Gobiernan, solos o en alianzas, en Estados Unidos, Israel, Argentina, El Salvador, en nueve de los 27 países de la Unión Europea; lo hicieron hasta hace muy poco en Brasil; son primera o segunda fuerza política en Francia, Alemania, Austria, Bélgica, Polonia, ahora en Rumania; en algunos de esos países, están a pasos de gobernar; en otros (Chipre, Luxemburgo, República Checa, Reino Unido, buena parte del norte de Europa, de las repúblicas bálticas), ascienden fuertemente y se mantienen allí, en reserva, a la espera de dar el batacazo; en España y Portugal tienen un peso considerable… «De [Giorgia] Meloni a [Javier] Milei, de [Nayib] Bukele a [Jair] Bolsonaro, de [Benjamin] Netanyahu a [Viktor] Orban, de [Donald] Trump a [Marine] Le Pen, las fuerzas de extrema derecha no paran de ascender y se sienten parte de un mismo universo, se sienten ubicadas del mismo lado de la barricada», dice a Brecha Steven Forti, historiador italiano radicado desde hace años en Barcelona especializado en el estudio de las ultraderechas occidentales, que dos semanas atrás participó en diversas actividades en Montevideo.1 «Son formaciones muy distintas, es cierto. Algunas son claramente más neoliberales que otras, algunas algo estatistas, otras especialmente nacionalistas, muchas han hecho virajes para lavarse la cara, pero las amalgama una visión de la sociedad centrada en la dupla «ley y orden» y la lucha contra gente y organizaciones que supuestamente han destruido las tradiciones y «los valores del mundo occidental». Su enemigo común es lo woke, el «marxismo cultural», el progresismo, lo que ellos llaman el globalismo». Piensan, además, esas fuerzas, en luchar conjuntamente, en coordinarse, y los contactos intrafamiliares les son habituales, a través de alianzas formales regionales, en congresos, en instituciones diversas, en think tanks, practicando un internacionalismo de hecho que antes era prácticamente un rasgo distintivo de la izquierda. «Es habitual», abunda Forti, «que se muevan en redes transnacionales que se interrelacionan en pos de una agenda nacional conservadora que comprende desde instituciones cristianas muy poderosas, como el Congreso Mundial de las Familias, hasta sectores como la Heritage Foundation, nacida en Estados Unidos en tiempos de Richard Nixon con postulados puramente neoliberales, pasando por la Red Atlas, muy activa en América Latina, o instancias políticamente más orgánicas como la CPAC (la Conferencia Política de Acción Conservadora) o el Foro de Madrid, impulsado por el partido español Vox». Otra característica que las emparenta: el desparpajo, la «liberación de los instintos» que las acompaña. Sus representantes vociferan, insultan, putean. No todos son histriones como Trump, Milei, Meloni, Matteo Salvini o Bolsonaro –la francesa Marine Le Pen no lo es, o mucho menos–, pero el conjunto de los referentes de esta galaxia «buscan establecer una relación ante todo emocional con su público, con ideas simplistas que comunican simplemente, en contacto directo con la gente, fundamentalmente a partir de las redes sociales, en las que han implantado formas discursivas que les son propias. Que sean bufonescos no los hace menos peligrosos, incluso se puede decir que es al contrario. En su momento a Trump se lo despreció como un payaso, a Milei también, y ahí están». Países en que predomina un cierto desprecio por esa forma de hacer política, como Uruguay, no están para nada al margen de la posibilidad de que emerja con éxito una fuerza de este tipo, que se lleve por delante a quien le haga frente y que se presente como antisistema y rupturista, aunque sea lo más conservador y realmente integrado al sistema que exista, dijo el historiador italiano a Brecha. E hizo directa referencia al «aquelarre» que el fin de semana pasado se reunió en Montevideo en un anfiteatro de la iglesia evangelista Beraca del pastor Jorge Márquez. Se llamó La Derecha Fest, la organizó La Derecha Diario, un medio digital con proyección regional que desde Buenos Aires dirige el ultraderechista español Javier Negre, y tuvo como estrellas al propio Negre, a los argentinos Agustín Laje y Nicolás Márquez –dos intelectuales orgánicos del mileísmo y el «libertarismo» del otro lado del río– y a representantes de fuerzas que intentan crear un espacio de ese tipo en Uruguay. Alrededor de 2 mil personas respondieron a la convocatoria, atraídas por el llamado a comenzar a dar en serio la «batalla cultural» contra el «zurdaje». «Es curioso», dice Forti haciendo propia una reflexión de muchos otros, «cómo la ultraderecha ha asimilado y utilizado mucho mejor que la izquierda nociones como batalla cultural o hegemonía, propias del pensamiento de un comunista como Antonio Gramsci. Alain de Benoist, el filósofo que dio cuerpo a la Nueva Derecha francesa en los años sesenta y setenta, e inspiró a muchos en esa familia política, dentro y fuera de Europa, era un gran lector de Gramsci».
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¿Fascistas, neofascistas, estas extremas derechas? Forti piensa que sería impropio, «histórica y políticamente», llamarlas así. Designar fenómenos relativamente nuevos con nombres viejos no es muy procedente, dice a Brecha, y cree también que se han banalizado mucho esas apelaciones. «El fascismo o el nazismo tal como los conocimos en los años veinte o treinta del siglo pasado tienen rasgos nucleares que hoy no tienen –o todavía no tienen, en unos cinco años veremos si no los adquirieron– los principales partidos de la extrema derecha. Se los digo siempre a mis alumnos para que cale bien: un régimen autoritario es aquel en el cual quien está en el poder quiere sobre todo controlar los cuerpos, reprimir y amedrentar para que la gente se calle. Un régimen totalitario, en cambio, es lo anterior más la voluntad de controlar las mentes: no solo la obediencia pasiva, sino la movilización activa. No estamos, al menos todavía, en esta fase. La violencia física era, además, la forma casi única de hacer política del fascismo, del nazismo, del franquismo, al punto de que sus partidos eran más milicias o grupos paramilitares que organizaciones políticas. Otros de sus rasgos: el imperialismo expansionista, la constitución de grandes organizaciones de masas para albergar a sus militantes embroncados, el hecho de que se presentaban como vectores de una revolución palingenésica que pretendía crear un “nuevo italiano”, un “nuevo alemán”, un “nuevo español”. No sucede eso hoy con las extremas derechas.»
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Un siglo atrás, remarca Forti, «se estableció un compromiso autoritario entre el fascismo y las élites tradicionales, una colaboración incómoda pero eficaz, al decir de historiadores como Robert Paxton. Colaboraron en proyectos autoritarios, se fundieron». Ahora, dice, «es muy cierto que estamos viendo una posibilidad de un nuevo tipo de compromiso autoritario entre las extremas derechas, una derecha tradicional cada vez más ultraderechizada y las élites económicas, pero aún estamos a tiempo de evitar que se consolide».
En esa medida, Forti no se opone a los «cordones sanitarios» que se establecieron en su momento en algunos países europeos para cerrarle el camino a la extrema derecha, aunque es consciente de que la mayor parte de ellos han sido resquebrajados en toda la línea. «La llamada derecha tradicional, la centroderecha, es la principal responsable del quiebre de esos cordones, porque en muchos casos terminó aliándose en los hechos con las extremas derechas, asumiendo sus principales temas, pero hay una parte de ella que todavía no ha dado el paso y se trata de evitar que caiga en ese abismo que terminaría socavando por completo a unas democracias que ya están profundamente en crisis y cuestionadas», dice.
—Vos al mismo tiempo admitís que parte de la llamada izquierda –la socialdemocracia, el progresismo– es también responsable del ascenso de las extremas derechas –aunque «menos que la derecha democrática», decís–, al haber «comprado la agenda neoliberal». Y en paralelo afirmás que la izquierda debe «recuperar la capacidad de ilusionar». ¿Cómo se compagina una cosa con la otra?, y ¿qué sentido tendría mantener «cordones sanitarios» contra la extrema derecha en los que las izquierdas han estado hasta ahora totalmente subsumidas y que han servido esencialmente para que fuerzas que han virado cada vez más a la derecha, como en el caso francés, conserven el poder?
—Entiendo esas inquietudes. Puede ser una utopía política, es verdad, la propuesta de los cordones sanitarios, pero ¿qué alternativa real tenemos ahora mismo para evitar la ultraderechización completa de nuestras sociedades? La izquierda debe ante todo defender la democracia como espacio de convivencia y para ello hay que llegar a acuerdos mínimos para evitar que la derecha democrática se vaya al monte. Si toda la derecha se va al monte, no habría posibilidades de una democracia pluralista. Hay que encontrar la manera de ayudarla en eso.
Por otro lado, esa izquierda tiene que regenerarse, volver a ilusionar, dar también su propia batalla cultural, al interior de esas alianzas más amplias y por fuera. No tengo la receta para lograr esos objetivos, claro, pero creo que hay que trabajar en varios planos.
Un punto es que no podemos dar ninguna batalla cultural encerrados. Una batalla cultural implica un trabajo colectivo y en el territorio, como sucedió en el pasado, cuando la izquierda construyó sus propuestas vinculadas a las luchas sociales. Los lemas se van creando en el camino. En ese mismo terreno, la izquierda debe aprender de cómo la extrema derecha ha ido creando comunidad, estudiar cómo lo ha hecho. Los que trabajamos en estos temas tenemos un mapeo parcial sobre cómo han logrado generar porosidad entre ambientes que antes estaban separados, pero la gente común ni idea tiene de qué es la Red Atlas, por ejemplo.
En paralelo, creo que hay que denunciar también la transformación de la derecha liberal, su evolución hacia la extrema derecha, dejarla al desnudo para tratar de impedir que la evolución se complete. Y fundamentalmente pienso que hay que recuperar una serie de significantes, de términos. El de libertad, en primer lugar, vinculándolo al de igualdad. El gran hilo de todas las extremas derechas, desde los nacionalismos y los fascismos de un siglo atrás hasta las de hoy, es el antigualitarismo y levantar la libertad como un valor puramente individual que conduce a la larga a reservarla a los poderosos: Milei y Trump lo han llevado al extremo, mientras todas las fundaciones ligadas a la extrema derecha tienen en algún lugar de su nombre la palabra libertad. Y al mismo tiempo abominan de la idea de igualdad. La izquierda ha abandonado estas disputas, y así le ha ido.
Eso se relaciona a su vez con la defensa del Estado. En nuestras sociedades, la desconexión con el Estado de los trabajadores informales, precarizados, que van creciendo más y más en número, es tremenda. Y es un punto grave que está en la base del crecimiento de las extremas derechas. El Estado no protege a esos trabajadores, y ellos se vuelcan naturalmente hacia los Milei, los Trump, que les prometen un porvenir venturoso a partir de su esfuerzo individual.
Hay que tener en cuenta, por otro lado, que no estamos ante una época de cambio, sino ante un cambio de época. El orden liberal pos Segunda Guerra Mundial ha terminado, está a punto de ser enterrado incluso en el plano institucional. Por otro lado, llevamos ya más de cuatro décadas de posfordismo, de afianzamiento de la precarización laboral y de globalización, que han resquebrajado el modo de vida de trabajadores y clases medias bajas y han debilitado sus formas de organización, como los sindicatos. No podemos pasar por encima de esas transformaciones del capitalismo, que se dan en concomitancia con los avances de los procesos de desdemocratización y la falta de respuestas de las democracias sobre todo a jóvenes que viven asustados por un mundo distópico, de desastres climáticos, de inteligencia artificial, de desempleo, de guerras. Hay que trabajar en eso mientras se hace política.
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¿Qué está aportando hoy la izquierda a una visión global distinta, diferente al statu quo, cuando, por ejemplo en el caso de Europa, muchos de sus sectores se suman al belicismo reinante, entrando como por un tubo en el rearme ante el «peligro ruso» o no denunciando –para decir lo menos– el genocidio israelí en Gaza, que se da en complicidad con las grandes potencias occidentales? ¿O cuando evita entrar en una discusión de fondo sobre la crisis de las democracias y sus motivos? ¿O cuando no se distingue de las propuestas económicas y de organización social que levanta la «derecha democrática»? Forti admite que todas esas preguntas pueden ser pertinentes, pero piensa que el aquí y ahora exige otro tipo de planteos. «Impedir la consolidación de los autoritarismos es un imperativo del momento», dice. «En todo el mundo estamos marchando hacia allí, y en medio de contextos, de situaciones, de una complejidad creciente, bastante mayor a la de décadas anteriores. No es inevitable, sin embargo, que los peores escenarios se confirmen. Depende de nosotros evitar que la tendencia hacia la derecha se consolide.» ¿Cómo hacer para que esa eventual «salvación» no sea un simple saludo a la bandera? Polémica abierta.
1. Dos de sus últimos libros están dedicados a ese tema: Extrema derecha 2.0: qué es y cómo combatirla (Siglo XXI, 2022) y Democracias en extinción: el espectro de las autocracias electorales (Akal), que el año pasado publicó como una suerte de complemento del anterior y que acaba de presentar en la Feria del Libro de Buenos Aires. En Montevideo, donde llegó invitado por el Grupo de Estudios Históricos sobre las Derechas en Uruguay, de la Facultad de Humanidades, Forti dio una charla en el local del Grupo Siembra y otra en la Facultad de Ciencias Sociales.
- Dos de sus últimos libros están dedicados a ese tema: Extrema derecha 2.0: qué es y cómo combatirla (Siglo XXI, 2022) y Democracias en extinción: el espectro de las autocracias electorales (Akal), que el año pasado publicó como una suerte de complemento del anterior y que acaba de presentar en la Feria del Libro de Buenos Aires. En Montevideo, donde llegó invitado por el Grupo de Estudios Históricos sobre las Derechas en Uruguay, de la Facultad de Humanidades, Forti dio una charla en el local del Grupo Siembra y otra en la Facultad de Ciencias Sociales. ↩︎