Columna vertebral - Semanario Brecha

Columna vertebral

Roma. Alfonso Cuarón, México, 2018.

Foto: difusión

Netflix apuesta fuerte a expandir sus dominios, tanto a nivel de masividad como en su amplitud artística. Es por esto que cada vez con mayor frecuencia se encuentra respaldando proyectos autorales, como ha ocurrido con esta película.1 Como productor, Netflix es una gran tentación para muchos cineastas. Garantiza la libertad y cubre abultados presupuestos necesarios para series y películas. Pero tiene su contrapartida: exige un estreno online para sus 130 millones de usuarios, lo cual supone el cierre de muchas puertas de difusión, ya sea en festivales o en salas comerciales.

El año pasado la polémica ya estaba servida: los filmes Okja y The Meyerowitz Stories, estrenados en Netflix, no pudieron competir por la Palma de Oro en Cannes: las reglas del festival señalan que las películas que participan en la competencia deben ser proyectadas en salas tradicionales antes que en plataformas digitales.

Se trata de una clara y abierta competencia entre la multinacional y las salas de cine: normalmente, las películas que son exhibidas en salas, lo están por un período durante el cual no están disponibles en otras plataformas o canales. Estos períodos “ventanas”, como se les conoce normalmente, sirven para que el estreno, la novedad, pase solamente un tiempo en las pantallas de cine, sin competencias caseras. Las ventanas no sólo sirven para garantizarles a las salas un período de ganancias, sino directamente para evitar que las plataformas caseras terminen acabando con ellas. La idea actual de Netflix es reducir estas ventanas a su mínima expresión –su duración estándar es de unos 90 días–, y se encuentra en una puja permanente por lograrlo. Mientras algunos exhibidores han llegado a un acuerdo con Netflix para reducir este período, otros se han negado rotundamente.

Como sea, es lógico que, como toda multinacional ávida de más y más ganancias, Netflix quiera exprimir su limón sin importarle quiénes caigan por el camino y, por más que hoy el cineasta mexicano Alfonso Cuarón (Y tu mamá también, Niños del hombre, Gravedad) lamente la escasísima difusión de su película en salas de cine de México, cierto es que debería haber previsto tal panorama desde un comienzo.

Roma reúne cabalmente dos impensadas tendencias cinematográficas. Por un lado, un cine latinoamericano en alza, que en los últimos veinte años ha dado a luz un sinfín de notables historias minimalistas, cotidianas, con trasfondos sociales propios y en donde se han planteado valiosos apuntes sobre las transformaciones urbanas, las idiosincrasias locales y los conflictos de clase, con foco en los sectores discriminados, ya sea por cuestiones de género, de extracción económica o racial. Todo esto se encuentra en Roma. Por otro lado, hace tiempo que no se veía un riguroso cine histórico con grandes despliegues de extras, amplias panorámicas y planos secuencia; es la clase de escenas que con el tiempo se han ido sustituyendo por efectos especiales y digitales, transformando las nociones clásicas de “gran espectáculo”. Cuarón retoma la tradición de espectaculares despliegues realistas y los unifica con las nuevas tendencias del cine latinoamericano, logrando un cine minimalista pero de gran presupuesto… lo que podría considerarse la película casera más cara de la historia. Roma es La nana fundida con Doctor Zhivago, como si Zona Sur se encontrase con Roma, ciudad abierta, o como si Lucrecia Martel decidiese emular a Jean Renoir o a Gillo Pontecorvo.

Cuarón es un cineasta que logró grandes películas en México (La princesita, Y tu mamá también), e ingresó a Hollywood para trabajos de encargo algo intrascendentes (Grandes esperanzas, Harry Potter y el prisionero de Azkaban) hasta que se hizo un lugar y logró imponerse con películas personales e impactantes como la apocalíptica Hijos del hombre o la existencial Gravedad. Se trata de uno de los verdaderos autores completos de la actualidad: suele dirigir, escribir, producir y editar sus películas, y puntualmente en Roma se volcó también a la dirección de fotografía.

Las reconstrucciones históricas de ciertos períodos de la infancia de los cineastas son casi un clásico: se trata normalmente de apuestas ambiciosas, pero también suelen ser un síntoma de madurez. Lo hizo Louis Malle en Au revoir les infants, Ingmar Bergman en Fanny y Alexander, Fellini en Amarcord, incluso Tarkovski en algunos fragmentos de El espejo. El título de esta película refiere al lugar en que Cuarón creció; colonia Roma es un barrio residencial de México DF, en el que en la primera década del siglo XX se asentó la clase alta mexicana y donde incluso hoy subsisten mansiones y palacetes. La acción se ubica a comienzos de los años setenta, momento de grandes convulsas sociales, con proclamas estudiantiles tomando las calles y el eterno Pri abriendo la cancha a grupos paramilitares para que repriman sin restricciones. Pero la mayor parte de la película transcurre al interior de una casona similar a la que Cuarón habitó, y en la que su familia atraviesa su trajinar diario, con dos empleadas domésticas de origen mixteco ocupándose de las labores cotidianas y del cuidado de los niños. Algunas escenas traen recuerdos puntuales de su infancia: la noche en que fue testigo de un incendio, el día que descubrió un secreto familiar, alguna pelea con sus hermanos. Pero Paco, el personaje que es su alter ego, aparece y desaparece del cuadro, sin ocupar nunca un papel central. El foco está puesto en una de las empleadas domésticas, dando cuenta de su lugar en la familia y su vida más allá de esa gran casa en la que pasa recluida la mayor parte del tiempo. La interpretación de la joven actriz Yalitza Aparicio es absolutamente sobresaliente.

La película está justamente dedicada a Libo, apodo de Liboria Rodríguez, la empleada que crió a Cuarón y a sus hermanos. Conforme avanza la película (siguen spoilers), un segundo personaje comienza a tomar presencia, al tiempo que comienza a armarse un nuevo núcleo familiar tras la salida del pater familia y la adopción paulatina de la empleada. Ese nuevo núcleo supone un pilar improvisado, una unidad que sustenta la sociedad mexicana, un sacrificado contrapeso erigido en oposición al individualismo recalcitrante, personificado aquí en dos hombres adultos desligados por completo de la responsabilidad de mantener y educar a sus hijos.

  1. Roma. Alfonso Cuarón, México, 2018.

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