Cien años del arquitecto Clorindo Testa (1923-2023): Centenarius testianorum - Semanario Brecha
Cien años del arquitecto Clorindo Testa (1923-2023)

Centenarius testianorum

Se cumplen 100 años del nacimiento del arquitecto italoargentino y brotan por diferentes rincones los homenajes y las conmemoraciones. Cine, muestras y recuerdos para entrarle a una figura clave de la cultura latinoamericana.

GENTILEZA, FUNDACIÓN CLORINDO TESTA

Mariano Llinás lo hizo de nuevo. Adelantándose a toda efeméride, a finales del año pasado lanzó su nueva película, titulada –llanamente– Clorindo Testa. A priori, el nombre podría indicarnos que estamos ante un documental biográfico, pero todo es otra cosa en las manos y la lente de Llinás. Algo muy diferente.

Director de experimentos cinematográficos geniales, como Historias extraordinarias o La Flor (El Pampero Cine), Llinás termina construyendo una película fuertemente autorreferencial en la que el protagonista no es exactamente Testa, sino un libro que su padre (Julio Llinás) escribió sobre el arquitecto en los años sesenta, cuando Julio y Clorindo eran amigos. Así, montando una especie de falso documental, Mariano cuenta que se trata de una película por encargo y que intentará proponer un guion «oficial» para luego hacer otra cosa completamente diferente. Una pequeña gran trampa. En el medio, su padre y Testa. O, mejor, un libro sobre Testa. Algo así.

Desde la ventana del departamento de la madre del cineasta, en un acomodado barrio de Buenos Aires, se puede ver la ventana de la casa que habitó Clorindo. Un humanista. Un humanista. Un humanista. La definición se repite varias veces a lo largo de la película. «Una especie de leyenda», se escucha. La figura del arquitecto va y viene, transformándose en un vórtice al que parece imposible arrimarse del todo. Llinás (padre) escribió puntualmente sobre el Clorindo artista plástico, y su libro parece utilizar a Testa igual que la película de su hijo: como una infinita excusa.

De todas maneras, aunque delirio y experimento, Clorindo Testa –la película– lleva ese nombre. Pone el nombre del arquitecto sobre la mesa a 100 años exactos de su nacimiento. Quizá sin la mística inflamada de nombres de la arquitectura argentina como Francisco Salamone (con sus cementerios, mataderos y municipalidades art déco) o Alberto Prebisch (autor de emblemas, como el Obelisco o el teatro Gran Rex), Clorindo Testa, el pintor, el escultor, el arquitecto brutalista, es también ambas cosas: hombre y leyenda.

Clorindo

Clorindo José Manuel Testa nació el 10 de diciembre de 1923 en un pequeño pueblo de Italia llamado Benevento, pero eso fue apenas un detalle geográfico. En realidad, sus padres ya estaban instalados al sur de América (de hecho, su madre era argentina) y la decisión fue que el hijo naciera en Nápoles. Al regreso, lo esperaban una infancia en el barrio de Recoleta, estudios en Italia frustrados por el comienzo de la guerra y un paso por Ingeniería en la Universidad de La Plata. «Venía todos los días a La Plata, oía las clases, a fin de año no di ningún examen y me volví», decía un ya anciano Testa en un evento en esa ciudad, alrededor de 2010. Fue finalmente en la carrera de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires donde Clorindo encontró su camino. Egresó en 1947.

En Testa había «una especie de contraste; era un tipo que en general andaba vestido de una forma tradicional, acorde a su generación, sin demasiada estridencia cromática, pero cuya obra era una expresión de color», dice el arquitecto Fernando Gandolfi en el documental Testa argentino, de 2016. Allí hay una clave, entonces, para ir cincelando su figura. Arquitecto, pero a la vez escultor y pintor, todo en un cruce permanente.

Testa trabajó muchísimo para el Estado, tanto en períodos de dictadura como en democracia. Una de sus obras más emblemáticas es, sin dudas, el ex-Banco de Londres (hoy Hipotecario, en el microcentro de Buenos Aires). En los pliegos del proyecto se pedía ensanchar la vereda; por ellos brotaron esas patas que se repliegan y dan a la construcción ese aspecto de nave de La guerra de las galaxias, articulada con el resto del paisaje. Luego llegó la tarea de llevar adelante el proyecto de la Biblioteca Nacional, o, mejor, la de construir el emblemático gliptodonte en el sitio en el que había estado la residencia presidencial, bombardeada en 1955. El conjunto de arquitectos –Testa es el insigne, pero en ese caso fue un trabajo compartido con Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga– resolvió un edificio de grandes superficies que toca muy poco el suelo. El hall de entrada y las cuatro patas son la base, pero se puede caminar libremente por debajo. Luego, bajo el nivel del piso, hay un mundo subterráneo en el que se alojan los libros.

Esa biblioteca nacional argentina, que tuvo a Jorge Luis Borges como director en su edificio anterior, fue también dirigida por el intelectual Horacio González, entre los años 2005 y 2015. «Venía más de lo que era necesario, le gustaba venir aquí», dice el recordado González en el mismo documental, «y sufría un poco. Como sufría [Oscar] Niemeyer cuando veía cómo se usaba Brasilia: el gran arquitecto sufre cuando le empiezan a usar la obra. Clorindo no fue un arquitecto social. Su tradición humanística pertenece a otro rango. Como Niemeyer, que en eso se parecen, aunque su resultado sea tan diferente, pensaba que la vida humana puede cambiarse según los edificios que se construyan. […] Clorindo pensaba que el mundo vital se transformaba si había grandes edificios».

Todos coinciden en que Testa, apasionado por barcos y autos, fue un moderno a la hora de pensar, aventurándose en la búsqueda de nuevas respuestas, con una fusión muy personal entre escultura, pintura y arquitectura, cada una influenciada por las demás. Es que aquellos barcos y autos aparecían en sus dibujos desde chico. Su Hospital Naval de Buenos Aires conecta directamente con eso: una especie de barco gigante encallado frente al parque Centenario porteño. Trabajó también en La Pampa, y en Uruguay planificó la remodelación del Museo Nacional de Artes Visuales. Por fuera de las megaobras relacionadas con el Estado, Testa dejó obras privadas –en una carrera que se estiró hasta último momento, con un estudio de arquitectura muy activo–, como la casa en La Pedrera (junto con el arquitecto Juan Fontana), otras en la costa argentina y hasta una casa-stud cerca del hipódromo de La Plata.

El primo

En un momento de la película de Llinás, la voz en off del propio director y protagonista dice: «Llamo a mi primo cineasta, que está haciendo la verdadera película sobre Clorindo Testa, y no la falsa, como yo». Ese primo que se menciona es Ezequiel Hilbert –su primo segundo, la madre de Mariano era prima de su madre– y, efectivamente, es quien está a cargo del documental oficial que la Fundación Clorindo Testa está haciendo en el marco de su centenario. Todo se va entrelazando, queriendo o sin querer. Ambos directores se cruzan en el estudio de Testa, en las avenidas Santa Fe y Callao, y, en una pirueta metafísica, las dos películas se filman al mismo tiempo en el mismo lugar, hablando sobre –casi– lo mismo.

«Conocí a Clorindo a los 17 años en una charla en Misiones», cuenta, ahora, Hilbert. «Yo estudié arquitectura y no encontré en la facultad lo que encontré en esa charla. Él comenzó mostrando la casita en la que nació, en Italia, y luego mostraba sus obras. Y muchas veces coincidían frases al hablar de ambas cosas; hablaba mucho de la influencia de Italia en sus proyectos.» Cuando en 2019 se creó en Buenos Aires la fundación, lo contactaron. «Me llamaron y fuimos tramando este filme, entre la fundación y otros apoyos. Este año viajamos a Italia con Joaquina, su hija, fuimos a la casita, ella se encontró con vecinos, fue muy emocionante. Hablamos también con una prima que vive en Nápoles.» Ese viaje va a ser uno de los ejes clave de la futura película. Fueron siguiendo los pasos de Clorindo en su Italia natal, esos que lo marcaron y a los que volvía con sus referencias. De Roma a Cerdeña, y de Benevento a Capo Testa. Ese buceo entre arquitectónico, artístico y sentimental está pautado para ser estrenado durante los primeros meses de 2024.

Joaquina

No hay perfil posible sin trazos de lo personal. «Mi padre era metódico. Era rutinario. No sé si la palabra es estructurado; tenía una manera muy natural de ser rutinario.» La voz es la de Joaquina Testa, hija de Clorindo. Nacida en 1969, con amagues en el mundo de la arquitectura y vocación de profesora de inglés, es uno de los pilares de la fundación creada en 2018, que empuja junto con Julio Suaya. Lo cotidiano del artista aparece en fotos: la rutina de las ocho de la mañana para despertarse, darse un baño, afeitarse. El mismo café con dos medialunas en el mismo bar. De ahí al estudio, hasta la una del mediodía. Luego una siesta, y volver a trabajar hasta la noche. Día tras día. Los sábados a la mañana eran dedicados a la pintura, a comer pastas y a dar caminatas por la calle Florida. Una rutina natural. Un transcurrir que se completaba con las visitas de amigos los domingos, y con las charlas. «En casa se hablaba de política, pero él un poco se mantenía al margen. Era tranquilo en cuanto a eso», dice Joaquina.

Y de la pintura del pasado, a un juego que solo podría encarar quien lo conoció de cerca. Ya que estamos a un siglo de su nacimiento –y a una década de su partida, en 2013–, Joaquina se anima a pensar en su padre hoy, en este mar de tecnología, fugacidad y vida acelerada. «¿Tecnología?… No, no le interesaría nada. De hecho, la primera computadora entró a su estudio en 1999, pero él nunca hizo nada con computadoras. No le interesaban.» Y la cosa va más allá, transportando a un artista del siglo XX a esta era del ego virtual. «Las redes sociales creo que no le interesarían para nada, pero la verdad que no lo sé… No lo imagino porque no era, en general, de autopromocionarse. Si lo invitaban a algún programa, si le hacían una entrevista, no tenía ningún problema, pero no era algo que él iba a buscar.»

Está vivo

En este aniversario redondo, las actividades y eventos relacionados con Testa se multiplican. Algunos ya pasaron y otros, de largo aliento, se podrán aprovechar hasta los primeros meses del próximo año. Para el momento en que esta nota llega a las calles de Montevideo, se está terminando la muestra «Estoy vivo», en el edificio Macro, de Puerto Madero, en Buenos Aires. Su final se entrelaza con la exposición «Fantasmas #2», que se exhibe en la Fundación Andreani. Se inauguró el 4 de noviembre y se extenderá hasta marzo de 2024. Esto es nada menos que en el barrio de La Boca, en el edificio que el propio arquitecto proyectó y que fue, finalmente, intervenido por su estudio. La muestra está enfocada en sus objetos personales, lo que permite acercarse a su perfil de una manera diferente. Porque Testa fue coleccionista de objetos, y eso nos permite entrar de lleno en su hábitat y su vida cotidiana. Entrar al ecosistema Testa.

Por otro lado, en la Colección Fortabat, también en Puerto Madero, se podrá visitar «El monstruo de Testa» hasta febrero. Para esta muestra, la fundación prestó las obras Apparatus gommatus testianorum (2009), Blanco plegado (1966), Biografía y escritura (1982) y Apuntalamientos (2013). El bicho rojo llamado Apparatus gommatus testianorum es el que nos recibe en la entrada: una especie de dinosaurio hecho de objetos que el mar devolvió a las costas en la zona de Puerto Madryn, en el sur argentino.

Además, en la propia Biblioteca Nacional, se presentó hace poco la serie de estampillas conmemorativas por el centenario, en conjunto con el Correo Argentino. La serie muestra una que tiene una imagen de Testa de niño, otra lleva un Clorindo adulto trabajando en los planos de la biblioteca, en otra se puede ver la imagen de su instalación Gliptodonte (del año 1988). Para completar el panorama, se suma la muy fresca edición (el mes pasado) del libro infantil ilustrado Yo quiero ser arquitecto, escrito en su homenaje, y una serie de murales proyectados para el barrio de Chacarita y el Hospital Naval. También se realizarán intervenciones sobre la fachada de la sede Paraná del Centro Cultural de España, en Buenos Aires.

La figura de Testa podrá encontrarse, entonces, en varios rincones de Argentina. Incluso el artista fue traído al presente tecnológico –con el que, según su hija, no estaría muy afín– hace pocos días por el doodle de Google. Fue el 27 de noviembre, en conmemoración por el día de la designación de nuestra biblioteca como monumento histórico nacional, en 2019. La imagen del buscador estuvo dedicada a él en gran parte de Sudamérica.

Su nombre está en el aire. Admirar su trazo nos recuerda los clásicos anteojos sobre su cabeza, en ese gesto que le daba un aspecto monstruoso, como si contara con múltiples ojos. La utopía arquitectónica de Clorindo convive con nosotros: está en sus pinturas, en sus pequeñas casas de colores, detrás de los enormes bloques de hormigón que le dieron fama mundial.

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