Agarremos cualquier texto de Hebe Uhart. Hay una música de voces y caminos, un murmullo silvestre. Nunca hablé personalmente con Hebe. Estuve a pocos metros en más de una entrevista que le hicieron, lo suficientemente cerca para constatar que sí, se achinaba de risa, y que sí, hablaba con firmeza sin endurecerse. Fue suficiente para verla y oírla luego de leerla, pero no lo suficiente, claro, para conocerla, para que charlásemos.
Charlemos hoy, Hebe. Charlemos de la curiosidad como deseo que empuja para más y más, para no dar por sabido, para no dar por cerrado. Charlemos de la curiosidad como sentido del humor, que va equivocando la literalidad que tanto constituye a este mundo. Charlemos de la curiosidad como hambre y alimento para que la muerte espere, porque aún falta.
Charlemos, Hebe, de tus cuentos. Charlemos del primer cuento que leí y vi la foto en la solapa y pensé que podías ser mi abuela: el peinado, unos pliegues en tu piel del tiempo y sabidurías. Charlemos de los hablantes, de tus personajes que son personas. Decime, Hebe, ¿viste que son personas tus personajes? Cómo le voy a decir personaje a Leonor, a Rolando, a Mirta, a Angelina, a José, a Luisa.
Charlemos, Hebe, de lo cotidiano. Así, entre vos y yo, con esa malicia finita que aparece hilvanando las ideas de quienes hablan y comentan esto y aquello en tus relatos. Esa malicia necesaria en la humanidad, la que fluye dentro de la picardía. Qué flechazo al centro de cualquier moralina, Hebe, un golpe ético y bonito.
Digamos esto y de una vez: en el comienzo de tus textos, Hebe, se frenan los edificios de las miserias civiles, hablo del saber acorralado y selecto. La lectura pasa a ser un verde donde acampan, bien juntos, Sócrates, un remisero, una inmigrante, un niño. Se sientan frente al mismo fuego porque son lo mismo: humanos y palabras, con temores y preguntas, y brillo.
Desmenucemos la cuestión, tenemos tiempo. Puse unos alcauciles a hervir, con la llama al mínimo, así nos dura más. Hervir esos capullos, flores de verdulería; sus hojas, una belleza deliciosa contra facilismos y comida rápida.
Los alcauciles en la olla ahora, qué sabrán, Hebe, de nuestra conversación; más aun, qué sabrán de que te has ido, ¿te has muerto, Hebe? No sé cómo se expresa. Una vez vi morir a alguien, una energía que se apaga. ¿Sabías que el día que fueras a morir ibas a dejar a tantas personas en tus historias, el rompecabezas de una vida grande, porosa, inquieta?
Entrevistas, Hebe, cómo te daban y dabas charla. Tus plantas, el sol, tu gente querida, los animales, las aulas, los niños y las niñas. Una energía que parece infinita, porque se nutre y despierta cada vez que alguien vuelve a abrir un libro. Dentro de la vida quedan esas personas sobre las que escribiste. Esa literatura de poner el oído en el corazón del pueblo, Hebe. Aprender a apoyar nuestras cabezas, nuestras manos en el pecho de las vidas fuera de los polos de consumo y las vidrieras. Entrar a los días sin ascensores, pero con gestos y lenguas y oficios olvidados por las modas de la tele. Porque qué importa que lo que te olvide sea la tele.
Esos acentos que supiste poner, Hebe, qué agudeza. Afuera el espectáculo. Acá, la palabra que nos tiende puentes con otros y otras, el placer de los puentes, aunque duren un rato o toda la vida. El puente está. Cruza el campo, el conurbano, el suburbio, los anillos que las ciudadanías inventen. Es que todas las cosas, Hebe, tienen su orilla. El palabrerío que tensa propiedades y desalojos, también. Pero el lenguaje, alguien que mira, alguien que siente, alguien que niega, eso está ahí, ocupando su lugar en la literatura que tejiste.
Con fervor tejiste, Hebe. Una hiedra buena y sabia, y te saliste con la tuya: quedó preciosa y a trasluz qué lindos dibujos, un libro, otro, un viaje, otro. Incluso lo desgraciado, lo que a veces sale mal, ahí plasmado en el rincón de alguna página. Una cronista sincera sabe de eso. En el periplo entre los para qué y los por qué, ahí señalando con la linterna sin dar tantas explicaciones.
Que escribir no es decir lo importante, sino lo que se quiere decir.
Hebe, despidámonos. Hasta la próxima página; un abrazo, y que descanses, escritora amorosa. Gracias por tus textos, esos actos de justicia y poesía.