Amar, arriesgar, morir - Semanario Brecha
Anne Dufourmantelle

Amar, arriesgar, morir

Lamento haber llegado a conocer a Anne Dufourmantelle tan tarde. La filósofa francesa nació en 1964 y murió en un accidente en 2017. Con ella, desapareció una de las voces más novedosas e innovadoras de la filosofía y el psicoanálisis franceses.

Captura de video de Librairie Mollat

Educada tanto en la Sorbona como en la Universidad de Brown, en Estados Unidos, se sintió como en casa tanto en los debates franceses como en los anglosajones. La lista de sus libros es extensa. Con Psicología de la vida amorosa logró la admiración y simpatía de muchos lectores que la vieron como una psicoanalista empática, que podía identificarse con quienes llegaban a su habitación y contaban sus expectativas y obsesiones. El libro trabaja sobre los casos de muchos de sus pacientes, que compartieron en las sesiones sus secretos y sueños más complejos. Pero ella nunca juzga: su prosa está llena de comprensión y calidez. La ambivalencia del amor nunca se sintió tan viva y sincera como aquí.

El deseo frustrado, la persecución de la felicidad, el fracaso personal o amoroso, todo tiene espacio en el amplio espectro en el que Dufourmantelle se mueve, como si fuera una virtuosa pintora. En su libro sobre la esencia de los sueños, entra en la habitación en la que nuestro inconsciente representa sus miedos y sentimientos de insuficiencia. El sueño, los fantasmas y las visiones muestran su ambigüedad y son tan difíciles de interpretar como el oráculo de las profecías de Delfos.

Lo oculto, lo no dicho. Lo encubierto, el secreto, lo invisible. El sancta sanctorum de las religiones en las que los dioses esconden su rostro. La habitación a la que solo tienen acceso los santos sacerdotes o sacerdotisas. Sobre todo eso escribe Dufourmantelle. Ángeles y guías divinos como Virgilio o el dios Hermes/Mercurio se convierten en mediadores entre dioses y humanos y representan una especie de transición. Son puentes entre lo divino y lo cotidiano.

En 1997, Anne invitó al filósofo Jacques Derrida a que le respondiera una pregunta sobre la hospitalidad. La conversación entre ambos se volcó en un libro que se publicó tanto en francés como en inglés y que, aún hoy, se mantiene como uno de los libros más importantes sobre el encuentro con el otro, el extraño, el amigo, el invitado. Siguiendo el diálogo, retrocedemos en el tiempo y vemos cómo romanos y griegos acuñaron palabras y conceptos que aún gobiernan nuestras vidas y sociedades en Occidente.

Bárbaro, el que no hablaba latín, se convirtió en el término romano para los francos germánicos y para todos aquellos que no nacieron en el mundo latino. Los griegos tenían otra palabra, metic o meteque, para distinguir a todos los que no habían nacido en Atenas, que era el centro de su mundo. Los inuit llaman a todos los que no eran inuit no humanos. El racismo, la clasificación de las personas en razas y grupos étnicos son prácticas muy antiguas y están arraigadas en la humanidad desde el principio de los tiempos.

Cómo nos encontramos con el otro es un signo de quiénes somos, de nuestra identidad, de nuestro reconocimiento. El lingüista búlgaro Tzvetan Todorov escribió un libro que fue muy comentado en 1992, cuando Europa celebró 500 años del encuentro entre europeos e indígenas de Norte y Sudamérica, aquellos a los que erróneamente se les llamó indios. En él, Todorov afirma que no se trató de un encuentro, sino de un no encuentro. Que un encuentro real exige simetría y reciprocidad, y que los europeos nunca vieron a los indígenas americanos como iguales. Por eso podían ser colonizados, esclavizados y asesinados, porque carecían de las cualidades que podían hacer sentir a los europeos que se enfrentaban a personas iguales a ellos.

Derrida, él mismo un francés nacido en Argelia en el seno de una familia de judíos sefaradíes que habían sido expulsados ​​de Toledo en la España del siglo XV, sabía todo sobre la exclusión y la alienación. Fue solo su brillante trabajo como investigador y pensador lo que lo hizo ser aceptado. En la conversación con Dufourmantelle, él reflexiona sobre cómo Occidente se construye en torno a un sentido de identidad falso o incorrecto, como si la identidad fuera un concepto homogéneo en torno a un sentido de «nosotros contra ellos». Es interesante ver cómo sus voces y conversaciones se acercan a la teórica de género Rosi Braidotti, una italiana criada en Australia y profesora en Utrecht, Holanda. Los libros de Braidotti sobre nuestra identidad fragmentada, sobre cómo desempeñamos o representamos nuestros roles según el contexto se encuentran entre las ideas más originales acerca de cómo nuestra identidad se construye sobre múltiples referencias, y explicita cuán complejos y distópicos somos. Pero es quizás Éloge du risque, de 2014, el texto en el que Dufourmantelle alcanza su madurez literaria y filosófica. El libro está dividido en muchos capítulos, pero tiene un leitmotiv, y es que la vida es arriesgada y todo riesgo vale la pena.

Nuestras vidas son inútiles sin riesgos, el riesgo es el valor de la vida misma, arriesgar la vida es, para la autora, una de las formulaciones más hermosas del lenguaje. Quien no se arriesga no se merece vivir. Tres años después de editar ese libro, su tesis se convirtió en una cruel realidad. Anne Dufourmantelle murió cerca de Saint-Tropez cuando se arrojó al agua para salvar a dos niños que estaban a punto de ahogarse.

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