Más allá del conocimiento personal que tengo del artista y del hecho de haber sido testigo de los cuatro años de trabajo en torno a su temática «ecológica», creo sinceramente que nos encontramos frente a algo único y de inmenso valor. Valor artístico que no está solo en la tonalidad o lo matérico de su informalismo plástico, sino en la crítica cultural implícita en su propia metodología de trabajo, que dispone de todo ahí –sí, de todo, sin jerarquías materiales o del «oficio»– para ser hecho y deshecho: piedra, hormigón, metales, telas, pintura y objetos manufacturados, incrustando y arrancando, construyendo y destruyendo, pegando y despegando una y otra vez, para terminar produciendo un presente tránsito hecho de tanta huella como sedimento. La verdadera belleza está en el devenir azaroso...
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