Escuchar a João Gilberto cuando dio inicio a la bossa nova (1958) debe haber sido impactante para cualquiera, pero es de imaginar que aun más para una joven bahiana. De pronto era constatar que la modernidad, fuera lo que fuera tal cosa, podía salir de Bahía y funcionar como faro para todo Brasil y, poco después, para todo el mundo. Maria da Graça Gal Costa Penna Burgos nació en Salvador en 1945 y fue, según los relatos que rodean su infancia, una niña muy musical. Tenía 14 cuando escuchó a João Gilberto, y su influencia condicionó la forma de cantar con la que primero llegó al público: lisa, despojada, con un balanceo de samba con gracia pero sin énfasis, enfatizando su registro más grave de timbre agrisado, que alternaba con su purísimo registro medio, que sonaba como una flauta mágica.
A inicios de los años sesenta, Salvador pululaba de jóvenes atizados por ideas nuevas y motivados para hacer arte, estudiar arte, pensar el mundo desde nuevos paradigmas, explorar e investigar. En 1963, la afición común a la bossa nova la acercó a Caetano Veloso, quien quedó fascinado con su voz y la integró a los proyectos musicales que venía gestando con su barra. En 1964, Gal participó de los espectáculos bossanovistas Nós, por exemplo y Nova Bossa Velha & Velha Bossa Nova, junto a Caetano, Gilberto Gil, Maria Bethânia, Tom Zé, Alcyvando Luz y Perna Fróes, y el bahiano adoptivo Djalma Corrêa. Fueron un éxito y catapultaron la carrera de Bethânia a escala nacional. Bethânia se mudó a Río de Janeiro y tras ella vinieron sus compañeros salvadorenses.
Caetano y Gal grabaron juntos Domingo (1967), el primer LP de ambos, todavía en versión bossanovista. En la contratapa, Caetano indica que, a pesar del estilo del disco, su inspiración ya se estaba desviando hacia cosas muy distintas; de hecho, meses después, él y Gil lanzarían, en un festival televisivo, las canciones que dispararon el movimiento tropicalista. De pronto, siguiendo el ejemplo de actitud innovadora de João Gilberto, pero ya no su sonido, el tropicalismo lograba procesar la cultura de masas globalizada (pop, psicodelia, rock, televisión, publicidad, canción brasileña crasamente comercial) en una especie de montaje casi surrealista con lo regional y desde una perspectiva metacultural que contemplaba la reflexión semiótica y las vanguardias artísticas. Todo cambió en la canción brasileña a partir de ese momento. Bethânia, quien por entonces ya era toda una estrella, desarrolló un camino propio bien definido que pasó por el costado del tropicalismo. Así que fue Gal la voz femenina por excelencia del nuevo movimiento. Su primer disco individual, de 1969, sin título, la trae con una imagen de tapa muy similar a la de Janis Joplin. Cercada por la guitarra base de Gil, la guitarra eléctrica de Lanny y las orquestaciones y efectos electrónicos del vanguardista Rogério Duprat, Gal cantaba canciones de Roberto Carlos, Caetano, Gil, Tom Zé y Jorge Ben, sumadas a algunas del repertorio de Jackson do Pandeiro. A veces cantaba de la manera depurada y contenida de su primer disco, en otras largaba la voz con una potencia previamente insospechada, y en otras se divagaba en jadeos sexuales, maullidos y gritos. Por lo menos cinco de las canciones de ese disco tuvieron amplia difusión y Gal entró, de sopetón, a la primera plana de la música popular brasileña (MPB).
De ahí en más, y por unos buenos 20 años, no hubo trabajo suyo que haya pasado desapercibido. Durante el período en que Caetano y Gil estuvieron exiliados (1969 a 1972), ella fue la voz presente en Brasil de la sensibilidad tropicalista, interpretó canciones de los compañeros ausentes, proyectó nuevos talentos como Macalé y Luiz Melodia, lanzó el primer álbum doble brasileño (Fa-Tal, 1971, en vivo). A su vez, incorporó bases de un tipo que en Uruguay llamaríamos tuqueras (electrificadas, muy rítmicas, con muchos aportes creativos de todos los instrumentistas), sobre las cuales a veces improvisaba largamente. Asumiendo su género y su cuerpo de manera netamente rupturista, apareció en tetas en la contratapa de su disco Índia (1973). Durante la década del 70, fueron tres las cantantes brasileñas con el perfil más alto, las tres nacidas entre 1945 y 1946: Bethânia, más sentimental, dramática y teatral; Elis Regina, crispada, técnica, la más apegada a la bossa nova o a un tipo de musicalidad jazzística, y Gal, la más juvenil y cercana a una sensibilidad pop-rock, también alimentada por la tradición nordestina.
Hacia 1975, la música de los tropicalistas tendió a apartarse de la actitud de vanguardia y a operar dentro de paradigmas más o menos familiares en la canción popular. La principal marca del inicio de ese nuevo momento fue el espectáculo colectivo Doces Bárbaros (1976), con Gal, Caetano, Gil y Bethânia, es decir, una ampliación del grupo tropicalista (incorporando a Bethânia) y una selección del grupo bahiano más amplio que se había proyectado en 1964. Terminaba la tendencia contracultural que había tenido tanta prominencia en los años 1960 y 1970, y asomaba el pragmatismo más conformista que caracterizaría la década del 80. Gal, como los demás Doces Bárbaros, se adaptó a esquemas más empresariales, giras con espectáculos pensados para sostenerse frente a una noción globalizada de lo «profesional», con dirección escénica, un concepto visual nuevo para cada evento y una búsqueda expresa de hits. Fue muy importante también colocar canciones en las bandas sonoras de las novelas de la Red Globo, y Gal fue la voz del tema principal, compuesto especialmente para ella por Dorival Caymmi, de la novela Gabriela (1975). Esa colaboración dio origen al exitoso disco Gal canta Caymmi (1976). Ese modelo solía demandar potencia vocal, y fue en ese momento que Gal desarrolló los manierismos que la caracterizarían por el resto de su carrera: su manera personal de emitir notas bien agudas con un timbre nasal, el vibrato acentuado. En ese período, fue la más exitosa del cuarteto de Doces Bárbaros (seguida de cerca por Bethânia), editando, entre 1978 y 1985, dos discos que superaron 1 millón de copias vendidas y cuatro más que superaron las 400 mil.
Luego de eso, su carrera fue más errática, en lo comercial y en lo artístico. Por un lado, se dio el natural paso de las generaciones. Por el otro, la propia estructura cultural de la MPB tendió a diluirse. Así, las mujeres cantantes de MPB, que habían logrado ser una verdadera institución, perdieron su lugar de destaque. Gal no componía ni arreglaba, así que dependía del apoyo de otras personas para darle el formato final de sus trabajos. Intentó inventar proyectos llamativos: un disco todo con canciones de compositores jóvenes desconocidos, otro cantando temas de Tom Jobim; la mayoría estuvieron entre lo anodino y lo espantoso, y las principales excepciones fueron las que la volvieron a ubicar en sus cauces originarios: O sorriso do gato de Alice, de 1993, con canciones de Caetano, Gil y Jorge Ben Jor, producido por Arto Lindsay, y Recanto, de 2011, producido por Caetano y Moreno Veloso, todo con canciones de Caetano, casi todas compuestas especialmente para la ocasión. Fuera lo que fuera que cantara en vivo, cerraba casi todas sus presentaciones con «Um dia de domingo» (esa canción melaza cuyo estribillo dice: «Faz de conta que ainda é cedo»).
Sus interpretaciones, sobre todo las que grabó en los primeros diez años de su carrera, tienen un encanto extraordinario. Fue probablemente la principal referencia para cantantes como Rita Lee, Baby Consuelo y Marisa Monte. Su voz era bellísima y tenía un swing descomunal. Lanzó y supo valorizar varias decenas de canciones increíbles que se convertirían en hits, y además reflotó y rejuveneció varios clásicos de períodos anteriores de la canción brasileña. Pero, sobre todo, fue coprotagonista de esa impresionante revolución de la canción latinoamericana y mundial llamada tropicalismo. Los 13 discos que grabó entre 1967 y 1978, sola o compartiendo con sus compañeros bahianos, no tienen desperdicio, y hay muchas joyas entre todo lo que hizo después. Sin ella, la barbarie hubiera sido menos dulce, y la dulzura, menos bárbara.