“Amante doble” - Semanario Brecha

“Amante doble”

L’amant double. Francia, 2017.

L’amant double. Francia, 2017.

Chloe (Marine Vacth), 25 años, ex modelo, acude al psicoterapeuta Paul (Jérémie Renier) en razón de que su ginecóloga le sugirió que los continuos dolores de vientre que padece seguramente tienen un origen psíquico. Chloe habla, Paul escucha, la niña se siente mejor, se enamoran, pasan a vivir juntos. Ella consigue trabajo en un museo. Un día descubre por casualidad que su compañero tiene un hermano gemelo, idéntico, también psicólogo. Se involucra con él, encuentra en él el lado salvaje y dominante que el bueno de Paul desconoce. El guión se basa en una narración de Joyce Carol Oates, que la publicó con seudónimo. Punto, no se cuenta más.

Si hay algo que se reitera en las películas del francés François Ozon (1967), de temática y encare por lo general bien distintos entre sí, es algo que podríamos llamar, a falta de definiciones más precisas, inteligencia. Inteligencia cerebral y calculada, atenta a los detalles, a la exploración de caminos originales, a la elaborada perfección de la puesta en escena y las actuaciones. Entre el jocundo divertimento de Ocho mujeres (2002) y el depurado clasicismo de Franz (2016), entre la concentrada aproximación al duelo de una mujer madura de Bajo la arena (2000) y sus notables aproximaciones a las duplicidades y misterios de la adolescencia de En la casa (2012) y de Joven y bella (2013), por otra parte bien diferentes entre sí, no hay hilos narrativos o estilísticos que den lugar a la idea de un universo propio, pero sí la inquietud y esmero de un creador arrojado.

El arrojo esta vez se supera a sí mismo.1 Amante doble, a partir de las sugerencias y leyendas en torno a los gemelos y sus relaciones, se hamaca en lo psicológico, el thriller, la fantasía, el terror, el erotismo –las escenas de sexo harían palidecer de envidia al inane creador de 50 sombras de Grey–, y se lo permite absolutamente todo. Desde mezclar escenas reales con otras imaginarias haciendo aparecer a las segundas como si formaran parte de las primeras, hasta distraer creando pequeños focos de suspenso que no hacen a lo central –¡gatos!–. En lo que tiene que ver con lo sexual, además de escenas más convencionales pero jugadas a fondo, el filme va a detalles extremos; desde la sodomización de Paul por parte de Chloe con un consolador, hasta poner primeros planos de vaginas; dos, uno al comienzo, que pasa de la forma circular a la almendrada del ojo de la protagonista, y otro durante un orgasmo. Ese plano inicial debería alertar al espectador sobre algo que no se tendrá en cuenta en el transcurso de la película, porque se caería el misterio (y que uno deduce después que la vio): que esto no se trata de averiguar cosas sobre dos hombres, sino de introducirse, todo lo que se pueda, en el interior de una mujer. Como se trata de dobles, hay muchos espejos, imágenes replicadas, y también posibles réplicas humanas (la hija ausente de la vecina, su gato embalsamado, la primera novia de Paul). Y hay asimismo ambientes sugestivos, como el museo donde trabaja Chloe, espacio amplio y aséptico poblado de piezas modernas e instalaciones, que parece aislarla más, figurita solitaria en un rincón, rodeada de objetos de fantasía. Los actores, notables, como suele suceder en todas las películas de Ozon. Jérémie Renier (contumaz participante en las películas de los hermanos Dardenne) se desdobla magníficamente en sus dos gemelos. Marine
Vacht, que ya protagonizara bajo las órdenes de Ozon Joven y bella, además de su magnética belleza aporta la indefensión y la ambigüedad necesarias para su papel.

Pero lo más significativo es la ensalada de referencias. Esta es la película de un cinéfilo contumaz, que trata de una sola vez de citar u homenajear a David Cronenberg (Pacto de amor), Luis Buñuel (El perro andaluz), Brian de Palma (Doble de cuerpo), Roman Polanski (El bebé de Rosemary), Robert Mulligan (Los mellizos del terror) y vaya a saberse cuántos más.

El producto seguramente llegará de manera diferente a diferentes tipos de espectadores. Para esta cronista, el exceso no es en sí un defecto. Un traje muy recargado puede ser seductor (véase: murgas), pero la seducción decae mucho si se le ven las costuras. Ah, y está claro que los muy traqueteados adivinarán el desenlace.

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