Cómo vende la violencia - Semanario Brecha
Shakira, Bizarrap y el fenómeno cultural del momento

Cómo vende la violencia

Una separación. Un relato mediático. Una canción bailable. Miles de millones de reacciones. Agresiones de todo tipo. Escándalo, facturación, misoginia. El arte y su fuerza para sacar a la luz los debates de su tiempo. Los feminismos, divididos. El mercado, feliz.

Hacía mucho tiempo que un producto cultural no recibía tanta atención y causaba tanto revuelo como la BZRP Music Session #53, que tiene a Shakira como protagonista. La canción no solo rompió los récords al llegar a 14.400 millones de visualizaciones en 24 horas en Spotify –el debut más grande de la historia de la música en español–, sino que puso literalmente a todo el mundo a discutir acerca de su letra: cuál es su validez, su importancia, su significado y su posible trascendencia. Sobre la música se ha hablado menos, aunque el joven productor argentino Bizarrap viene marcando la cancha del mercado y perfilándose como un agente ultraefectivo a la hora de hacer de la práctica del streaming una verdadera mina de oro.

Es que el gasto de producción de la canción y el video que se hicieron tan impresionantemente virales son muy menores a los de cualquier composición pop estándar con su videoclip correspondiente. Se trata de una voz que canta sobre pistas creadas y producidas por Bizarrap en su estudio, sin participación de ningún otro músico. Además, el video consta de la alternancia entre tres cámaras fácilmente editadas e intervenidas con pequeños pasajes de animación: una de cada lado de la cantante, a nivel, y una de frente, en un ángulo contrapicado. Nada más. La relación costo-beneficio es inmensamente mejor que la que tiene cualquier película mainstream, incluso aquellas que buscan causar un efecto parecido en términos de impacto; pienso en Avatar, el sentido del agua, de James Cameron: con un gasto de 250 millones de dólares y 13 años de trabajo, la película ha sido vista, en más de un mes, por solo 5 millones de espectadores. Y aunque sean fenómenos difíciles de equiparar –es distinto hacer un clic que asistir a una sala o dedicar tres horas a mirar un material audiovisual–, la comparación sirve para dimensionar que, en este tiempo de tanta ansiedad por la espectacularidad en la comunicación, la apuesta de Bizarrap y Shakira nos demuestra el inmenso alcance que todavía puede tener la combinación de dos elementos de lo más simples y cotidianos: letra y música.

EL REALITY DEL AMOR

Aunque es cierto: no se trata solamente de una canción. La separación de Shakira y el jugador de fútbol Gerard Piqué viene levantando polvareda desde su anuncio, en junio del año pasado, y la pelea de la pareja ha servido como carne de cañón para cientos de titulares, especulaciones, videos y programas de todo tipo. El lugar que antes tenían las telenovelas locales o regionales, aquellos culebrones masivos que, en su retrato ficcional de amores, desamores, secretos familiares, infidelidades y despechos, difundían determinados temas y valores de moda para que fueran comentados y debatidos por la población ha sido ocupado por estas superpeleas de ricos y famosos: ¿para qué gastar cientos de miles de dólares en producir contenido si es posible utilizar el que ya está ahí, perfectamente dado en la materialidad del mundo histórico? Porque ya no se trata solo de dar la noticia de las novedades sobre las relaciones de la farándula, como siempre hicieron los paparazzis. Han adquirido mucha importancia las formas multimediales con las que se construyen los diversos materiales que dan cuenta de esos conflictos. A modo de ejemplo, es interesante atender al formato de las videorreacciones: audiovisuales virales de realización muy barata en los que un tercer personaje –locutores, influencers, youtubersreaccionan a fotos, videos, noticias y titulares del momento en torno a los famosos en cuestión. Así, las redes sociales propagan un aluvión de opiniones e interpretaciones que funcionan como condimento global al entretenimiento amarillista, asegurando su difusión en todas las culturas y territorios. Y como la vida se dramatiza hasta volverla plausible de ser narrada con los viejos vicios de la ficción clásica de folletín –chico conoce chica, matrimonio feliz, hijos, conflicto, separación, caída de los héroes, resurrección–, se construye de manera colectiva un supuesto saber infalible acerca de la experiencia real de ciertos jugosos personajes provenientes de la cultura pop. Hace tiempo que el muro que separaba ficción y realidad está en ruinas: la posverdad se derrama hacia todos los ámbitos por las grietas que deja la política, y la inmensa mayoría de los habitantes del mundo se han acostumbrado a recibir cada día, en sus celulares, los últimos giros del drama de moda en la puesta en escena global.

Esos hábitos de consumo mediático que se multiplican scrolleando en las pantallas compiten de forma directa con otros productos de la industria del ocio: suplantan, en gran medida, a la lectura, al visionado de películas, a la escucha de discos, a la costumbre de sentarse en familia a mirar la televisión. Enterarse de las boludeces, compartir memes tontos y opinar acerca de los chusmeríos de turno son prácticas que terminan ocupando gran parte de nuestro tiempo, arrasando en su masividad con las diferencias generacionales o de clase. En sociedades en las que el ilimitado acceso a la información ha hecho que ya casi no existan libros, películas, series o canciones que conozcamos todos, que muevan la aguja de lo popular en un sentido realmente amplio, los culebrones amorosos de los famosos y famosas, con su carácter supuestamente universal, son de las pocas cosas que todavía funcionan como excusa para propiciar conversaciones, para operar como puntos de encuentro entre los intereses de las personas, e incluso han dejado de despertar aquel desprecio que cierta alta cultura les dedicaba. Para leer el fenómeno Shakira y Piqué es importante tener en cuenta estas condicionantes socioculturales, que además nos permiten comprender que, en el negocio que suponen estas historias románticas, ni siquiera son sus protagonistas los mayores beneficiarios: como pasaba a inicios del siglo pasado con Hollywood y la construcción del star system, el que verdaderamente factura es el conglomerado mediático global, que concentra en sus principales plataformas las interacciones de los usuarios y, casi sin invertir nada, acumula la riqueza que generan las necesidades de consumo cultural de millones y millones y millones de personas.

UN PENAL FUERTE Y AL MEDIO1

Pero también es cierto que esto que ha sucedido con la canción de Shakira nunca había pasado antes, al menos no con tanta fuerza. Es importante analizar este producto cultural en términos artísticos para después pensar por qué logró, con tanta exactitud, poner el dedo en la llaga hasta azuzar y sacudir de esa manera tan radical los debates de su tiempo. Lo primero que podemos decir es que Bizarrap, como compositor y productor, tiene una enorme capacidad para ser funcional al mercado. Sus armonías y líneas melódicas no son del todo chotas, ofrecen cierta complejidad, pero sus arreglos nunca se salen de lo que podemos identificar, sin grandes dificultades, como los necesarios para una canción pop.

En la música electrónica más compleja, muchas veces las bases rítmicas –esos bombos siempre a tierra, siempre a tiempo– se subdividen y complementan con muchos otros sonidos, creando paisajes sonoros con atmósferas y variaciones que llaman la atención sobre la propia música, que no queda simplemente supeditada a seguir los condicionamientos métricos de la letra. En la jerga del género, se puede producir utilizando muchos loops (secuencias de sonidos que se repiten) o crear tus propios samples para lograr una originalidad mayor. En el caso de Bizarrap, la mayoría de los materiales son loops: las secuencias musicales nunca llegan a erigirse como protagonistas de la propuesta sonora, no tienen una gran cantidad de capas ni de sonoridades. Su techno-house cuenta con la espacialidad justa para sonar contundente, pero nunca deja de funcionar como acompañante de quien canta, y habilita así a que la comprensión de aquello que se dice sea el elemento más importante. En este caso, la parte central en la estructura de la canción es el estribillo: la cosa empieza con una cortina que lo evoca –a la manera de Believe, aquel temazo de Cher que se hizo famoso por ser de los primeros en utilizar autotune, efecto que también aparece por aquí– y continúa con fragmentos diferentes que derivan, todos, en el pegadizo «pa’ tipos como tuuuuú». Hay movimiento suficiente para evitar la monotonía, pero, a la vez, no se corre ningún riesgo. Ni siquiera el rap está del todo rapeado ni se sale del palo clásico de la cantante: cada palabra tiene sus notas, la secuencia conforma una melodía.

Bizarrap también es clásico a la hora de utilizar lo que, en la música electrónica, se denomina como estructura de desarrollo, breakdown –o bajada–, build-up y drop, es decir, una parte de la canción con el bombo a toda máquina, una bajada con vacíos y silencios, una especie de aceleramiento dado por subdivisiones rítmicas que se acumulan sobre el beat (el build-up) y un clímax (drop) que estalla para que la gente salte en la pista. Y, si bien su método de mezcla y masterización están muy bien –se nota que hay laburo en las pequeñas variaciones que se encuentran en el inicio de cada fraseo–, su goce artístico no parece estar puesto en ofrecer al escucha sorpresa o complejidad. Por eso sus trabajos resultan tan populares, tan funcionales al mercado: como una papa frita de McDonald’s, hacen lo que tienen que hacer. Industriales, sí, pero qué ricas: siempre iguales, nunca defraudan.

FEMINISTA SÍ, FEMINISTA NO

Pero a nadie le interesa la música cuando Shakira está tirando beef: esa palabrita que la Wikipedia define como «una pelea entre dos raperos que crea rivalidad y en la que cada uno difama y se enfrenta al otro de cualquier manera». La letra de la canción, a la que se puede enmarcar en el motivo del despecho, es una venganza explícita por el dolor sufrido por Shakira a manos de Piqué, que la engañó con la joven Clara Chía. El lenguaje directo usado por la colombiana despertó festejo en una amplia gama de voces identificadas con el feminismo: resulta muy interesante que ella, como figura pública, se anime a enfrentar a su expareja con nombre y apellido y con esa potencia, saliendo del estereotipo de elegancia y silencio que define, en la cultura patriarcal, el modo en que debe actuar una mujer cuando su relación se rompe. Shakira logró una enorme empatía femenina porque se muestra desde el enojo y la burla, parada en una especie de furia sarcástica, y ese es un lugar de enunciación mucho más difícil de encontrar en la lírica femenina latina –y en la academia, y en los medios de comunicación, y en la política– que otros vinculados a la desesperación, la calma o la resignada reflexión, la nostalgia o la tristeza. Y es imposible no asociar esa valentía para decir desde el enojo con la libertad de expresión, esa que está vedada para tantas mujeres que no solamente no cuentan con espacios para hablar, sino que, cuando al fin los consiguen, a diferencia de sus pares masculinos, solo pueden ocuparlos si lo hacen desde la compostura, la acumulación argumentativa o el raciocinio extremo. Una mujer enojada que se burla de un hombre siempre es peligrosa, en ella no se puede confiar. Por eso, frente a generaciones de mujeres identificadas con el imperativo de la sumisión, el enojo ha sido una arenga del feminismo de la cuarta ola –y de varias de las anteriores–: a modo de ejemplo, alcanza con recordar el sonado libro de la argentina Malena Pichot llamado Enojate, hermana, que recopila sus columnas escritas en Página 12 entre 2017 y 2019, años fermentales para el movimiento en América Latina. Otra razón con la que se argumentó mucho para defender la canción fue la sonada afirmación de que «las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan», plausible de ser interpretada como un reconocimiento a las miles de compañeras que salen del lugar de la dependencia económica para centrarse en sus propias carreras y en fortalecer sus trayectos individuales, creciendo en emancipación y autonomía. Además, la frase propone una divertida guiñada: la propia Shakira sabe que está facturando al utilizar su historia con Piqué y de ese modo sale del lugar de víctima para reivindicarse como una show woman profesional.

Al mismo tiempo, el solo hecho de sacar una canción así, que escracha a las personas por su nombre desde un lugar de poder simbólico y las cosifica al identificarlas con marcas de alta o baja gama, en un gesto netamente clasista, también ha sido considerado, en sí mismo, un acto de violencia. Es por eso que, para otras feministas, es difícil asimilarlo como un discurso de empoderamiento. ¿Merece la infidelidad, por más terrible que haya sido, ser considerada casi como un delito? ¿Es justificable que la tercera persona en cuestión reciba, a partir de la canción, un odio masivo y un nivel de violencia popular delirantes? Muchas mujeres argumentan que la sororidad no se le debe a quien se ha involucrado con tu pareja, pero, más allá del derecho inalienable que tiene Shakira de sentir un odio irracional –así es el amor, vamos–, ¿dónde queda, en el tipo de discurso que propone su canción, el feminismo de la libertad sexual y del cuestionamiento sistémico de la moral heteronormativa y de la familia tradicional que cuestionaba la posesión de las personas, proclamando que ningún ser humano –por más pactos autoproclamados que sostenga– es dueño de la sexualidad de otro? Porque el despecho es la contracara del amor romántico: vuelve a poner el deseo en un lugar dramático, de vida o muerte, y no reconoce su condición efímera, su variabilidad, su inmensa complejidad. Lo cierto es que no tenemos modo de saber lo que realmente pasó ahí, en esa relación de 12 años, en esa intimidad de la que ningún relato mediático, por más veraz que se proclame, puede dar cuenta. Tal vez una actitud feminista también sea la de abogar por avanzar hacia un tipo de amor que trascienda los mandatos performativos de la ira y el despecho para transformarse en empatía, comprensión, humor y búsqueda de acuerdos posibles. Claro que, para que eso sea justo, la sumisión de una de las partes –la femenina, en la inmensa mayoría de los casos– tiene que dejar de ser la salida.

Se ha hablado mucho también de los hijos de Shakira, de su condición de madre. Si bien algunas voces han salido a decir que este procedimiento de duelo explícito hará daño a los niños porque ha expuesto a su familia a todo tipo de juicios populares, otros han opinado que lo peor que puede pasarles es que la cantante adopte la actitud clásica de nuestras madres y abuelas de clase media: una actitud sumisa, de silencio frente a lo ominoso de la situación. En torno a ese problema –y siempre asumiendo que en realidad no tenemos ni idea, que estamos utilizando el caso para hablar del mundo y de nuestro lugar en él– tal vez lo más interesante vuelva a ser la problematización de los matices. ¿Hasta dónde dejar crecer el resentimiento para que nos permita empoderarnos sin que se torne una emoción de la que ya no se puede volver? Porque lo cierto es que la paz también es un privilegio. Son muchas las mujeres que, a pesar de haber sido traicionadas, no pueden darse el lujo de desear que al padre de sus hijos le vaya mal: hay mucho que pagar, mucho que sostener. Son demasiados los padres sin trabajo, adictos, depresivos, que viven su vida de maneras onerosas y arrastran con ellos a otros miembros de sus familias. En los casos de mediación, muchas veces lo que se recomienda es tratar de superar las diferencias y llegar a un acuerdo: el enojo y el impulso de la violencia continúan operando en contra de las mujeres, que terminan perdiendo las pocas oportunidades que tienen de obtener alguna ayuda. Porque está muy bien impulsar a las mujeres a facturar, pero ¿qué pasa con las que no pueden, las que están solas y no tienen recursos? ¿Hasta dónde puede identificarlas el discurso de una millonaria, por inspirador que sea?

Lo cierto es que la canción hizo mella en el debate público porque deja en evidencia la crisis vincular en la que estamos metidos de modo prácticamente universal. En los cientos de millones de discusiones que se han dado, tanto en vivo como en las redes sociales, se revela la dificultad que tenemos para ponernos de acuerdo en las formas deseables de convivencia y en la interpretación de palabras que se han desarmado o deconstruido y, en ese proceso, han perdido muchos de sus significados comunes: infidelidad, familia, masculinidad, violencia, traición, amor, sororidad. Estamos en plena disputa de sentidos, dentro y fuera de los feminismos, y esas arenas movedizas conforman contextos de escucha en los que las representaciones, tanto las netamente ficcionales como las que se construyen a partir de casos de la vida real, pasan a ocupar un lugar central. ¿Cómo y con quién nos identificamos? ¿Dónde encontramos, en estos nuevos consumos culturales llenos de clics, pantallas y personajes tan lejanos y globalizados, referencias que nos permitan construir nuestra identidad?

EL COSTO DE LA EXPOSICIÓN

Más allá de todo, hay algo en lo que las feministas que festejaron la canción definitivamente tenían razón: el enojo y la catarsis pública de una mujer no se perdonan fácilmente. La violencia con la que miles de personas han salido a insultar a la cantante colombiana es imposible de medir en términos cuantitativos. Así como la reacción contra Clara Chía se ha vuelto descontrolada –mucho más dura que la que se levanta contra Piqué, que se ríe en los medios–, los comentarios contra Shakira resultan desmedidos y se encuentran repletos de insultos de todo tipo, en un despliegue terrible de humillaciones y desprecio. Las mujeres facturan, pero también pagan: una porque se acostó con un hombre casado, otra porque se atrevió a expresarse desde un lugar libre. Una muestra local del sexismo, capacitismo y racismo que hemos tenido que ver en estos días en torno a esta discusión fueron las expresiones de Carlos Tanco, quien, investido en su personaje Darwin Desbocatti, dijo en la radio: «Shakira tiene 12 años mentales, es espectacular. […] Es bruta, es de boba la canción. Es muy de boba. […] Loba, ¿a qué refiere? Loba funciona como una contracción simpática de lobotomizada. Es un lindo gesto, nos está avisando que está lobotomizada. […] Para un cerebro de 44 años es una vergüenza, si yo fuera su neurólogo de cabecera, pensaría que tengo una paciente complicada. […] Y lo machirula que es, sus raíces musulmanas se ve que la condicionan».

¿Hasta cuándo el azuzamiento del odio y la violencia será la mejor estrategia de los mercados, del local y el internacional? No lo sabemos. Mientras tanto, miles de mujeres continúan dando la batalla cada día para sostener sus vidas, facturando o no, amando como pueden, sintiendo lo que sienten, tratando de entender este lío en el que estamos metidos para volverlo algo fructífero, un territorio afectivo medianamente habitable. Ojalá sean cada vez más las que logran cantar acerca de sus vidas; ojalá estos procesos tan ambiguos y dolorosos terminen sirviendo para que esas historias, las de todos los días, las que no utilizan marcas grandes, pero dejan grandes marcas, también encuentren un espacio de existencia.

1. Agradezco los aportes de análisis musical que hicieron Leandro Castro Lazaroff y Guilherme de Alencar Pinto para este fragmento de la nota.

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