Buscando a los desaparecidos de Ciudad de México - Semanario Brecha
Buscando a los desaparecidos de Ciudad de México

La flor de los lindos campos

Doscientas personas formaron la primera brigada de búsqueda de enterramientos clandestinos de la capital mexicana, que permanecían fuera del foco de las autoridades. En los últimos 15 años han sido más de 80 mil las desapariciones en todo el país.

Brigada de búsqueda de enterramientos clandestinos de personas en Ajusco, Ciudad de México Eliana Gilet

EL HALLAZGO

El bombero halló la mata de cabello colgada de un pequeño arbusto y, para marcar el punto, usó una botellita de refresco de medio litro. El cabello castaño y el contenido de la Manzanita Sol tienen el mismo color en las fotos que registraron el hallazgo, el primero que abrió los ojos y despertó el interés sobre ese campo llano, de pasto alto, donde el cuerpo estaba esparcido en pequeños fragmentos, según se confirmó un rato más tarde. Fue en la tarde del cuarto día, el jueves 24 de junio. Cerca del mediodía había llovido y, aunque la comisionada de búsqueda de Ciudad de México había propuesto cortar la tarea antes de las 14.00, la mayoría de las familias quisieron continuar y venir a este punto. Luego comentaron cómo esa persistencia había pagado. Una confirmación de que este es el método para correr carreras de fondo.

El lugar sería hermoso si no fuera por lo que acaba de encontrarse. De espaldas a nosotros, el perfil de los cerros del Ajusco se recorta como un muro verde, donde se pierde la perspectiva que de él se tiene de lejos, que asemeja a esta parte de la faja volcánica que atraviesa el altiplano mexicano con el contorno de un rostro boca arriba: el viejo del Ajusco. La primera ondulación a la derecha marca el ceño; la de mayor altura, llamada Pico del Águila, es la nariz; el tercer cerro es la boca, y el cuarto, el mentón. Entre la nariz y la boca circula constante una bocanada de bruma, como si el viejo estuviera fumando. Representa el límite natural del sur de Ciudad de México con su gemelo oscuro, el estado de México, y con Morelos. Una frontera, pues.

El camino que llega a donde estamos es, en realidad, un circuito de cierto turismo rústico que rodea la cadena montañosa. En el inicio y final del circuito está la llamada i griega o ye, donde hace dos años se afincó un cuartel de la Guardia Nacional. Desde ahí se distingue el perfil del viejo, a la derecha. Cuatro quilómetros arriba por el circuito deja de haber luz y señal de teléfono, aunque hay casas y algunos paradores que ofrecen comida del bosque, como hongos preparados, trucha y conejo asado. El paraje donde se hizo el hallazgo se llama Tianguillo, a la altura del quilómetro 19,5 de la carretera Picacho-Ajusco, en la alcaldía Tlalpan. Pamela Gallardo Volante fue desaparecida en una hacienda deportiva del quilómetro 13,5 durante un festival de música electrónica, y su familia fue la primera en recorrer y denunciar este sitio, en noviembre de 2017.

Fue de la ye que salimos el primer día, pero luego retrocedimos hasta una entrada en el quilómetro 11. Los encargados de la comisión de búsqueda de Ciudad de México mencionaron que querían evitar entrar al pueblo junto con la brigada, la cual resultaba imponente escoltada por camionetas del Ejército y la Guardia Nacional, junto a las de Bomberos y otras que llevaban a los familiares y a los funcionarios de otras cinco comisiones de búsqueda. Más de 200 personas subieron el cerro por caminos sin asfaltar.

LA BRIGADA

Su tamaño y sus cinco días de trabajo hicieron de esta la primera brigada de búsqueda de enterramientos clandestinos en la capital mexicana. Ese fenómeno siempre era vinculado públicamente con otras zonas de la república, en un país donde al menos 80 mil personas han sido desaparecidas en los últimos 15 años, según informó en enero la Comisión Nacional de Búsqueda.

A fines de 2017, casi cuando la familia de Pamela se internaba por su cuenta en el Ajusco, se sancionó la ley general de desaparición, que creó las comisiones de búsqueda, con las que se quitó esa responsabilidad a las fiscalías locales. La norma separó dos tareas complementarias: la localización de las personas y la investigación criminal, que tiene como fin explicar qué pasó y procurar que se castigue a los culpables. En la capital, esa labor de investigación está a cargo de la Fiscalía Especializada en la Búsqueda, Localización e Investigación de Personas Desaparecidas, que aportó a la brigada local los peritos calificados en criminalística, fotografía y antropología necesarios cuando se encuentra un resto óseo.

En el descampado, los restos comienzan a florecer como si brotaran del suelo. El hueso de una clavícula aparece más atrás de la mata de cabello, en el borde del terreno, delimitado por un acceso que permite que un automóvil entre con facilidad, igual que entró la brigada. Me acerco al Wero, hermano de Pamela, hijo de Carmela, quien me señala varios fragmentitos a su alrededor. Unos metros más atrás, don Jesús Reyes, padre de un hijo desaparecido que lleva su nombre, dice que allí hay más. Todos sentimos el rigor de estar caminando en un campo minado de frágiles objetos preciados que no alcanzamos a ver porque el suelo está cubierto de pasto. En el centro del campo, antes de decidir cómo proceder, los funcionarios discuten y gritan que nadie se mueva. El Wero no fuma, sino que mastica los cigarros de lo rápido que los consume, y, mientras suelta el humo con el viejo de fondo, me indica que a ese punto se accede también por la zona que revisamos el primer día, a unos pocos quilómetros de donde su hermana fue desaparecida.

Cuando entran a trabajar, los peritos impiden que los familiares miren o registren el levantamiento, salvo por un representante que se queda como testigo. Su participación es incluida en la carpeta de investigación que se abrió como consecuencia del hallazgo de restos humanos en el campo. Mientras los peritos levantan los hallazgos señalados por banderitas, guantes y varillas clavadas en la tierra, e, incluso, el pelo enmarcado con la Manzanita, el resto de la gente se reúne con un grupo que trabajó en otro sitio, donde una buscadora experimentada que viene de Querétaro discute con los funcionarios a cargo en la base que se instala cada día sobre la carretera: «El antropólogo físico de la comisión de búsqueda de Puebla dijo que los restos sí correspondían a falanges humanas y que por eso iniciaron una cadena de custodia, pero el de Ciudad de México dijo que no. Hoy volvimos a buscar y hallamos la uña, pero no están las falanges. ¿Dónde están esos huesos que hallamos ayer? Por el bien de su célula, espero que no los hayan tirado».

UN MOVIMIENTO NACIONAL

Si estamos aquí es por el trabajo de dos mujeres: Carmela Volante y Jaqueline Palmeros. Volante es la madre de Pamela. Las pesquisas que hizo con su familia lograron ubicar un video de la fiesta en el que se ve a Pamela bailando durante la mañana del domingo 5 de noviembre de 2017. El novio, con quien fue, volvió solo y dio versiones confusas de lo sucedido, de las que la familia descree. Aunque lo detuvieron hace algunos meses por otro delito, lo liberaron posteriormente. Algo de eso hace que Carmela tenga pantallas en su sala que transmiten, en circuito cerrado, las imágenes captadas por las cámaras que rodean su casa y que salga escoltada por dos guardaespaldas, amables y atentos, que durante toda la semana pasaron por ella a las 6.00 en una camioneta aportada por la fiscalía para cruzar la ciudad de norte a sur rumbo al Ajusco. Cada día de búsqueda Carmela debió pasar frente al portón, rodeado de un minisúper y otras tienditas ribereñas de la ruta, por donde entró Pamela. En la mañana la zona completa su aire de tianguis con puestos de carnitas de puerco y tamales.

Jaqueline es la madre de Monserrat Uribe Palmeros, que cumplió 11 meses de desaparecida el día que tuvimos esta entrevista: el día de los hallazgos, el 24. Insistió en que se hiciera esta búsqueda porque, entre las miles de pistas verdaderas y falsas que les llegan, dos personas declararon ante la justicia local que su hija había sido víctima de un feminicidio y «tirada en el Ajusco». Esa parte del expediente fue extraviado en la fiscalía, junto con el chip de un teléfono celular de Monserrat y las grabaciones de las cámaras de seguridad que permitían ubicarla subiendo a un automóvil y seguir una parte del trayecto del vehículo, del que no ha sido identificado más que el color: gris.

«El gobierno no ayuda a los colectivos de familiares, que hacemos estas búsquedas mayoritariamente con recursos propios. Esta brigada se armó con apoyos solidarios de la sociedad y de un eje de iglesias que colaboran con los colectivos de víctimas de desaparición, pero me voy con la tranquilidad de que todos estos días de esfuerzo no fueron en balde», dijo Palmeros a Brecha cuando recién se habían hecho los primeros hallazgos y aún faltaba mucho más por suceder. Según ella, «fue bien complicado lidiar con la fiscalía»: «Me decían que mi hija era víctima de una desaparición voluntaria, y yo sé que mi hija nunca hubiese abandonado a su familia, a sus hijos ni su trabajo. Solo es que a ellos no les gusta chambear [trabajar]. Es más fácil perder evidencia y que a nosotros nos toque hacer su trabajo, porque eso es lo que estamos haciendo. Somos nosotros los que venimos a arrastrarnos y ensuciarnos, porque ellos ni siquiera saben agarrar una pala, reconocer unos restos. Como familia, estamos bien olvidados, nuestros desaparecidos están olvidados. No tenemos Justicia. Y por eso tenemos que hacer este tipo de búsquedas».

UN CONTEXTO FORENSE

Juana Garrido está tirada panza abajo, con la cabeza medio metida en una madriguera de animal. Se incorpora y, enguantada, empieza a retirar la tierra con el dorso de la mano y una palita. «¡Ya estaba hecho el hueco!… Para que luego no digan que fue Juana», dice en voz alta mientras se empeña en descartar que el origen del olor a quemado que siente bajo tierra proviene de unas maderas. Es viernes 25, última jornada de búsqueda, y, obviamente, la brigada vuelve a Tianguillo. Juana es hermana de Viviana Garrido López, desaparecida el 30 de noviembre de 2018 en el entorno del metro Ermita, parte de su ruta cotidiana de regreso a casa desde su trabajo. Mientras se detiene para tomar aire, Juana mira a la brigada a su alrededor. Dispersados por el campo, parece que siembran. Si este texto fuese una película, sonaría una salsa de Ray Barreto que se llama «La flor de los lindos campos», pero cantada por el Príncipe: «La busco por toda la ciudad y aquí no está, me dicen que olvide su querer, que ha muerto ya/ pero yo vivo con la esperanza de que no me moriré sin que yo la vuelva a ver». Eso lo pienso después, cuando busco imágenes que expliquen mejor la dimensión de esta tarea, que, por artesanal, parece sencilla.

Ahora Juana se queja con un antropólogo de que no están haciendo una búsqueda exhaustiva en el terreno y de que deberían trazar cuadrantes; que si el problema que les argumentan siempre es el tiempo, ahora el tiempo sobra. Acabamos de empezar la jornada. Se agacha y empieza a abrir las matas de pasto como si lo peinara. Señala que, al igual que ella, la antropóloga de la comisión de búsqueda se especializó en la rama social de la disciplina, no en la forense. A ella nunca le gustó hacer esta tarea, incluso cuando fue parte de la carrera. Dice que su hermana le insistía en que lo intentara, que en esta área iba a tener más oportunidades de trabajo. No pasan muchos minutos antes de que se haga un nuevo hallazgo: tres costillas en un radio de un metro y medio del descubrimiento de ayer. Esto indigna a la gente, que critica a los peritos del día anterior. Evidentemente, se dedicaron a recoger el hallazgo de las familias y no revisaron más. Cuando ciernen la tierra con una criba, siguen saliendo: dos dientes, más cabello y una cadenita con una virgencita. Es una mujer, pero no ha salido ninguno de sus huesos grandes: ni el cráneo, ni la cadera, ni el fémur. ¿Adónde está la flor de los lindos campos?

Fue tal la presión que el sábado y el domingo los peritos tuvieron que regresar a culminar el trabajo que habían dejado por la mitad. Los policías de investigación recogieron a regañadientes la ropa hallada en la zona, ya que la criminóloga argumentó que no se estaba frente a un contexto forense que le diera relevancia. Si este no es un contexto forense, nada lo es, argumentaron las familias. Yo la busco en la ciudad y se aparece en el campo.

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