirias, los presos de Guantánamo, el tren de los pueblos libres…–, este señor mayor con pinta de viejito bueno y cara de zorro astuto que decía que ya era tarde para cambiar en su cabeza algunas cosas, fue, sin embargo, un presidente que habilitó infinidad de cambios en la sociedad uruguaya.

En su gobierno, además de la implementación de programas sociales significativos o de la creación de la Universidad Tecnológica del Uruguay, se ampliaron los derechos de quienes habitamos el país mediante avances legales (perfectibles, claro está), como el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto o la regulación de la marihuana. Cambios que nos hicieron más iguales, más libres, más democráticos. «Pavadita de cambios», habría dicho él.

El documento intergubernamental reconocido como el más avanzado en derechos del mundo se llama Consenso de Montevideo y desde agosto de 2013, cuando se concretó en la primera Conferencia Regional sobre Población y Desarrollo (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), es uno de los principales instrumentos políticos que tienen los movimientos y las organizaciones sociales, especialmente las feministas, para defender y ampliar todos los derechos de todas las personas. Su objetivo principal es fomentar la integración de las poblaciones hacia el desarrollo sostenible y desde una perspectiva de derechos, con medidas que atiendan a la niñez, la juventud y el envejecimiento, a la población afrodescendiente y a los pueblos indígenas, y a las personas migrantes en América Latina y el Caribe.

Y eso fue bajo el gobierno de Mujica, claro está. Un hombre que peleaba con las feministas, pero que abrió el espacio político para que varias de sus demandas pudieran concretarse, aquí y en toda la región. Un tipo con pensamiento complejo y corazón abierto, que podía filosofar sobre los sonetos eróticos de Quevedo o la inteligencia artificial.

Porque un provocador sin ideas «es un nabo», como habría dicho Mujica, pero un provocador como él se transforma en un ícono.

Artículos relacionados

Edición 2060 Suscriptores
La despedida de José Mujica

A cien, la rosa, a cien

Mujica en los medios del mundo

Es lo que hay

Edición 2060 Suscriptores
Su mirada sobre las cuestiones ambientales

Lo global y lo doméstico